Adele: Alma De Gitana (serie Femme Fatale #4)

CAPÍTULO XIV

  

Estaba fascinada por tanta variedad de colores, sonidos y ambientes tan vivos. Había escuchado mucho sobre aquel carnaval, pero había superado con creces sus expectativas. Un pie delante de otro, con las manos extendidas horizontalmente y sin dejar de sonreír, Adele caminaba por el barandal de piedra para pasar más rápido para evitar al cúmulo de gente. Entre el festejo y la cháchara, ignoraba que un hombre caminaba a su ritmo, viéndola, lleno de admiración. Una mujer ebria se echó hacia atrás, tropezando con las piernas de Adele y haciendo que perdiera el equilibrio. 

—¡Ah! —antes de que pudiera caer, alguien la sujetó del brazo y la jaló, haciendo que cayera sobre su pecho. 

—¿Se encuentra bien? —alzó la mirada al oír su voz ronca y grave, quedándose prendada en sus ojos azules, mientras a él le pasaba lo mismo con aquellas gemas color esmeraldas que brillaban al mirarlo 

Se recompuso y se apartó, avergonzada y ruborizada. 

—Sí-sí. Gracias—le sonrió. 

El hombre tenía una máscara blanca y hermosa que cubría la mitad de su rostro, pudo ver su sonrisa ladina y se puso algo nerviosa, pues la presencia del enmascarado era muy imponente, como si disfrutase turbarla y hacerla sentir pequeña. 

—No debería subirse a los barandales, es peligroso—pero ella ya se estaba subiendo de nuevo cuando lo escuchó. El hombre la tomó de la cintura y la bajó, mirándola con intensidad—. No lo haga más—sonó más a una orden que a un pedido. Adele no pudo evitar sonreír y asentir. 

—Si le pone tan nervioso...entonces usted podría ayudarme apartando a toda esta gente, necesito llegar a un lugar, si lo hace, le leo la fortuna. 

—¿Lee usted la fortuna? —inquirió incrédulo. 

—Si no la leyera, no se lo ofrecería. 

—Puede ser usted una charlatana. 

—No lo soy, de ser así, no sabría que usted no me hará ningún daño—el hombre no pudo evitar mirarla conmocionado por sus palabras—. Ya lo ve. 

—Lo que eso me demuestra, es que es una mujer muy ingenua. 

—Entonces, ¿me hará usted daño? 

—Jamás—respondió firme y seguro. 

Adele sonrió mientras caminaba y el hombre apartaba a todo el que estuviese enfrente, ni siquiera era necesario tocarlos o hablarle, su sola presencia intimidaba y obligaba a obedecer. 

No se despegaron uno del otro, ella no paraba de hablar de su travesía y el hombre la escuchaba atentamente interviniendo solo para decir que estaba de acuerdo con ella en muchas cosas que decía. Vieron a muchas parejas teniendo sexo en los puentes, orgías en plena calle y demás desastres, Adele no dejaba de estar avergonzada y el hombre siempre trataba de llevarla a lugares más «decentes» 

  

—Es aquí, fue el primer puente que vi al llegar. 

—Pero si es el más horrible de todos, ni siquiera los más depravados están aquí haciendo de las suyas, es horrible. 

—No vea el puente—le reprochó ella—. Vea la luna ¿no está hermoso el cielo desde aquí esta noche? Es la mejor vista de toda Venecia. 

—Sería mejor si usted me permitiese ver su rostro. Lo miró, su corazón latía a mil por hora, el hombre era tan imponente y demandante que ella no podía evitar hacer todo lo que él le decía, abrumada por todo lo que le hacía sentir. 

Se quitó la máscara, lentamente, dejándole ver su rostro, le sonrió. Él lo acarició y luego descendió hasta sus labios—. Ahora, dime tu nombre, querida—susurró contra sus labios.Ella entreabrió los suyos, ansiosa de ser besada por él y consumida, quizás por el ambiente, por su voz o por su porte, pero sin duda alguna embelesada y con las emociones a flor de piel. 

—Adele—respondió extasiada, con los ojos cerrados. El hombre sonrió al verla, victorioso. 

—Adele...—dejó un beso cálido en sus labios, sabiendo que la joven era una inexperta apenas sus labios se movieron torpemente sobre los suyos, hizo un esfuerzo descomunal para no comportarse como una bestia y tomarla allí mismo. Se apartó y le sonrió—. Mi nombre es Alastair... y soy tu futuro esposo—Adele no pudo evitar sonreír embobada al escucharlo. 

Diez días duraba el carnaval y ambos lo aprovecharon. Cada noche se veían en el mismo lugar, Adele con el mismo disfraz y el con uno diferente cada día, aunque el mismo antifaz. Ella siempre le decía que quería ver su rostro y él le respondía que lo haría la última noche del carnaval. Estaba enamorada de aquel misterioso hombre, disfrutaba de su caballerosidad y sus besos delicados, también disfrutaba estar con él a la luz de la luna. Sin embargo, un día antes de acabarse el festival, el hombre llegó agitado al puente. 

—Debemos irnos ahora—la tomó de la mano y la jaló. Adele estaba sorprendida, pero se dejó llevar sin comprender que ocurría. 

—¡Ahí está! —miró hacia atrás al ver a unos guardias seguirlos. Lo miró asustada. 

—¿Qué está ocurriendo? 

—Ese maldito ha descubierto que estoy aquí—dijo, más para sí mismo—. No dejaré que te tome. 

—¿De qué hablas? No lo entiendo. Alastair, ¿qué está pasando? —afianzó el agarre en su muñeca, lastimándola—. Me estás lastimando ¡Alastair! 




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.