[HYUNJIN]
Jeongin estuvo callado el resto de la noche. Empezó a llover de nuevo a intervalos hasta que escampó a eso de medianoche. Changbin se percató del tenso ambiente e intentó ser discreto. En un momento dado, me preguntó si Jeongin estaba bien.
—Hemos… esto… hemos discutido. —Admití. Las parejas discutían, de modo que mi respuesta parecía plausible.
— ¿Por lo de antes?
—Sí. —No le aclaré por qué había sido exactamente. Dejé que pensara que era por lo sucedido con ChaeWon.
— ¿Quieres que me vaya?
—No, tranquilo.
—No se acuesten enfadados. Háblenlo. —Me animó. —Me iré pronto a la cama y respetaré su intimidad.
Como no sabía qué responder, asentí con la cabeza. No tenía la menor idea de qué decirle a Jeongin, pero en cuanto Changbin subió las escaleras, él lo siguió. Esperé un rato, apagué la tele y me reuní con él en mi dormitorio. Ya estaba acostado, acurrucado, pegado al borde del colchón. Me preparé para acostarme y me tumbé junto a su delgado y cálido cuerpo. Titubeé antes de extender un brazo para pegarlo a mi torso.
—No te enfades conmigo.
—No estoy enfadado, estoy triste. —Suspiró.
—No puedo cambiar mi forma de ser.
Se dio la vuelta en la oscuridad para mirarme a la cara.
—Creo que, en ciertos aspectos, ya has cambiado.
—Es posible. —Admití. —Aun así, lo que siento por ciertas cosas no ha cambiado, y los hijos y el amor son algunas de ellas.
—Todo es blanco o negro contigo.
—Tiene que serlo. Así es como me enfrento a la vida.
—Te pierdes muchas cosas.
Le acaricié una mejilla con un dedo, recorriendo su suave piel en la oscuridad. Sentí la humedad y supe que había estado llorando. Me inquietó pensar que hubiera estado allí tumbado, alterado.
—Jeongin… —Empecé.
—¿Qué? —susurró.
—Sé que esto se ha complicado, que ha crecido. Sé que eres mejor persona que yo y eso te preocupa. No esperaba que los Lim formasen parte de nuestra vida más allá del trabajo. No había planeado conocer a ChaeWon y encariñarme con ella. Ya no podemos hacer nada más que seguir la corriente. No puedo cambiar mi forma de ver las cosas porque son mis creencias. Pero hay algo en lo que te equivocas.
— ¿El qué?
Apoyé la mano en su cara y lo acerqué más a la mía.
—No me caes mal. Todo lo contrario. Me arrepiento de todas las palabras crueles, de todos los malditos recados inútiles y de todos los trabajos sucios que te ordené hacer. Creo que eres muy valiente por acceder a hacer esto conmigo y los motivos que te impulsaron a hacerlo me sorprenden. Eres desinteresado y amable, y el hecho de que te hayas convertido en alguien tan importante para mí demuestra lo especial que eres, no eres poca cosa, eres increíble.
Las lágrimas comenzaron a resbalar por sus mejillas. Gruñí, incapaz de soportar más emociones por ese día.
—Joder, cariño. —Mascullé con tono juguetón. —Intento ser amable y te echas a llorar. Me rindo. Seguiré siendo un bastardo.
Me dio unas palmaditas en la mano.
—No, tranquilo. Ya paro. —Sorbió por la nariz. —No me lo esperaba. Eso es todo.
—Estoy intentando disculparme.
Levantó la cara y me rozó los labios con los suyos.
—Disculpas aceptadas.
Enterré las manos en su pelo y lo abracé con fuerza. Pegué nuestras bocas, ansioso por saborearlo de nuevo. Respondió con un largo suspiro, y su cálido aliento se derramó por mi cara. Pasó un buen rato mientras nos besábamos, mientras nuestras lenguas se atormentaban. El deseo creció entre nosotros, lento y poderoso, y mi cuerpo palpitaba por la necesidad. Me aparté con un gemido para mirarlo. Tenía los labios hinchados y respiraba con dificultad. Le acaricié el labio inferior con un dedo.
—Jeongin. —Susurré con voz ronca mientras le acariciaba el muslo desnudo con la mano.
Levantó la cabeza y, justo cuando nuestras bocas volvían a encontrarse, lo oímos. Un trueno inesperado seguido por un estruendo en la habitación de invitados y un chillido.
Gemí y apoyé la cabeza en su hombro.
—Mierda con Changbin, ¡Otra vez!
Soltó un buen suspiro.
—Joder, vaya… Creo que ha roto mi dichosa lámpara. Con lo que me gustaba esa lámpara.
Me eché a reír por el inusual exabrupto. Me aparté de él y me cubrí la cara con un brazo.
—Anda, ve a ver qué ha hecho tu amigo ahora.
Se bajó de la cama y titubeó. La tenue luz de la luna resaltaba su figura a través del delicado pijama que le quedaba estupendo.
Había ganado algo de peso y su cuerpo empezaba a tener curvas, mis ojos recorrieron sus bellas piernas hasta posarse en ese culo que sería mi perdición. Con el pelo alborotado, las mejillas sonrosadas y los ojos dilatados por el deseo, parecía muy sexy. Jodidamente sexy, la verdad.
—Vete. —Gruñí. —Si no te vas, no me hago responsable de lo que pase.
Se dio media vuelta y echó a andar hacia la puerta a toda prisa.
—Jeongin. —Lo llamé.
Se volvió con la mano aún en el pomo de la puerta.
Seguí hablando con voz más dulce.
—Si ha roto la lámpara, te compraré una nueva.
Esbozó una sonrisa deslumbrante.
—De acuerdo.
Me dejé caer en el colchón.
¿Qué mierda estaba haciendo? Era la segunda vez ese día que había deseado tirármelo con desesperación… al hombre del que en otro tiempo quise deshacerme. En ese momento, estaba por todas partes. En todos los aspectos de mi vida. En mi cama.
¿Lo más raro de todo? Que no me importaba en absoluto.
—Jeongin, el sirope es un aderezo. No un grupo alimenticio propio.
Levantó la vista de su plato, pero ya negaba con la cabeza.
—Hay que llenar cada agujerito de sirope, Hyunjin. Es una regla.
Resoplé mientras me llevaba la taza a los labios.
—Estás ahogando el gofre. Hay más sirope que comida en tu plato.