Acuerdo de matrimonio ❃ Hyunin

♡ :  CAPÍTULO XIX

 

[HYUNJIN]

Después de la conversación con Jeongin, no sabía muy bien qué hacer. Sus palabras se repetían sin cesar en mi mente y hacían que me cuestionara las verdades a las que me había aferrado durante todos esos años. Me sentía exhausto y debía ponerle fin al torbellino de mis pensamientos, de modo que me cambié y me fui al gimnasio. Tras una rutina agotadora y exigente, me duché y subí directo al despacho.

Pensaba que Jeongin me buscaría con la intención de continuar con la conversación, algo que quería evitar, pero estaba ocupado en la cocina y ni siquiera me miró cuando pasé por delante.

En mi mesa me esperaban un plato con sándwiches y un termo con café. Miré ambas cosas un instante y después, tras encogerme de hombros, me zambullí en los documentos que había llevado a casa. No volví a verlo hasta primera hora de la noche.

—La cena está lista si tienes hambre.

Alcé la vista y entrecerré los ojos.

—Hyunjin, necesitas luz. —Atravesó la estancia y encendió el flexo de mi mesa mientras meneaba la cabeza. —Y quizás unas gafas. Me he dado cuenta de que te acercas mucho las cosas para poder leer.

Bajé la vista, consciente de que lo que decía era cierto.

—Te pediré cita. —Se ofreció al tiempo que sonreía. —Dudo mucho que ese deber recaiga en los hombros de tu asistente personal.

Me vi obligado a reír entre dientes mientras ponía los ojos en blanco. El viernes, cuando le presenté la lista a Jisung de sus obligaciones, él me sorprendió con otra lista de su propia cosecha. Los asistentes personales de Lim Group eran una especie totalmente distinta de lo que habitaba las oficinas de Wang Inc.

Su deber era el de ofrecerme apoyo, organización y, en alguna ocasión, llevarme el almuerzo, pero no estaba allí para hacerme café, para tostarme un bagel ni para recoger mi ropa de la tintorería. Decir que me puso en mi sitio sería quedarse corto. Tuvo la amabilidad de indicarme dónde se encontraba la enorme sala de descanso del personal, de enseñarme a usar la máquina del café, y de señalarme dónde estaban los bagels y el resto de la comida que Jaebeom se encargaba de que siempre estuviera disponible para sus empleados.

Jeongin se fue muerto de risa cuando le conté la historia.

— ¡No tiene gracia! —Le grité en aquel momento.

—Desde luego que la tiene. —Replicó con sequedad desde el otro extremo del pasillo.

Debía admitir que estaba en lo cierto. No iba a morirme si tenía que levantarme para ir en busca de un café. Era una buena manera de estirar las piernas. De todas formas, tenía la impresión de que Jisung me prepararía un café con poca espuma y el queso de untar brillaría por su ausencia en el bagel. Jeongin siempre me preparaba ambas cosas bien cargadas, como a mí me gustaban.

—Por Dios, me estoy haciendo viejo. —Refunfuñé. —Gafas para leer.

Él se echó a reír.

—Sí, estás muy mayor a tus 31 años*. No te pasará nada. Estoy seguro de que conseguirás que te sienten bien.

Enarqué las cejas mientras lo miraba.

— ¿Ah, sí? ¿Me estás diciendo que estaré todavía más bueno con gafas?

—Yo no he dicho nada. Es mejor no alimentar tu ego. La cena está en la cocina, si te apetece.

Resoplé mientras apagaba la luz y lo seguí hasta la cocina, un poco receloso. Algunos de los recuerdos más nítidos de mi infancia eran las constantes desavenencias entre mis padres. Mi madre era como un perro con un hueso, incapaz de ceder un ápice. Insistía en repetirle siempre lo mismo a mi padre, hasta que al final acababa estallando. Me preocupaba que Jeongin intentara retomar la conversación anterior, pero no lo hizo. En cambio, me enseñó una muestra de color mientras comíamos.

— ¿Qué te parece?

Examiné el color verdoso.

—Un poco delicado para mi gusto.

—Es para mi dormitorio.

—Si te gusta, adelante.

Me acercó otra muestra y la cogí. Era un intenso tono vino tinto. Me gustaba.

— ¿Para?

—He pensado que quedaría bien en la pared de la chimenea. Para resaltarla.

¿Para resaltarla? ¿Qué sentido tenía eso?

— ¿Solo una pared?

—En las otras me gustaría un beige oscuro.

Podría soportarlo.

—De acuerdo.

A continuación, me enseñó una muestra de tela. Era un trozo de tweed con el mismo color vino tinto que la muestra de pintura y también con el tono marrón de los sofás.

— ¿Para qué es?

—Para un par de sillones que añadiremos al salón.

—Me gustan mis muebles.

—A mí también. Son muy cómodos. Pero he pensado que podíamos añadir algo más, cambiarlo un poco. Quedarán estupendos al lado de la chimenea.

—¿Qué?

—Unos cuantos cojines, y un par de toques más. Nada importante.

—Nada de volantes ni de chorradas cursis. En tu dormitorio, haz lo que quieras.

Él sonrió.

—Nada de chorradas cursis. Te lo prometo.

— ¿Quién va a pintar?

—¿Cómo?

—Que a quién has contratado.

—Voy a hacerlo yo.

—No.

— ¿Por qué?

Me volví sin levantarme del taburete y señalé el amplio espacio.

—Estas paredes tienen tres metros y medio de alto, Jeongin. No quiero verte subido en una escalera.

—Mi dormitorio no es tan alto. Me gusta pintar. ChaeWon y yo lo hacíamos juntos y se me da muy bien.

Golpeé la encimera con una de las muestras de pintura. ¿Cómo podía conseguir que entendiera que ya no era necesario que hiciera esas cosas? Mi voz conservó el tono paciente mientras volvía a intentarlo.

—No tienes por qué pintar. Yo correré con los gastos.

—Pero me gusta hacerlo. Tendré cuidado.

—Vamos a hacer un trato. Pinta tu dormitorio y ya hablaremos del salón a su debido tiempo.

—De acuerdo.

Otra muestra de tela me llamó la atención. Me incliné para cogerla y acaricié la gruesa tela. Era de cuadros en tonos azul marino y verde oscuro. La sostuve en alto para examinarla. No parecía apropiada para ninguna de las dos estancias.



#4163 en Novela romántica

En el texto hay: hyunjin, jeongin, hyunin

Editado: 28.07.2023

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