Adele: Alma De Gitana (serie Femme Fatale #4)

Capítulo IX

—¡Miseria, miseria y más miseria! —gritó el hombre, rompiendo el billete que aquel payo imbécil le había dado a su esposa. 

—¡¿Qué haces?!—lloriqueó la mujer al ver el dinero hecho trizas. 

—¡No aceptes las limosnas que te da ese miserable payo por vestir a su puta! —se agachó y tomó el rostro de su esposa—. Mereces mucho más. Merecemos, mucho más. 

—Tu padre dice que son buenas personas, y nos han ayudado. Renzo dice que cuando vayamos al norte estaremos mejor. 

—No hay tiempo para los planes del viejo, necesitamos comer ahora—acarició el vientre de su esposa—. Debemos actuar. 

Lo cierto era que las intenciones del hombre eran muchos más oscuras. No era la necesidad lo que lo movía sino la avaricia, la envidia y la arrogancia. 

  

 

Si Adele veía el mundo de colores con normalidad, estando enamorada estos se volvían mucho más vivaces. Estaba sentada en el jardín, arreglando los huecos que Erika había escarbado, las flores estaban hechas un desastre. Si Jasmine hubiese visto aquello, hubiese matado al animal.  

—Que desastre. Deberías castigar a Erika por esto— Erick se sentó a su lado, sin importar que se llenase de tierra, le sonrió, completamente enamorado—. Buenos días, Adele. 

No pudo evitar sonreír al escucharlo—. Buenos días—continuando arreglando las flores—. Y no puedo castigarla, está en su naturaleza. Solo me queda arreglar el desastre.  

—Puedo ayudarte. 

—No, usted debe ir al paseo—resopló con fastidio al oírla—. Si no lo hace, dará una muy mala impresión. 

—No me interesa—descansó su cabeza en el hombro de la gitana—. Quiero quedarme todo el día solo contigo. 

Cuando creía que su corazón no podía inflarse más, unas cuantas palabras del conde le demostraban todo lo contrario.  

Apenas estaba amaneciendo, los visitantes aún dormían y los enamorados hacían de las suyas para encontrarse, habían pasado toda la noche abrazados bajo el árbol de cerezos y cuando tuvieron que separarse lo hicieron a mala gana, ni siquiera esperaron a que el sol saliera del todo para volver a encontrarse. 

—Debe ir al paseo, despedirse de sus invitados con educación y dejarles una buena impresión. Aunque no tenga intenciones de desposar a Lady Alessia, es lo mejor para evitar enemistades. 

—¿Vendrás? 

—Prefiero quedarme. Estaré más cómoda aquí. Erika me hará compañía—le sonrió. 

—Comprendo. Será un día interminable ¿En qué pensaba al meterme en este lío? Ahora tendré que aclararle al señor Jones que no deseo contraer nupcias con Lady Alessia. 

—¿Yo? ¡Usted estuvo de acuerdo! 

—Porque era la única forma de que no te fueras tan pronto—admitió gruñón—. Ya me encargaré del asunto. Tal vez si hubiese notado antes lo que sentía... 

—Recuerde lo que siempre le he dicho; no se enfrasque en lo que pasó, sino en lo que pasará. 

—Y lo que pasará ahora, es que serás mi condesa—acarició su rostro y besó sus labios con suavidad. 

—Me asusta la idea de ser una condesa. No me lo mencione ahora, necesito digerirlo. Realmente no me gustaría estar en fiestas sociales y todo eso. 

—No te obligaré a hacerlo, a mí tampoco me agrada. Podemos viajar juntos, si es lo que gustas. 

—¿De verdad? —sonrió ilusionada. El conde asintió— ¡Oh, eso sería magnífico! Ya no hablemos más, vaya, vaya al paseo. Ya tendremos tiempo suficiente para hablar sobre eso.

El conde se despidió casi obligado por ella y se retiró. Sonrió y continuó arreglando las flores. 

—¡Auch! —miró su dedo. Se había pinchado con algo. Había una pequeña gota de sangre—. Eso ha dolido. 

La sangre manchó el pétalo de la violeta que tenía en su mano. Miró la flor, atenta. 

  

La imagen de Jasmine, completamente ensangrentada luciendo su kimono blanco, llenó su mente. Una sonrisa destrozada marcaba el rostro de la pelirroja. Lo siguiente que vio fueron unos pies descalzos y colgando. 

  

Soltó la violeta, espantada. Se llevó la mano al pecho, su corazón palpitaba rápido. Se giró al escuchar las arcadas de Erika. Estaba botando espuma por la boca. 

—¡Erika! —tomó al animal, estaba temblando. Reaccionó rápido y se levantó. Corrió hasta el castillo, en dirección a la cocina—. ¡Necesito huevos! 

—¿Qué ocurre señorita Adele? — inquirió la señora Stevenson, mirándola preocupado. 

—Erika está envenenada—dijo, buscando en todos lados. La señora Stevenson le tendió los huevos, asustada por lo que escuchaba. Miró a la zorra, que no se hallaba tan inquieta como de costumbre. 

Se alarmaron al escucharla ¿Quién podría haberla envenenado? La zorra no es que fuese una dulzura con todo el mundo, pero todos amaban la lealtad y cariño que le demostraba Adele y lo mucho que esta la quería. Eran inseparables. Jane estaba afligida, no quería ni mirarla a los ojos.  

  

Adele tomó tres huevos y la obligó a ingerirlos. 

—Vamos, Erika, vomítalo todo— La zorra comenzó a vomitar, pero no mejoraba, seguía temblando. 

La miró afligida. Erika no podía morir. Se tensó al escuchar unos sollozos. Miró a Jane, quien estaba en la esquina de la cocina temblorosa y llorando. 

—¡Lo siento mucho, señorita Adele! —rompió en llanto—. Ella me amenazó yo…Lo siento tanto—Adele se levantó para acercarse a ella. Jane cerró sus ojos con miedo al verla alzar su mano. Se tranquilizó al sentir que acariciaba su espalda. Adele le sonrió, con las lágrimas cayendo por todo su rostro. 

—Descuida. No fue tu culpa—se sintió más miserable al verla y comenzó a llorar con más fuerza—. Debo irme. Por favor, díganle al conde que he ido con el doctor Jones porque Erika se sentía mal, que no es grave y regresaré pronto—antes de que pudieran asentir, tomó en brazos a Erika. 

 Fue a las caballerizas, tomó un caballo y cabalgó hasta la residencia del doctor Jones. Esperaba que Erika pudiera recuperarse. 




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