Adele: Alma De Gitana (serie Femme Fatale #4)

EPÍLOGO

Si leen esta carta, significa que ya están juntas y que saben que son hermanas. Dejé a Topacio con Griselda, y, sabiendo que mi salud no es la más óptima, pedí que fuera a buscar a Ámbar al convento Garden of Lord, una vez que cumpliera veinte años.  

A esta edad, será más seguro para ustedes saber una verdad que no puedo negarles. Estarán en la capacidad de decidir que quieren hacer con sus vidas sabiendo esto. 

Mi amada Topacio, confío en que Griselda haya sido como una madre para ti. No pude dejarte en mejores manos que en las de ella y cobijada en una de las mejores casas de la nobleza como la de Austria. 

Mi amada ámbar, espero que pueda compartir el tiempo suficiente contigo, aunque no puedo verte más allá de tus seis meses, siento que la vida escapa de mis manos y te confío al convento y a las hermanitas, que estoy seguro sabrán criarte de la forma en que yo deseo; rodeada de paz y calma.  

Topacio y Ámbar Hannover, hijas de Calem Hannover, Marqués de las tierras altas de Strathspey y de Ivalyn Hannover hija de una gentil gitana de Pursia y el tercer príncipe depuesto de Reino Unido. 

 Más allá de los títulos, son hijas de dos personas que se amaron con toda su alma. Sin embargo, a veces el amor no es suficiente para ser felices, mucho menos cuando hay tantas personas malintencionadas alrededor. Conflictos de poderes, ambición y avaricia, son el resultado inevitable de la infelicidad.  

Su padre, Lord Hannover, prometió en matrimonio a Topacio en una ceremonia de pacto de sangre con una casa de guerreros sangrientos, los lobos de Rochester.  

Siempre vi en mis visiones como el primogénito de esta—que fue criado de forma cruel y casi inhumana para mí—le hacía daño a mi pequeña Topacio. Me negué incansablemente a aceptar ese destino y cuando vi como en esa ceremonia el pequeño dedo de mi pequeña era pinchado para unirlo a su palma ensangrentada, sentí que se me iba la vida ¡Fue tan terrible! Se la arrebaté de los brazos y no dejé de gritarle a ese pequeño niño tirano y su padre los monstruos abominables que eran y les juré que jamás verían a mi topacio. 

Mi pequeña estaba prometida. 

Prometida a un hombre que terminaría por acabar con su vida y las de todos sus seres queridos. 

Prometida a un lobo despiadado y sanguinario. 

Prometida al primogénito. 

No lo podía permitir. 

Su padre no me perdonó tal acto deshonroso y humillante. Peleé con él, nos gritamos y nos herimos ¡Cuanto me dolió el corazón al ver lo inflexible que se mostraba! Yo sufría, lloraba por cada visión viendo a mi pequeña Topacio lastimada, era algo que no podía soportar. Y hui. 

Para ese entonces, otra pequeña vida crecía en mí. ¡Podrán imaginarse mi aflicción! Una esposa fugada, con una niña en brazos y un bebé en espera. De no ser por Griselda, tal vez las tres hubiese sucumbido al hambre y la miseria, me culpé muchas veces, quise regresar, pero me negaba entregar a mi pequeña a ese lobo blanco. Aún, sentada escribiendo esta carta, puedo seguir viendo estas visiones que tanto me atormentan y que temo se cumplan. 

Solo espero que ustedes puedan comprenderme. Hice lo que pude para que tuviesen elección, para que eligiesen al hombre que deseasen en su vida, tal como se me brindó la oportunidad a mí. Hice todo lo que tuve en mis manos por ustedes y no me arrepentiré jamás, aunque me halla costado el amor de su padre, aunque tuviese que abandonar a su pequeño hermano. Hice lo mejor para ustedes. 

Mis pequeñas. 

 Espero que, en algún momento de su vida, sus lazos se vuelvan fuertes ahora que saben la verdad. Espero que en algún momento puedan amarse como hermanas. 

Mi topacio. 

Cuídate. 

Cuídense mutuamente. 

Olviden los errores que no les pertenecen. 

Escriban su propio destino. 

Sean felices. 

Es lo que quiero. 

  

Las ama con toda el alma, su madre. 

Ivalyn. 

 

Esa letra. 

Ya la había visto alguna vez. 

En la carta que su madre le había dejado después de su muerte.  

Y esas palabras...  

Habían estado en sus sueños. Solo que allí, el significado quedaba claro. No había espacio para los malentendidos. No podía creer lo que leía.  

Era tan...agridulce.  

  

  




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