Un encuentro inesperado
Las luces del bar parpadeaban con un resplandor tenue y cálido, pero Adán 1 solo veía sombras. Su cuerpo aún sentía la presión de la última misión, la más brutal hasta el momento. África lo había devorado con su violencia descontrolada, y la sangre que cubría sus manos no era solo de sus enemigos, sino de aliados, civiles, incluso de aquellos que nunca debieron haber estado en medio del conflicto.
Aún podía escuchar los disparos, los gritos apagados por las llamas, el olor a pólvora y muerte impregnando su piel como un tatuaje invisible. Pero él no titubeó, no dudó. Porque un Adán nunca lo hace.
Cuando la misión terminó, no sintió satisfacción. No sintió nada.
El informe decía “objetivo neutralizado”, pero neutralizar era solo un eufemismo para describir la matanza sin sentido que acababa de perpetrar. Durante años, había aceptado que su labor no era cuestionar, sino obedecer. Pero esta vez… esta vez sintió algo distinto. Un vacío más profundo que de costumbre.
Tomó un vuelo privado con un pasaporte falso y aterrizó en un país que no figuraba en sus órdenes. Lo hacía después de cada misión para evitar rutinas predecibles. Lo primero que hizo fue dirigirse a un hotel discreto, un refugio temporal donde podría recuperarse y procesar lo sucedido.
Ya en su habitación, se despojó de su chaqueta y se quedó en silencio, sentado en el borde de la cama. Había algo diferente en él, algo que lo inquietaba.
Se llevó las manos al rostro y respiró hondo. La imagen de los civiles atrapados en el fuego cruzado se filtró en su mente. No eran el objetivo. No debían estar allí. Pero la orden había sido clara: “eliminar cualquier obstáculo.”
Por primera vez en su vida, se preguntó si lo que hacía estaba bien.
Un Adán nunca duda.
Pero él, por primera vez, estaba dudando.
—Necesito aire.
Se levantó y bajó al bar del hotel.
Una sombra en el bar
El lugar no estaba lleno, pero había suficientes personas para que la música y las conversaciones se mezclaran en un murmullo constante. Adán caminó con la seguridad de alguien que conoce cada salida, cada posible amenaza, cada mirada que no debería estar ahí. Se sentó en la barra y pidió un jugo de naranja.
Nunca bebía alcohol. El licor embotaba los sentidos y eso significaba la muerte.
Tomó un sorbo y cerró los ojos por un instante. Solo un momento para desconectarse. Pero entonces, una voz lo sacó de su breve escape.
—Hola, Adán 1.
La frase lo congeló.
No por las palabras en sí, sino por quién las decía.
Un hombre común, vestido con ropa sencilla, sin nada llamativo, sin señales de ser una amenaza. Un rostro tan ordinario que fácilmente podría desaparecer entre la multitud. Pero Adán 1 nunca olvidaba un rostro.
Giró la cabeza lentamente y lo miró. Su voz fue un susurro afilado.
—Piensa muy bien lo que vas a decirme… pueden ser tus últimas palabras.
El hombre sonrió con cansancio, como si esperara esa reacción.
—Soy... o bueno, era uno de los creadores de los Adanes.
Adán 1 sintió un escalofrío recorrer su columna vertebral.
—Y aquí me tienes, en un rincón perdido del mundo, esperando hasta que llegaras.
Adán no habló, solo observó, analizando cada palabra, cada gesto.
—Tú sabes que las cosas ya no están bien en la organización. Los Herodes eran creyentes del bien, pero ahora solo nos venden al mejor postor para cumplir sus caprichos.
El hombre bajó la mirada, como si las palabras le pesaran demasiado en la lengua.
—Lo que haces… no es lo que te dijeron que sería. No estás protegiendo a nadie. Solo estás siendo usado como una herramienta para un plan mucho más grande.
Los nudillos de Adán 1 se crisparon alrededor del vaso.
—Quisieron crear al ser perfecto, pero cuando no pudieron, escogieron personas sin futuro, pero con habilidades.
El hombre hizo una pausa, su voz se quebró un instante.
—Yo entré porque creía en ellos. Me lavaron el cerebro incluso más que a ti, porque tenía una habilidad específica. Una maldición, en realidad.
La forma en la que lo dijo hizo que Adán 1 lo viera de otra manera. Este no era un hombre común. Quizás lo había sido antes, pero ya no.
—Pude salir de milagro. Después de lo que vi… francamente fue demasiado. Me engañé diciéndome que el fin justifica los medios. Pero no.
Se rió con amargura.
—Hui. No me preguntes cómo, pero salí. Más muerto que vivo. Sin nombre, sin dinero, sin vida. Y me escondí en el único país donde pensé que no me buscarían. Pero entonces… te vi.
El hombre lo miró con intensidad.
—Sabes… fui uno de los que aprobó tu entrada. Nunca me viste, pero yo sí a ti.
Adán sintió un latido sordo en su cabeza. Algo en su interior le decía que debía matarlo ahí mismo. Era un riesgo. Era un cabo suelto.
Se levantó con un movimiento lento y controlado.
—No sigas.
El hombre parpadeó.
—Agradece que sigues vivo solo porque no eres mi objetivo.
Su voz era un filo de hielo.
—Ahora dime qué quieres de mí, y más vale que sea algo que me interese.
El hombre respiró hondo.
—Lo vi. Vi todo el plan. El real, no el que te contaron.
Adán 1 se mantuvo en silencio.
—Todo es una mentira, una fachada. Lo que haces… —el hombre sacudió la cabeza— es un juego comparado con lo que se viene.
Adán 1 frunció el ceño.
—No estás listo para ello.
El hombre sonrió con una tristeza infinita.
—Bueno… ¿quién lo estaría?
Adán sintió un hormigueo en la nuca. Algo que no había sentido en mucho tiempo: incertidumbre.
—Solo quiero decirte algo.
El hombre inclinó la cabeza, como si estuviera decidiendo si debía seguir adelante.
—Si me dejas, te contaré la verdad de toda la organización.
Hizo una pausa.
—Y el plan de los Herodes para que el mundo—
Sus ojos se encontraron con los de Adán 1.