[HYUNJIN]
Introduje la llave en la cerradura y entré en el piso sin hacer ruido. Me impactó darme cuenta de lo mucho que había añorado estar en casa. De lo mucho que había echado de menos a Jeongin.
Me había sorprendido mi afán por enviarle mensajes de texto para comprobar que estaba bien, que ChaeWon estaba bien o si recordaba haber cerrado con llave el piso. Sus respuestas me hacían sonreír, ya que siempre eran un poco descaradas y tiernas a la vez. Le había encantado la tarta de queso y me dijo que al personal también, ya que los habían ayudado a ChaeWon y a él a comérsela. Le parecía gracioso que también hubiera enviado una cesta de fruta para Joey. Cuando mencionó que ChaeWon parecía más cansada de lo normal, llamé a la residencia dos veces para interesarme por su estado, haciendo que Rosé se riera de mi preocupación.
De manera que yo también me reí de mí mismo. Al parecer y sin pretenderlo, la presencia de Jeongin en mi vida hacía aflorar emociones en todo momento.
Debería detestarlo, pero por algún motivo no lo hacía.
Estaba ansioso por regresar a casa, por verlo, por visitar a ChaeWon y por volver a la oficina. Cuando el cliente accedió a nuestra idea antes de lo que pensábamos, Jaebeom y yo decidimos adelantar el regreso y coger el último avión. El taxi me dejó en la puerta del edificio y Jaebeom se rio de mi entusiasmo cuando me vio coger la maleta.
—Hyunjin, no hace falta que vayas a la oficina a primera hora. Disfruta de la mañana con Jeongin. Nos vemos después del almuerzo.
Asentí con la cabeza.
—Gracias.
Solté la maleta, encendí la luz y me quedé petrificado.
No estaba en el mismo salón que había dejado días antes. El intenso tono vino tinto que Jeongin había elegido se extendía por la pared de la chimenea, resaltando el color claro de la repisa. El tono beige del resto de las paredes resultaba atractivo. Había añadido algunos cojines y los dos sillones que me enseñó. El resultado de la transformación era un salón cálido y acogedor. Hogareño.
La mayor sorpresa de todas fueron los cuadros. Jeongin había usado algunas de las fotos que encontró, pero en la pared de la chimenea había colgado algunas de mis fotografías, que había imprimido y enmarcado con paspartú. Ver lo bien que quedaban me asombró, al igual que lo hizo que hubiera elegido mis preferidas. El salón estaba espectacular.
Pasé una mano por el respaldo curvado de los sillones que había añadido. Eran piezas macizas. El efecto seguía siendo masculino, pero suavizado por lo que había creado. Sobre la repisa descansaba una foto en la que estábamos los dos y que había hecho Changbin el día de nuestra boda. La cogí para analizarla.
Era una foto tomada por sorpresa. Jeongin con una sonrisa y una expresión casi radiante. Yo había apoyado la frente en la suya y estaba sonriendo también. Ambos parecíamos felices. Como una pareja enamorada. Pasé los dedos sobre la imagen de Jeongin, sin reconocer la extraña emoción que sentía en el pecho.
Tras dejarla en la repisa de nuevo, cogí la bolsa de viaje y subí las escaleras. Me detuve al llegar a la puerta de mi dormitorio, sorprendido al ver a Jeongin dormido en mi cama. Creía que a esas alturas ya se habría mudado a su habitación. Estaba abrazado a mi almohada, aferrado a la funda mientras dormía, y su sedoso cabello oscuro se extendía sobre las prístinas sábanas blancas. Lo analicé mientras dormía. Parecía joven y vulnerable. Recordé que en el pasado pensaba que era débil.
Era cualquier cosa menos eso. Conociéndolo como era consciente en ese momento, sabía que tenía agallas, sin ellas se habría rendido pronto, pero a la vez no las tenía.
Había sobrevivido a la muerte de sus padres, a la vida en la calle, al dolor de ver cómo ChaeWon enfermaba y a mí… en toda mi gloria egoísta, corta de miras y narcisista.
Se movió, desarropándose en el proceso, y sonreí al ver que se había puesto la camiseta de manga corta que yo llevaba el día anterior a mi partida.
Mi esposo estaba en mi cama y solo llevaba mi camiseta y su ropa interior.
Descubrí que no podía ponerle pegas a ninguna de las dos afirmaciones.
Solté un quedo suspiro, dejé la bolsa en el suelo y tras coger unos pantalones de pijama, me preparé para acostarme, con cuidado de no hacer ruido. Con delicadeza, me coloqué a su espalda y lo pegué a mi torso. Él se despertó, sobresaltado, y se tensó entre mis brazos.
—Relájate, cariño. Soy yo.
— ¿Por qué estás en casa?
—La reunión ha ido bien. Muy bien. Hemos llegado a un acuerdo antes de lo previsto.
Trató de incorporarse.
—Me iré a mi dormitorio.
Tiré de él para que se tumbara otra vez.
—Quédate. No pasa nada. —Sonreí al tiempo que lo besaba en el cuello. —Me gusta dormir abrazado a algo como un pulpo, ¿ya no te acuerdas?
Se acurrucó de nuevo con un suspiro de felicidad.
—Tu cama es cómoda.
No pude evitar tomarle el pelo.
— ¿Y mi camiseta? —Le pregunté, al tiempo que acariciaba el desgastado algodón. — ¿También es cómoda?
Me apartó de un manotazo.
—He estado ocupado. No me ha dado tiempo de hacer la colada. La he visto ahí tirada y me la he puesto.
—Ya he visto lo ocupado que has estado.
— ¿Te gusta? —Me preguntó con un deje tímido e inseguro.
Lo besé en la frente.
—Buen trabajo, señor de Hwang.
Se echó a reír contra la almohada.
—Me alegro de que le guste, Señor Hwang.
Lo pegué aún más a mí.
—Me gusta. Duérmete. Mañana por la mañana te contaré todo lo que ha pasado en el viaje.
—De acuerdo. —Replicó con voz soñolienta. —Buenas noches.
—Buenas noches.
Jeongin me miró mientras desayunábamos y cogió de nuevo el contrato.
— ¿Así sin más? ¿Ha cancelado tu período de prueba?
Asentí con la cabeza porque tenía la boca llena de huevos revueltos. Mastiqué, tragué y sonreí.