Adele: Alma De Gitana (serie Femme Fatale #4)

CAPÍTULO VIII (PARTE II)

Jane le informó que el conde ya había llegado estaba reunido con los invitados en el salón, tomando la merienda. Asintió y subió a su habitación. Dejó las prendas sobre el colchón y las observó por largos minutos. Se llevó las manos al cabello y caminó de un lado a otro.  

—¡¿Cómo no notaste que te gusta el conde, Adele?!—se reprochó.  Se lanzó a la cama y suspiró. Tomó las prendas y sonrió al verlas—. ¿Cómo no podría gustarte?

   

   

—Tráigale más té al conde. No se despegue de la chimenea, milord, debe secarse—Lady Alessia lo atendió, como toda una esposa, les dio órdenes a los criados y le reprochó que se hubiese mojado mientras el resto de los invitados los veían divertido. El conde no estaba para nada divertido, no dejó de mirar hacia la puerta.  

—No debió dejar que la señorita Adele se fue sola—le comentó Roderick.  

—Ella lo deseó así.   

—Y es lo mejor. Ella sabe muy bien cuál es su sitio—expuso lady Stephanie.  

No la vio en todo el día, la señorita Jane le avisó que llegó, pero que no deseó asistir al salón. Tampoco asistió a la cena. Y es cuando fueron nuevamente al salón, que logra verla en una esquina de él, leyendo el libro que el doctor Jones le obsequió. No pudo evitar sonreír al ver que llevaba puesto las prendas que él les había regalado y lo increíblemente hermosa que se veía con ellas. Ni siquiera sabía en qué pensaba cuando le había dado esos vestidos grises que no le hacían justicia.   

Las mujeres miraron su vestimenta con desagrado, Agathe le dijo que se veía muy hermosa y que le encantaría un turbante como el de ella mientras que Roderick le sonrió, se acercó a ella y le dijo en voz baja:  

—Es usted la más hermosa de este salón. Pero no le diga a Agathe que lo he dicho—Adele no pudo evitar reír al escucharlo, haciendo que todo el buen humor que el conde había tenido al verla, se esfumara.  

—¿Por qué no nos cuenta de sus viajes, señorita Adele? —inquirió el conde de pronto, intentando que se incluyera, aunque solo era una absurda excusa para escuchar su voz dirigiéndose a él y no al doctor Jones.  

Adele accedió sin problema, pronto se vio relatando lo que había visto y conocido, los hombres estaban encantados y las mujeres—aunque nunca lo admitirían—le guardaban envidia. Erick la escuchaba y la veía con atención, como sus ojos brillaban con cada aventura o cosa aprendida. Lady Alessia—quien era la que estaba atenta a cada gesto del conde—lo notó de inmediato, cualquiera que lo viera y tuviese dos dedos de frente lo hubiese notado.  

—¿Por qué no nos cuenta sus experiencias militares, señor Jones? —inquirió la dama, intentando desviar la atención que todos tenían sobre la gitana.  

El veterano sonrió, Adele también se mostró interesada en todo lo que había hecho el hombre. Había viajado a América como marino, en misiones de traslado. Luchó contra los piratas y fue ascendiendo hasta llegar a ser un respetado coronel y acumular riquezas. Había conocido muchas culturas y estaba maravillado con todas ellas. Lady Alessia lo miró con disconformidad.  

—Sus relatos no son tan excitantes como Agathe o mi madre me contaron. Madre, ha usted vanagloriado demasiado al señor Jones, pensé que había participado en guerras sangrientas, luchado por la corona—dijo emocionada la pelinegra. El hombre sonrió.  

—Me temo que solo fueron viajes y misiones, que a veces eran un poco arriesgados. Pero, aunque parezca increíble, jamás atenté contra una vida. Creo que jamás podría hacerlo—expuso. Guardó silencio y miró al Conde, que hacía mucho había dejado de prestarle atención—. Pero si hablamos de campañas militares y soldados ejemplares, no podemos dejar a Lord Beaumont de lado—comentó.  

El conde alzó la vista, mirándolo con seriedad. Adele sintió como su corazón se detenía por breves segundos. Observó el intercambio de miradas con un nudo en la garganta. Hostilidad y reproche en la mirada más anciana. Amenaza y miedo en la otra.  

—¿Sirvió usted a la corona en la armada, Lord Beaumont? —Lady Alessia lo miró con interés—. ¡Eso es maravilloso! —exclamó, fascinada. Adele se removió, turbada y conmocionada por la revelación. Erick la miró, atento a cada reacción de la gitana y maldiciendo internamente al señor Jones por su malintencionado comentario.  

Era evidente que deseaba dejarlo mal parado con ella. No lo iba a permitir.  

—Para ese entonces, no era más que el tercer hijo de un duque, así que tuve que hacerme paso entre las tropas reales para intentar obtener status— a Adele no le gustó el camino que estaba tomando la conversación.  

—Y vaya paso que se abrió—rio el señor Jones—. El lobo rojo—comentó divertido. El conde apretó su mandíbula. Maldito hombre— ¿Cuántas tropas comandaba el coronel más joven de las tropas de la india? Los rumores dicen que fueron cinco. Las tropas del lobo rojo arrasaron con todos esos indios y le concedieron la victoria a la corona en un territorio extenso y difícil. Es toda una proeza. La tríada de lobos. Uno en la india, otro en áfrica y el otro en las colonias americanas. Los tres le brindaron un gran territorio a la reina con sus estrategias y métodos despiadados—la vista de Adele se nubló al escucharlo—. Aún me sorprende que haya aceptado el título de caballero en ese entonces pero que se haya negado a las riquezas, milord. Usted, ante los ojos del reino unido, es un héroe de la patria. Aunque no puedo decir que el mundo exterior piense lo mismo—expuso el veterano, con una sonrisa fingida que dejaba ver lo mucho que le desagradaba por sus actos del pasado.  

 Erick le echó un vistazo al terrateniente, inexpresivo, acostumbrado ya a esas miradas de desprecio que los, liberales, extranjeros y personas que hubiesen sufrido por mano suya le daban. Realmente no le importaba lo que pensara de él, hace semanas que la opinión del resto había dejado de interesarle. Sin embargo, había un solo rostro en el que no soportaría ver aquel desprecio y estaba sentada en una esquina del salón, con la mirada gacha y demasiado lejos como para tratar de intuir qué pasaba por su mente.  




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