La llegada a San Petersburgo fue rápida, con un aire helado que no solo entumecía los dedos, sino que parecía congelar hasta el alma. El país más clandestino del mundo los recibía con su eterno manto de nieve y sombras alargadas. Adán 1 no sabía qué esperar de Rusia ni de Adán 2, el hombre que ansiaba ser el número uno, no por lealtad a la organización, sino por el hambre insaciable de demostrar su superioridad ante los Herodes.
El científico, cuyo nombre nunca había sido pronunciado, ya tenía un plan. Lo había ideado mucho antes de que Adán 1 siquiera sospechara la existencia de su homónimo. Sabía que para arrastrar a Adán 2 a su causa, necesitarían algo más que palabras; debían tocar su ego, su ambición, su rabia.
Adán 1, sentado en la sala estrecha del hotel alquilado, encaró al anciano con la mirada afilada de un depredador que aún no ha decidido si atacar o escuchar.
—Dime, genio de la organización, ¿qué haré para encontrar a Adán 2 e incluirlo en nuestro maravilloso plan?
El científico sonrió, un gesto breve, casi imperceptible, como si disfrutara del desafío que se avecinaba.
—Adán 2 tiene una misión aquí: secuestrar al hijo del traficante de armas más poderoso de Asia. Un encargo especial de un Herodes que, al parecer, se burló de él. Quiere demostrarle que no es alguien a quien deba subestimar… Sabes a lo que me refiero.
Adán 1 cruzó los brazos, procesando la información.
—¿Y cómo se supone que lo encuentre?
—Habrá una fiesta, una reunión privada donde se negociará una de las mayores compras de armas de la última década. Tú entrarás como un posible comprador. Allí, entre asesinos y mercenarios, estará Adán 2.
Adán 1 chasqueó la lengua.
—Demasiado fácil.
El científico se inclinó hacia adelante con un brillo sombrío en la mirada.
—Ah, pero lo difícil no es encontrarlo. Lo difícil será convencerlo de que abandone su misión y se una a ti. Sabes la primera regla…
Adán 1 lo interrumpió con impaciencia.
—Sí, sí… "Un Adán nunca cuestiona sus órdenes".
El anciano sacó un pen drive del bolsillo interior de su abrigo y lo dejó sobre la mesa con un gesto teatral.
—Aquí tienes la información que necesitas, además de tu invitación al evento.
Adán 1 tomó el dispositivo sin apartar la mirada del científico.
—Tenías todo listo, ¿verdad?
—Te lo dije, Adán. Soy un genio.
La risa del anciano fue breve, seca, mientras cerraba los ojos y se acomodaba en el sillón. En cuestión de minutos, el sueño lo reclamó.
Adán 1 lo observó en silencio, preguntándose qué lo había llevado hasta aquí. ¿Qué clase de atrocidades habría cometido ese hombre para que, en esta etapa de su vida, decidiera traicionar a la organización a la que había servido toda su existencia? ¿Por qué no simplemente los eliminaba y destruía toda la información en su poder?
El Adán de antes no habría dudado en matarlo mientras dormía, pero ahora... ahora las preguntas se acumulaban en su mente como un veneno lento. Sus dedos tamborilearon sobre la mesa.
"Si acabamos con esto… supongo que los dos podremos descansar… en paz."
—
El día siguiente comenzó con una niebla densa cubriendo la ciudad. Adán 1 salió temprano en busca de un traje y los implementos para la misión. San Petersburgo era un laberinto de rostros sin nombre y miradas furtivas. Siempre había creído en la paranoia como un síntoma de debilidad, pero aquí, en este país donde la traición era casi una tradición, no podía ignorar la sensación de estar siendo observado.
Cuando salió de una tienda y dobló una esquina, sintió una presencia siguiéndolo. No dudó. En un solo movimiento, giró, atrapó al perseguidor por el cuello y lo estampó contra la pared helada del callejón.
—Cinco segundos —susurró, con una calma que resultaba más aterradora que cualquier amenaza—. Dime quién eres.
El hombre, con la respiración entrecortada, levantó las manos en señal de rendición.
—S-señor… solo soy un carterista… no me mate… tengo esposa e hijo…
Adán 1 no parpadeó. Su entrenamiento le decía que un objetivo era solo eso: un objetivo. ¿Cuántas veces había escuchado súplicas similares antes de ejecutar un disparo? ¿Cuántas voces había silenciado con la misma indiferencia con la que se apaga un cigarro?
Un destello cruzó su mente. Los gritos, los rostros, las miradas aterrorizadas.
"Nos lavaron bien el cerebro, ¿verdad, científico?"
Con un suspiro, sacó unos billetes de su bolsillo y los deslizó en la mano temblorosa del ladrón.
—Lárgate.
El hombre no esperó a que se lo repitieran. Salió corriendo, perdiéndose entre la multitud.
Adán 1 se quedó allí, en la penumbra del callejón, inhalando el aire frío, como si intentara absorber su propia incertidumbre. Durante años, había sido la herramienta perfecta, el asesino sin identidad, el fantasma de la organización. Pero ahora, por primera vez, había dudado.
Se acomodó la chaqueta y sonrió con ironía.
"Cuando todo termine… ¿podré salir por la puerta grande? ¿O mis demonios me seguirán hasta el fin de mis días?"
Miró su reflejo en un escaparate cercano.
"Si no es así… entonces pelearemos eternamente en el infierno."
Y con ese pensamiento, se adentró en la ciudad, listo para enfrentarse a la tormenta que le esperaba.