—¿Disfrutó del libro?
—No lo he leído por completo, pero me ha encantado. Al conde también le encantó.
—¿Al conde? — asintió—. Me alegra—continuó caminando con ella por el jardín—. Usted y el conde....Se nota que tienen una buena relación.
—El conde es un gran hombre—Roderick sonrió a boca cerrada, sin responderle.
Ambos caminaron por los jardines, a distancias prudentes de los otros, que preferían no estar demasiado con la gitana. Desde que el doctor Jones había llegado, el conde hacía un esfuerzo sobrehumano para no dirigir su mirada a ellos, aunque en ocasiones fracasaba.
—Esa...señorita...—comentó Lady Stephanie mirando a su esposo—. ¿No le preocupa que esté demasiado con Roderick?
Erick apretó sus dientes y disimuló su descontento arreglando su saco y sonriéndole a Lady Alessia que no dejaba de hablar. No escuchó nada de lo que decía, ese revoltijo en el estómago al ver lo sonriente que Adele estaba con el doctor no le permitía concentrarse. A diferencia de las damas, Adele reía sin pudor alguno, haciendo que todos ellas los vieron descontentas, incluso él.
—La señorita Adele es una compañía que cualquier hombre desearía tener, querida—le respondió el hombre— ¿Me equivoco, milord? —se dirigió a Erick, sonriéndole con hipocresía.
—No se equivoca.
—¡¿Qué cosas dicen estos caballeros?! Querido, puede que sea una grata compañía temporal, pero no permanente. Por favor, no dejes que Roderick esté demasiado con ella o se encariñe. Lo menos que quiere es tener algún parentesco con ella.
—Pues, si mi hijo desea tener un parentesco con una joven como la señorita Adele, yo no podía pedirle nada más a este mundo más que mi hija también despose a un buen muchacho, sin importar su dinero o procedencia.
George y Agathe se dieron miraditas, la joven se sonrojó y este disimuló su sonrisa. El conde estremeció de sólo imaginarse a Adele contrayendo nupcias con el heredero. Dios. Era una imagen que no le gustaba para nada, al contrario, la aborrecía.
—George—el joven miró atento a su patrón—. Ya es mediodía, debo buscar el arriendo de la granja de los Barrington y hablar con ellos.
—Oh, claro, milord, de inmediato le busco los documentos que va a enseñarle. La señorita Adele me dijo ayer que enviaría una carta ¿Puede ir a llevarla por ella?
—Puede ir a preguntarle. Por mi parte no hay problema—el hombre asintió—. Discúlpenme, pero tendré que ausentarme por unas horas.
—No se preocupe, el dinero siempre está primero, milord—le sonrió Lady Alessia. Su madre le dio un puntapié— ¿Podemos pasear mientras buscan los documentos? Me ha encantado su jardín.
—Por supuesto—miró de reojo a Adele, cruzaron miradas por breves segundos. Esta le sonrió, emocionada. Apartó la mirada, enojado y sin saber por qué. No vio como la sonrisa de Adele decaía poco a poco.
Ambos se veían muy bien, eran una bonita pareja. Unos condes ejemplares.
¿Por qué sentía aquella pesadez en el pecho entonces?
—Señorita Adele—George se acercó a ella, saludó al doctor jones y volvió dirigirse a la gitana—. El conde irá centro del pueblo. Ayer me preguntó por el centro de correspondencia para enviar una carta, así que si desea puede enviarla con él.
—Pero, George, te dije que quería llevarla yo personalmente.
—¿De verdad? Juro que no lo recuerdo. En ese caso, el conde puede acompañarla—Roderick sonrió al escucharlo. El conde era astuto, no esperaba menos de alguien como él.
—Puedo acompañarla yo, no tengo inconveniente, el camino que tomaré es más cercano que el del conde que va a las granjas, supongo. Así se ahorraría ese esfuerzo.
—De hecho, el conde me manda a decirle que hay una yegua que cree que está en estado y le gustaría que le examinara. Teme que, si no lo haga, muere.
—No—musitó Adele—. ¿Cuál es la yegua? ¿Hestia? —George asintió. Adele lo miró mortificada, el doctor Jones la miró a ella ¿Acaso no podía notar lo que pasaba? —. No se preocupe por mí, puedo ir perfectamente a la correspondencia, puede encargarse de Hestia.
—Pero—
—¡Iré a buscar la carta y a Erika!
Para: Bari Beaumont . Londres.
Acarició el sobre amarillento y luego lo guardó en su pequeño bolso tejido.
—¿Es para Úrsula? — se exaltó al escuchar la voz del conde, ha permanecido en silencio durante todo el viaje—. Disculpe si soy entrometido.
—Descuide. Sí, es para Úrsula—él asintió y vuelve a guardar silencio. Adele sintió que se asfixiaba en ese espacio tan pequeño del carruaje, a pesar de estar descubierto, se sintió aprisionada, como si él supiera que estaba mintiendo y que en cualquier momento la descubriría—. ¿Me diría dónde queda la correspondencia a partir de aquí? Me gustaría caminar.
—¿Caminar? —frunció el ceño. Adele asintió efusivamente. Suspiró con fuerza—. Baje del carruaje. La acompañaré.
—¿Qué?
—Aún estamos lejos del lugar de correspondencia. El acompaño hasta que tengamos que tomar caminos separados, de ahí puedo decirle la dirección —no le dio ni chance de responder, ya se había bajado y había tendido su mano para ayudarla a ella. Dubitativa, la tomó, el conde la apretó levemente.
Caminó rápido, sin siquiera esperarlo, estaba agitada, el rostro le ardía y sentía algo de vértigo.
—La esperaré aquí para volver a casa, bajo ninguna circunstancia se vaya sola. Es peligroso.
Quiso decirle que había viajado por el mundo sola y no necesitaba protección, pero se abstuvo y continuó su camino, asintiendo a sus palabras, aliviada por separarse del conde. No tardó en llegar a la oficina de correos, envió su carta de inmediato a Londres, esperando que Bari la recibiera cuanto antes y que Úrsula no se diera cuenta de nada. Confiaba en que el alquimista pudiese ayudarle a cambiar el destino que tanto veía en sus sueños.
#1128 en Otros
#224 en Novela histórica
#3139 en Novela romántica
epoca victoriana, amistad amor romance violencia drama, aventura mujeres fatales
Editado: 02.11.2020