Después de eso llegué a otro lugar donde el ambiente parecía mejor aunque un poco peligroso, las calles estaban sin pavimentar y había mariguanos en las esquinas viendo a la gente pasar, ahí conocí a la que fue mi gran amor, Dánae una niña blanca con pelo corto, delgada, muy loca y quizás eso fue lo que me gustó de ella la capacidad que tenía de importarle poco o nada lo que digan los demás y ser simplemente ella, eso hoy en día es difícil pero hermoso.
Yo llegue sin ganas de socializar aunque poco o poco fui haciéndome de amigos y ella fue de las primeras junto con Ángel alguien flaco,alegre y yo diría bastante pervertido pero buena persona, también me hice amigo de Lizeth, muy bonita ella con su pelo largo y unos ojos preciosos al igual que su sonrisa, recuerdo que ella no me decía por mi nombre si no que me decía “niño” me gustaba el apodo y para ser justos yo le decía “niña” creamos un lazo muy bueno pero hasta ahí. Y por último está Dánae mi gran amor, ella es muy fan de los animes y de dibujarlos incluso doblar las voces, se creaba historias algo raras pero entretenidas, en ocasiones me ponía a mi a hacer la voz de uno de los personajes mientras ella hacia la otra era rara y eso me encantaba.
Nos hicimos muy buenos amigos, tanto que incluso llegué a hacerme cercano a su mamá. Era una señora no tan joven, pero tampoco vieja, simplemente una señora amable y genuina. Dánae siempre destacaba en todo; era brillante, la mejor en cualquier cosa que hacía. Yo intentaba seguirle el ritmo, pero la pereza me vencía la mayoría de las veces, y eso hacía que no pudiera estar del todo a su nivel. Sin embargo, nos complementamos de una forma tan natural que todos a nuestro alrededor decían que había algo especial entre nosotros. Y, al menos para mí, lo había.
Con solo verla llegar, escucharla hablar, o que me contara lo que hizo el fin de semana, me llenaba de felicidad. Incluso cuando me explicaba detalladamente el anime que había visto y yo no entendía nada, la simple idea de que estuviera ahí conmigo hacía que todo valiera la pena. Había algo único en su presencia.
Jamás podía enojarme con ella. Una vez lo intenté, pero me bastó con que me mirara y sonriera para que todo el coraje desapareciera. Incluso cuando me enterró un lápiz en la mano –sí, hizo eso– no pude enojarme. Sabía que estaba loca, y así la aceptaba, con todo y su peculiaridad.
Pasábamos horas hablando de todo: del futuro, de nuestros sueños, de lo que queríamos lograr, pero también de lo que ya habíamos vivido. A veces alguien intentaba molestarla,
pero yo siempre estaba ahí para defenderla. Aunque, siendo honesto, no necesitaba que la defendieran; era lo suficientemente fuerte y astuta para hacerlo por sí misma. Pero creo que, de alguna manera, le gustaba saber que yo estaba ahí para ella.
Con el tiempo, me fui enamorando perdidamente. Era inevitable, su carisma y su energía eran como un imán. Pero no era el único; alguien más comenzó a sentir lo mismo por ella: Ángel, mi mejor amigo. Como los tres pasábamos mucho tiempo juntos, creo que la loquera y el encanto de Dánae también lo atraparon. Y así comenzó una especie de competencia, aunque siempre desde la amistad, por ganar su atención y, quizás, su corazón.
Esto para algunos puede ser difícil, dos mejores amigos peleando el amor de una misma mujer pero para nosotros no fue así porque al menos yo sabía que si uno de los dos ganaba ella iba a ser feliz e iba a estar con alguien que la quisiera y valorará.
Ángel sabía dibujar muy bien y eso era una ventaja con ella que le encantaba hacer eso y lo supo aprovechar haciendo toda clase de dibujos que evidentemente a ella le encantaba, yo fui más de la comedia, me centré en hacerla reír y ayudarle en lo que pudiera, algo equilibrado me parece.
Estando junto a Dánae fue la única vez que me agradaba el lunes porque tenía toda la semana para estar con ella y odiaba los viernes porque significaba que estaría el fin sin verla o escucharla.
Mi madre estaba un poco harta de que para todo la nombrará, aunque le caía muy bien,
Recuerdo que cada día sin verla parecía interminable, como si el tiempo se empeñara en avanzar más lento en su ausencia. Pero cuando estaba conmigo, todo era diferente: el reloj parecía acelerar, y las horas volaban sin que apenas me diera cuenta. Una vez, al verla llegar, mi corazón se desbordó de emoción. Ella se acercaba con esa radiante sonrisa, su alegría contagiosa, su belleza natural, y ese andar único, extraño pero encantador. Para mí, era casi perfecta.
Cada vez que estaba frente a mí, sentía el impulso de confesarle todo lo que mi corazón guardaba. Sin embargo, me faltó el valor. Callé mis sentimientos una y otra vez, dejando que el miedo al rechazo me atara la lengua. Pero hubo un día en que la emoción me ganó y, sin pensarlo, todo lo que sentía salió de forma torpe y abrupta.
Después de varios días sin vernos, llegó con su energía de siempre, y me saludó con ese tono especial que me hacía sentir único.
—¡Holaaa! —me dijo, irradiando alegría.
Y antes de que pudiera procesarlo, solté las palabras que llevaba tanto tiempo guardando:
—¿Quieres ser mi novia?
Fue una frase inesperada, directa, y cargada de todo lo que había acumulado en mi interior. Cuatro palabras que resumían mis emociones, pero que también traían consigo un riesgo enorme. Para algunos, aquello podría ser visto como un acto impulsivo; para mí, era un salto al vacío.
Su respuesta evidentemente fue no ya que era una pregunta que parecía broma por lo repentina que fue, no me sentí mal porque realmente no esperaba nada pero era la primera y única escapada de mis sentimientos antes de todo.
Seguimos tan bien como siempre, como si eso nunca hubiese pasado hasta que lastimosamente un día nos dijo
-mi papá está muy enfermo y si llegase a morir su última voluntad fue que se le enterrara en su pueblo lejos de aquí-
Yo me puse triste, una porque eso le afectaba bastante y segunda porque eso significaba que se iría lejos de mi y que nunca más la vería