El aire en la habitación del hotel, impregnado de la urgencia de la revelación, se disipó cuando Adán 1 y el doctor recogieron sus pertenencias. La misión los llamaba, un viaje a Rusia que prometía desentrañar los oscuros secretos de la organización. Adán, con su mente analítica, aún procesaba la información compartida en el bar. La corrupción de los Herodes, la existencia de Adán 2, la existencia de más Adanes... todo encajaba en un rompecabezas que amenazaba con desmoronar su mundo. "Un Adán nunca cuestiona sus órdenes", resonaba en su mente, un mantra grabado a fuego. Pero en su interior, una chispa de duda se encendía, alimentada por la creciente conciencia de la injusticia.
Al llegar a la estación de tren en Europa, el frío penetrante les recordó la distancia que estaban dispuestos a recorrer. El tren, un monstruo de metal que serpenteaba a través del paisaje invernal, los llevó hacia San Petersburgo. Adán y el doctor se acomodaron en sus asientos, el silencio interrumpido solo por el traqueteo del tren y el murmullo de los demás pasajeros. Adán, con su mirada penetrante, rompió el silencio: "¿Cómo encontraremos a Adán 2, si me encontraste a mí casi por casualidad?".
El doctor, con su voz cargada de misterio, respondió: "Las casualidades no existen, Adán. El destino nos ha unido en este camino. Hay una misión en Rusia, un trabajo que, por su bajo perfil, fue asignado a Adán 2. Sabes de su reputación, ¿verdad? Un hombre sin escrúpulos, capaz de cualquier cosa para lograr su objetivo. Tú eres la sombra sigilosa, él, la tormenta sangrienta".
"¿Y después de encontrarlo, qué haremos? ¿Iremos con el archivero de las llaves?", preguntó Adán 1, su voz apenas un susurro.
"El archivero", repitió el doctor, "el guardián de los secretos más oscuros de la organización. Posee las llaves de los cofres de piedra, donde cada Herodes guarda sus pecados".
"Supongo que cada uno de ellos tiene su propio cofre, ¿verdad?", dijo Adán 1, su mente trabajando a mil por hora.
"Exacto", confirmó el doctor. "Cada acto de traición, cada vida arrebatada, todo está registrado en esos cofres. Y solo el archivero, el hombre más leal a la organización, tiene acceso a ellos".
Adán frunció el ceño. "¿Y cómo crees que nos dará esa información? Es el hombre más leal a la organización".
El doctor sonrió con amargura. "Ahí es donde Adán 2 juega su papel. Tú, Adán, eres un maestro de la infiltración, pero Adán 2... él es un maestro de la persuasión. No se detendrá ante nada para obtener lo que quiere".
"¿Y se unirá a nosotros?", preguntó Adán 1, su voz cargada de escepticismo.
El doctor asintió. "Adán 2 es un lobo solitario, un rebelde que nunca pudo ser domesticado. Ni drogas, ni lavado de cerebro, nada pudo doblegarlo por completo. Conoces la regla de oro: un Adán nunca dice no. Pero nunca nos dijeron cómo debíamos cumplir nuestras misiones. Adán 2 se deleita en esa ambigüedad. Se rumorea que siempre ha querido ser el número 1, que su orgullo es su mayor debilidad. Y nosotros, Adán, podemos usar eso a nuestro favor. Tendrás que ofrecerle tu puesto, tu título, para ganarte su confianza".
Adán 1 guardó silencio, su mente luchando con la idea de renunciar a su posición. Ser el mejor era todo lo que conocía, su identidad, su propósito. Pero la corrupción de la organización, la amenaza que representaba para el mundo, lo obligaba a reconsiderar sus prioridades. "Lo que sea necesario", dijo finalmente, su voz firme. "Estoy prácticamente jubilado. Quiero acabar con los Herodes y desaparecer. Que alguien más se quede con las migajas de la organización no me importa".
El doctor asintió, su mirada fija en el paisaje que pasaba rápidamente por la ventana. "Cuando lleguemos a San Petersburgo, las cosas se pondrán difíciles. Habrá cosas que no entenderás, decisiones que tendrás que tomar por tu cuenta. Confío en tu criterio, Adán. Nuestro plan es un laberinto sin salida, pero debemos empezar por algún lado". Le dio una palmada en el hombro a Adán, un gesto de camaradería en medio de la incertidumbre.
Adán lo miró a los ojos. "¿Y crees que todo esto te redimirá? ¿Crees que podrás expiar tus culpas?".
El doctor suspiró. "Después de esto, podré vivir en paz, sin el peso de mis remordimientos".
Adán 1 sonrió con ironía. "¿De verdad crees que saldremos vivos de esto?".
Ambos se miraron, y por primera vez desde su encuentro, una leve carcajada se escapó de los labios de Adán.
El doctor sonrió. "Sabía que eras humano después de todo".....