Adele: Alma De Gitana (serie Femme Fatale #4)

CAPÍTULO XI

El mayordomo miró a la mujer de arriba hacia abajo, empalidecido. La experiencia que había acumulado tras años atendiendo al detective Pagano, lograron que el hombre no se mostrara sorprendido por el aspecto que tenía y la invitó a entrar. 

Adele tomó asiento en el sofá. Sus manos temblaban de solo recordar cómo había presionado el gatillo, su vista se nubló al recordar la mirada herida de Erick ¡Inmenso fue el deseo de quedarse a su lado! Pero debía hablar con Jasmine, detenerla, o de lo contrario, el desenlace sería inevitable.   

—Me queda poco tiempo... Me queda poco tiempo. 

Alzó la vista al sentir la presencia de alguien. Dos hombres estaban en el umbral de la puerta, viéndola con extrema atención, como si de una aparición se tratase. Apenas cruzó miradas con Niccolo, supo de inmediato quién era. 

—Usted, conoce a Lady Jasmine. Debe buscarla, debe buscar a Lady Jasmine.  

—Primero, dígame qué le ha ocurrido. ¿Qué relación guarda con Lady Jasmine? ¿Por qué debo buscarla? ¿Por qué está llena de sangre?  

—No puedo decírselo. Mientras menos personas sepan, menos serán los afectados—manifestó segura. Lo mejor era no esparcir aquel desastre en el que se hallarían envueltas. 

—Me temo, señorita, que, al venir aquí, ya soy un afectado— dentro de su desesperación, Adele tomó sus manos, turbándolo. Sorprendentemente, Niccolo no se apartó, ni siquiera cuando sus palmas estaban llenas de sangre seca. 

—Busque a Lady Jasmine, por favor. Estoy apelando a su misericordia y su bondad.  

El hombre no parecía turbado por tener a una gitana ensangrentada frente a él, mucho menos se mostró sorprendido a todo lo que le decía. Le pidió a su mayordomo que fuese por una manta y la observó con gravedad.  

—Aunque quisiese ayudarla, no sé dónde puede encontrarse Lady Jasmine—Adele sacó un papel amarillento del bolso tejido que guindaba de su hombro. Lo desdobló y se lo enseñó. Era el dibujo de una casa  

— Debe ir aquí—señaló el papel desesperada—. Estará allí, estoy segura.  

— ¿Lo hizo usted? —Adele asintió. Los detalles eran claros y minuciosos. Había una figura encapuchada dibujada frente a la casa—. Creo que reconozco este lugar. Iré de inmediato.  

—¿Cómo vas a confiar en la palabra de una gitana ensangrentada? ¡Hombre, que puede ser una trampa! —le reprochó su colega.   

—Una razón más por la que no puedes ejercer este oficio—Comentó Niccolo mientras le hacía un ademán a su mayordomo, este de inmediato entendió que quería que fuera a buscar su caballo—. Si no vas a arriesgarte, sobre todo, si quieres tener una larga vida, será mejor que dejes de ser detective—El mayordomo volvió a aparecerse con una manta en las manos. Niccolo la tomó y la colocó sobre los hombros de Adele, quien respingó, asombrada ante su gesto. Desde que tenía uso de razón, siempre le habían juzgado y menospreciado por ser una gitana, y aquel hombre que no la conocía en lo absoluto, le había abrigado—. Cuiden de ella mientras tanto. No tardaré. 

Adele asintió, sintiéndose reconfortada con el gesto desinteresado, lo que más necesitaba en ese momento, era calidez. Cerró sus ojos y las lágrimas retenidas recorrieron sus mejillas. Se abrazó a sí misma, sintiéndose tan vacía. 

—Erick...  

  —¿Quiere algo caliente para tranquilizarse? —inquirió el colega del detective con el ceño fruncido. Adele asintió, sonriéndole. 

El mayordomo encendió la chimenea y el hombre le llevó el té personalmente y se sentó a su lado, para vigilarla, no tenía tanta confianza como el lunático de Niccolo. Adele no dijo ni una sola palabra, se mantuvo distante y pensativa.  

¿Lograría persuadir a Jasmine? 

Debía mostrarle el dibujo de la casa, tenía el presentimiento de que la pelirroja estaba conectada a esas visiones y era una pieza crucial en la cadena de acontecimientos. Se sentía frustrada, desesperada y ansiosa. Su corazón se encogía y le dolía. Erick, Erick, Erick. Era el nombre que más inundaba su mente. Erick lastimando a su familia, Erick consumido por el odio. Era insoportable y demasiado para ella. 

 Él iba a buscarla, estaba segura, pero no podía dejarse ver hasta arreglar las cosas con Jasmine. Lo enfrentaría y estaba dispuesta a soportar su desprecio siempre y cuando él estuviese a salvo de aquel destino sangriento. 

 

Escuchó unos pasos apresurados cada vez más cercas y su corazón comenzó a latir desenfrenado y a la defensiva ¿Qué tal si el conde la había seguido y estaba enojado? ¿Qué tal si quería retenerla ahora y frustraba sus planes?   

—Jasmine—susurró al ver a la pelirroja entrar apresurada y preocupada. Se levantó de la silla y la vio con los ojos inundados de lágrimas. El manto rodó por sus hombros y cayó al suelo—. Necesito que me escondas…necesito que me escondas...no puede descubrirme.  

Debía persuadirla, debía retenerla.

Jasmine se recompuso como pudo y se acercó a ella, mirándola mortificada—¿De quién habla, Adele? ¿Qué ha ocurrido? ¿No estabas en el condado con Lord Erick de Beaumont?  

—No hablemos de eso. Lo importante aquí, es que debemos ocultarnos, Jasmine— se acercó a ella y la observó determinada. Tenía miedo, de lo que pudiese pasarla a ella, a sus hermanas y a Erick, pero no era una cobarde, aun así, debía procurar que sus visiones no se volvieran realidad—. Va a matarla, Jasmine. Él va a matarla.  

—Las dejaremos solas—comentó Niccolo al ver el recelo de Jasmine—. No se preocupe. Estarán a salvo aquí—Jasmine se mantuvo callada. Los hombres abandonaron la habitación y cuando la pelirroja se aseguró de que nadie los escuchaba, abordó a Adele.  

—Debemos irnos de aquí. Estas personas no son de confianza. Ni siquiera sé en qué pensabas al llegar aquí.  

Impensable. Tenía que mantenerla en ese lugar para intentar persuadirla y en cualquier otro lugar, el conde la encontraría.

—No puedo moverme de aquí. Es el único lugar donde estaré a salvo.  




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