Adele: Alma De Gitana (serie Femme Fatale #4)

CAPÍTULO III (PARTE I)

La mujer colocó a la pequeña niña en su pecho, caminando con prisa y con las piernas temblándole. Debía irse de allí, aquella celebración había sido la gota que había colmado el vaso. Un hombre alto y pelirrojo irrumpió también en la estancia, caminando a sus espaldas. La tomó del codo e hizo que girara sobre sus talones.

  

 —¿Por qué hiciste eso? —inquirió él, con gravedad. 

—¡ESO DEBERÍA PREGUNTARTE YO A TI ¡¿POR QUÉ HICISTE ESO, Calem?!—replicó una mujer con la voz desgarrada, ocultando a la niña entre su pecho. Tomó su manita y un nudo se formó en la garganta al ver su pequeño dedito aun sangrando—. Él le hará daño.... ¡TE HE DICHO QUE LE HARÁ DAÑO MILES DE VECES Y AÚN ASÍ TE ATREVISTE A QUITARMELA Y HACER UN PACTO DE SANGRE CON ÉL!¡LE HARÁ DAÑO A ELLA Y LE HARÁ DAÑO A QUIENES LA RODEEN, PERO TÚ HAS HECHO OÍDO SORDO! —lloró, desconsolada, cubriéndola aún más, en un acto de sobre protección. 

  

El hombre acortó la distancia y acunó su rostro, intentando calmarla para que sus sollozos cesaran. 

— Nada de eso se cumplirá. Nadie le hará daño, ni a ella ni a nadie, mi amor, te lo prometo—acarició su mejilla y la cabeza de su pequeña hija—. Mi hermosa hada, esto es por el bienestar de mi clan, necesitamos enmendar nuestro error para con Kendrick y esta es la única forma.  

—¿Lanzando tu hija a una manada de lobos hambrientos? ¿Obligándola a unirse a una familia sanguinaria y tirana? ¿Es esa la forma de proteger a tu hija? —inquirió con voz gélida—. Cruzaste una peligrosa línea con ese maldito pacto de sangre, Calem. Te atreviste a imponerle un destino miserable a nuestra hija. No permitiré que se cumpla ¿Entiendes? ¡No dejaré que nadie, más que ella, escoja lo que desea! 

—¡PUES NO TIENES OPCIÓN! — jadeó asustada al escucharlo gritar. La pequeña comenzó a llorar—. ¡TIENES QUE HACER LO QUE YO TE ORDENE PORQUE ERES MI ESPOSA! ESTE ES MI DEBER Y TÚ NO DEBES METERTE EN ESTE ASUNTO A PARTIR DE AHORA. 

  

La mujer se alejó, meció a la bebé, sin dejar de mirarlo, con el rostro lleno de lágrimas. Calem endureció sus facciones para disimular lo herido que se sentía al ver su mirada llena de decepción y desprecio. Ella no lograba comprenderlo y ya había colmado su paciencia con el escándalo que había hecho. Casi había arruinado todo.  

Agachó la mirada, sin dejar de mecer a la niña para calmarla y asintió, haciendo una reverencia. 

—Como diga...esposo. 

Abandonó el lugar. Calem suspiró. Deseaba ir tras ella, pero tenía invitados que atender y tenía que mantenerse firme y no demostrarse doblegada. Ya tendría oportunidad de verla, pedirle disculpas y hacerle el amor. Detestaba cuando peleaban. Odiaba verla así. Pero aquello era lo mejor y, sobre todo, lo correcto. 

  

  

  

Le dio un gran mordisco al pan relleno de ensalada y lo trituró en su boca, llena de rabia y frustración. 

—Es un maleducado desagradecido—refunfuñó, dándole otro mordisco al pan—. Está delicioso. Él se lo pierde. 

Abrió la puerta de su habitación y terminó de comerse el pan mientras seguía refunfuñando y caminando de un lado a otro, desahogando sus frustraciones. Sacó sus sábanas de la valija, sin dejar de murmurar juramentos contra el conde. Pensó, que al ser primo de Bari, tendría una pizca de amabilidad con ella y una mente abierta. Pero su mente era más cuadrada que su cajita de frascos. Tendió las sábanas en el suelo, le encantaba dormir en él siempre que tenía oportunidad. Decidió dormir y no hacerse tanta mente. Había sido un largo viaje y necesitaría muchas energías para su nueva jornada y para soportar al amargado conde de Rutland. 

Erick siempre se levantaba temprano para atender los asuntos del condado y, que, de esa forma, le quedase algo de tiempo para tratar las pestes. Ese día en particular no pudo concentrarse en su trabajo. Desde la noche anterior no había dejado de pensar en las palabras de Adele. Sí, se había comportado muy grosero con ella, pero a veces le resultaba imposible no hacerlo. Ya se encontraba predispuesto. Le guardaba mucho recelo porque era...hermosa y.…muy gentil. 

Suspiró y se levantó del escritorio. Una mujer como ella, que no tuviese padres, dotes o una buena educación, debía mantenerse a mucha distancia. Uno de los criados le dejó el desayuno en el escritorio. Miró el desayuno y luego a él. 

  

—¿Lo hizo la señora Stevenson? 

—Sí, señor. 

Acercó el plato y precedió a comer. El criado le tendió los cubiertos y la servilleta de tela—¿Ya despertó la señorita Adele? —el criado negó—. Mande a una de las criadas a despertarla, por favor. 

—Sí, señor. 

Continuó comiendo. Mientras masticaba, se preguntó a qué sabría una ensalada de brócolis y fresa. Negó con la cabeza una y otra vez ¿Por qué se planteaba preguntas tan estúpidas? 

—Señor, la señorita no está en su habitación y la cama está perfectamente tendida, como si nunca hubiese sido tocada. 

—¿Qué? —se levantó del escritorio ¿Se había ido durante la noche? ¿Era por lo que le había dicho? —. Prepare mi cabello. No debió irse tan lejos. Y revise todo el castillo por si se encuentra merodeando por ahí. 

—Sí, señor.  

Cabalgó hasta el pueblo. Si se había ido a pie tal vez pudiese conseguirla. Estaba confundido y de mal humor. No creía que hubiese sido tan mezquino como para ofenderle tanto y que ella se fuera ¿Por qué se había ido? ¡Y sin avisar, para colmo!  

¡Era ella quien actuaba groseramente! 

No supo por qué tuvo el impulso de seguir el camino del mercado central del pueblo, pero gracias a eso, logró verla caminando entre los toldos del mercado, con una canasta y sonriéndole al Doctor Weston, quien también sonreía y charlaba con ella amenamente. Apretó sus labios. Bajó del caballo de peor humor en el que se montó en él y caminó hasta ellos. 




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