Me despierto a las dos de la mañana sobresaltada debido a un ruido en el salón. Me levanto de un salto de la cama y bajo con mucho miedo. Para mi sorpresa es Dani, está borracho y no tengo ni idea de qué hace aquí ni de cómo ha entrado. Está en la cocina abriendo la nevera y buscando algo, me acerco lentamente a él intentando que no me vea, pero se gira ya a que le he dado con el pie a algo y ha hecho un ruido tremendo. Seré torpe.
—Hola, guapa —dice seductor.
Maldigo para mis adentros y veo como se acerca coqueto a mí.
—Estás borracho Dani, sal de mi casa por favor, es tarde. ¿Cómo has entrado? —digo preocupada.
—Encima que me he estado media hora buscando la casa, ¿ahora me echas? He entrado por la ventana de la cocina, estaba abierta. Ciérrala se te puede colar gente —dice riéndose.
Suspiro frustrada y me tapo la cara con las manos, en escasos segundos noto como Daniel me separa las manos de la cara y me las acaricia suavemente. Me empiezo a poner nerviosa y evito contacto visual con él.
Veo a cámara lenta cómo se va acercando a mí hasta rozar mis labios, tan de cerca puedo notar aún más el olor que desprende a alcohol. No puedo separarme, me he vuelto adicta a sus besos y no me gusta para nada esa idea.
Tocan al timbre sobresaltándonos y nos separamos. Me arden las mejillas, seguro que me he puesto súper roja. Voy a la entrada dejando a Daniel en la cocina, cuando abro la puerta de reojo veo como se esconde detrás de la encimera, miro a la persona que tengo delante y reconozco enseguida a David, un compañero de la misma clase que Daniel.
—Hola Julia, ¿sabes dónde está Dani? —pregunta rascándose la nuca.
Miro a Daniel, el cual me hace un gesto a modo de súplica para que diga que no. Vuelvo a mirar a David y suspiro mirando el suelo.
—No, no tengo ni idea —digo cerrando los ojos.
—Vale, gracias. Siento las molestias, es que me habían dicho que estaba por aquí... Bueno, voy a buscarlo. Adiós —sonríe y finalmente se va.
Cierro la puerta y me apoyo en ella algo frustrada, miro a Daniel que se acerca a mí y me cruzo de brazos.
—Casi, que pesado —dice riendo.
Parece que se ha calmado un poco y ya no está tan borracho, pero aún desprende un olor muy fuerte a alcohol.
—Daniel vete, quiero descansar... —digo sin mirarlo.
—Uno; llámame Dani. Dos; no me voy a ir. Y tres;... —se acerca a mí seductoramente.
Me agarra por la cintura con las dos manos pegándome mucho a él haciendo que nuestras caras queden a pocos centímetros. Intento resistirme, pero no puedo; sus ojos me vuelven completamente loca.
Mira mis labios y acerca lo suyos a los míos, los roza y me besa desesperadamente. Seguimos así durante un buen rato, no tengo ni idea de cómo hemos acabado en el sofá, él encima de mí pero sin dejar caer peso. Con Daniel pierdo la noción del tiempo.