[JEONGIN]
El suave murmullo de las olas al romper contra la orilla me reconfortaba. Apoyé la cabeza en las rodillas y traté de perderme en la belleza de la playa. En las gaviotas que surcaban el cielo, en el rítmico movimiento del agua, en la absoluta paz.
Pero yo no estaba en paz. Me sentía perdido, dividido. Agradecía que ChaeWon ya no estuviera atrapada en una pesadilla interminable de momentos olvidados, pero la echaba muchísimo de menos. Su voz, su risa, la ternura con la que me acariciaba una mejilla, me besaba la frente o me pellizcaba la nariz, y durante sus escasos momentos de lucidez, sus consejos.
Si estuviera a mi lado, podría preguntarle, contarle cómo me sentía, y ella me lo explicaría todo. Me diría qué hacer a continuación.
Estaba enamorado de mi marido, un hombre que no me quería. Un hombre que creía que el amor debilitaba y quien también se creía incapaz de amar. Jamás reconocería sus virtudes, porque las había enterrado en lo más hondo de sí mismo para que nunca volvieran a hacerle daño.
Había cambiado mucho desde el fatídico día en el que me pidió que me hiciera pasar por su prometido.
Poco a poco, había permitido que aflorara una versión de sí mismo más tierna, más cariñosa. ChaeWon acabó de derribar sus barreras. Porque le recordaba a una época de su vida en la que sintió el amor de otra persona. Lim Jaebeom le había enseñado a trabajar con la gente, no a competir con ella. Le había demostrado que había buenas personas y que podía formar parte de un grupo positivo. Su mujer y sus hijos le habían mostrado una versión distinta de lo que él consideraba que era una familia. Un grupo de personas dispuestas a ofrecer apoyo y cariño, no abandono y dolor.
Quería pensar que yo también tenía algo que ver con su cambio. Que, de alguna forma, de alguna manera, le había demostrado que el amor era posible. Tal vez no conmigo, pero que era una emoción que algún día podría sentir y recibir. Sin embargo, él no lo creía posible.
No sabía cuándo me había enamorado de él. La semilla tal vez se plantó el día de nuestra boda y creció cada día que él se despojaba de un trocito de su carácter cáustico e hiriente. Cada sonrisa sincera, cada carcajada alegre, regó el sentimiento, reforzándolo. Cada gesto bondadoso hacia ChaeWon, hacia uno de los Lim o hacia mí, alimentó la emergente emoción hasta que enraizó con tanta fuerza que estaba seguro que nunca cambiaría.
El día que apareció Changbin en casa fue el día que descubrí que lo quería. La migraña lo había molestado durante todo el día, dejándolo en una posición inusualmente vulnerable. No solo permitió que lo cuidara, sino que también pareció disfrutar durante el proceso. Sus bromas fueron tiernas y graciosas, casi cariñosas.
Cuando se metió en la cama, me mostró una faceta de su carácter diferente. Su voz era un murmullo ronco que me consolaba en la oscuridad, y sus disculpas fueron sinceras cuando me pidió perdón por su forma de tratarme en el pasado. Un perdón que le concedí, que le había concedido tal vez semanas o días antes, mucho antes de que me lo pidiera. Y, después, me abrazó y me hizo sentir seguro de una manera en la que no me había sentido desde la muerte de mis padres. Dormí contento y cálido entre sus brazos.
A la mañana siguiente, vi otra faceta de su carácter: su lado sexi y juguetón. Su reacción cuando despertó y descubrió que estábamos abrazados; la forma tan graciosa con la que le ordenó a Changbin que saliera del dormitorio; sus besos que me dejaron sin aliento. La pasión vibraba bajo la superficie, y su voz era ronca a causa del sueño. Su comentario sobre la posibilidad de expandir nuestros límites me aceleró el corazón, y supe por primera vez en la vida que me estaba enamorando.
Por desgracia, sabía que él jamás cambiaría hasta el punto de aceptar mi amor. Sabía que jamás lo querría. Pactamos una tregua. Para su sorpresa, y para la mía, nos hicimos amigos. Sus insultos se convirtieron en bromas, y su actitud despectiva desapareció. Sin embargo, sabía que yo solo era eso para él. Un amigo, un colaborador.
Suspiré mientras enterraba los dedos de los pies en la fresca arena. Tendría que entrar pronto. Una vez que se pusiera el sol, bajaría la temperatura y ya tenía un poco de frío, aun con la chaqueta puesta. Sabía que pasaría otra noche paseando de un lado para otro de la casita. Seguramente acabaría de nuevo en la playa, arrebujado con una manta, tratando de agotarme para poder sumirme en un sueño inquieto y poco reparador. Ni siquiera dormido podía escapar de mis pensamientos. Dormido o despierto, era en él en quien pensaba.
En Hwang Hyunjin.
Se me llenaron los ojos de lágrimas al pensar en cómo me había cuidado cuando ChaeWon murió. Parecía creer que podría romperme en pedazos como el cristal si hablaba demasiado alto. Cuando me llevó a la cama, con la intención de consolarme, supe que tenía que dejarlo. No podía ocultar mucho más tiempo el amor que sentía por él. No podía soportar la idea de ver cómo su expresión se transformaba en la antigua máscara altiva y desdeñosa tras la que solía ocultarse mientras despreciaba mi confesión, porque eso haría.
Hasta que no fuera capaz de amarse, no podría amar a otra persona. Ni siquiera a mí.
Me limpié las lágrimas con gesto impaciente y me abracé con fuerza las rodillas.
Le había entregado el único regalo que podía darle: a mí mismo. Era lo único que tenía y, a decir verdad, fue un acto egoísta. Permití que me poseyera porque así podría atesorar ese recuerdo como el más querido de todos. Pensar en aquel momento aún me resultaba doloroso, pero sabía que con el tiempo el dolor se suavizaría y podría sonreír al recordar la pasión. Al recordar su boca sobre la mía. Al recordar la perfección con la que se acoplaban nuestros cuerpos; la calidez de su cuerpo mientras me rodeaba, y el sonido ronco de su voz al pronunciar mi nombre.