Si su madre había hecho todo lo que estaba en sus manos y aún así el destino continuaba el mismo rumbo...
¿Qué le quedaba a ella?
—¿Que viste, Adelita? Dime que viste.
—Muerte—respondió con desdicha, una lágrima rodó por su mejilla—. Erick...—su voz se quebró—, él asesinará a Ivy y luego a nosotras—lloró desconsolada—. Y yo no pude matarlo…no pude matarlo...—comenzó a negar, con el rostro compungido y desesperado, como la persona que había empujado a los que más amaba hacia su propia destrucción. No se lo perdonaría.
Ella tuvo que evitarlo.
Y no pudo.
Porque lo amaba. Con todo su corazón.
Pero seguía sin comprender, ¿por qué Erick? Él no era el primogénito. Era el menor de tres hermanos, él se lo había dicho.
¿Le había mentido? Imposible.
Jasmine caminó hasta el fuego y arrojó la carta. De inmediato la hoja fue consumida por la candela. Volvió a acercarse a Adele y la tomó de los hombros, zarandeándola.
—Ninguna de ustedes morirá—espetó, mirándola determinada—. Nadie sabrá sobre esa carta, nadie se enterará nunca de la verdad. Burlaremos al maldito destino y trazaremos el que se nos dé la gana.
—¿Crees que no lo pensé? Hice todo lo que se me fue posible para tratar de cambiar los sucesos... Pero ya ves como resultaron las cosas—limpió sus lágrimas.
—Esta vez, será diferente. Yo voy a ayudarte. Debemos trazar un plan. Pero las chicas no pueden enterarse de esto. Debemos mantenerlas a salvo, en la ignorancia—Jasmine tomó su rostro—. Adele, nadie puede saber que eres hermana del príncipe de Kent. Nadie, ni siquiera Cristopher, no sabemos si él te busca para entregarte al primogénito de la casa Beaumont, no sabemos cuáles son sus intenciones—El terror alumbró el rostro de la gitana.
La mirada de Jasmine le atemorizó.
—¿Qué planeas hacer?
—Romper esta maldita cadena de una vez por todas y desligarnos de toda esta mierda. Ya hemos pagado demasiado por los actos de nuestros padres, hemos sufrido lo suficiente por los ambiciosos y miserables. O Cambiamos el curso de esta historia, o morimos en el intento.
—No. La única manera de cambiar el curso de esto, es siendo felices. Es olvidando, Jasmine. No voy a detenerte para que cumplas con tus deseos de venganza. Pero debes entender que, la única forma de romper esta cadena, es olvidar. Por más doloroso que resulte—la miró suplicante.
— Soy tan ambiciosa y voy contra todo, que me atreveré a cumplir mi venganza y romper la cadena. Quiera o no quiera, el destino va a tener que doblegarse ante mí—sus ojos se nublaron—. Y creo que ya sé cómo voy a burlarme de él—ensanchó su sonrisa. Se acercó a Adele y la abrazó, pero esta no se sintió consolada—. Todo estará bien, me encargaré de que estén a salvo y que sean felices. Lo juro por la memoria de mi familia—se apartó y la miró, atenta, como una madre que les daría instrucciones a sus hijos antes de ir a la escuela—. Por ahora, debes quedarte aquí. Le pediré al señor Pagano que te dé alojamiento por un tiempo para que estés a salvo.
—No logro ver que es lo que harás—comentó Adele, mirándola a los ojos. Jasmine sonrió pícara.
—Eso es bueno. Nos veremos luego, Adelita.
La pelirroja abandonó la habitación, dejándola sola con la inmensa verdad que acababa de descubrir. Se levantó para tomar la caja y vio que había algo más adentro. Era un collar, como el que ella tenía, solo que este tenía un topacio estaba envuelto en una tela amarilla y un retrato. No pudo contener el llanto al ponerle rostro a su madre. Era hermosa. Estaba junto al que creía era su padre, una bebé pequeña y un niño. Las lágrimas cayeron sobre el dibujo. La giró.
Mi padre siempre me decía que la familia más fuerte, era aquella que no estaba ligada con lazos de sangre, sino con lazos de recuerdos llenos de afecto. A veces me duele saber que no me recordarás y que no sabrás todo lo que tu madre hizo por ti, mi pequeña. Espero que puedas encontrar una familia y que en los recuerdos que hagas con ellos, quede impreso el inmenso amor que te tengo. Recuerda que la familia siempre será primero.
Se derrumbó en el suelo, llevándose el papel al pecho y comprendiendo lo que debía hacer.
Sí, la familia era primero.
Y por ello, estaba dispuesta a sacrificarse.
Bari sostuvo el gotero entre sus dedos. Entrecerró sus ojos y presionó con meticulosidad el gotero. El líquido morado cayó sobre el recipiente de bronce, al instante, un hilo de humo salió del recipiente. La gota se endureció, mezclándose con los restos de bronce y el carbón en polvo, convirtiéndose en una piedra morada de un centímetro y medio. Tomó la pinza de metal que estaba en la mesa y sostuvo con ella la extraña piedra. Sonrió victorioso. Volvió a dejar la piedra en el recipiente. Unos toques le alertaron y le pusieron nervioso. La luz de la luna se colaba por la pequeña ventana que había debajo de su taller. De allí provenía el sonido.
Cogió su arma, en completo silencio ¿Cómo había llegado alguien ahí si la casa estaba completamente vigilada?
—Demonios, en mi vida he matado a alguien—susurró nervioso. Tragó grueso y se aproximó a la ventana. Otros toques le hicieron retroceder—. Debería llamar a Úrsula, pero de aquí a que la llame, me matarían. No quiero que me vea morir.
—Lord Beaumont—escuchó un susurro. Entrecerró sus ojos. Conocía esa voz...—, soy yo, la señorita Adele.
... ¡Adele!
—¡Señorita Gitana! —Bari corrió hasta la ventana para abrirla. Era angosta y larga, pero Adela era delgada y muy escurridiza. Logró entrar sin dificultad. Bari colocó una pequeña mesa debajo para que no cayera y se lastimara y le ayudó a bajar—¿Qué hace aquí? ¿Por qué no entró como las personas normales?
—Así entran los gitanos a cualquier lugar—bromeó.
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Editado: 02.11.2020