La casa ya se estaba envuelta en llamas convirtiéndose para Adele en su sepulcro. El fuego hambriento estaba dispuesto a consumir todo lo que encontraba en su camino y una de sus víctimas seria ella.
La gente que incendió la casa, eran sus vecinos, y ahora estaban en frente de la casa, disfrutando el espectáculo. Gritaban de alegría y rabia levantando los puños al aire.
— ¡Que muere la bruja! ¡Le vamos a hacer el infierno!
Adele miró por la ventana, tapando la cara de calor radiante. Vio a la multitud. Todos estaban unidos por una sola meta — quemar a la bruja, o sea a Adele. La chica de 22 años, estudiante de química, huérfana. Que solo apelaba a la justicia y no la encontró en esta ciudad maldita.
Adele se desplomó en el piso y se puso a llorar. No quería morir. Pero no encontraba la solución.
Por un momento pensó rasgar la cara, poner la ropa arruinada y mezclarse entre ellos, para poder escapar. Pero ya no tenía tiempo ni tampoco podía salir. La casa se convirtió en una trampa sellada con los tirantes de madera clavados en las puertas y ventanas.
En este momento Adele no quería nada, solo poder salir de la casa que ya empezó a calentase y llenarse de humo. Salir de cualquier manera. Como un animal, una rata, víbora, pájaro. Salir volando, arrastrando, de cualquier manera. Pero salir.
Desesperada tomó el celular y marcó un número.
—Hola — se escuchó la voz de Beatriz.
—¡Por favor ayúdame! —gritó Adele.
En pocas palabras, tragando lágrimas le comentó la situación.
La mujer en el teléfono se quedó pensando.
La pausa se hizo larga.
El humo se hizo una nube en el techo.
—¿Tienes la hierba “albaricii mucaebi”? – por fin dijo Beatriz.
—S-si —contestó Adele.
—Hay un hechizo… —la mujer hizo una pausa —es muy efectivo, pero conseguir el ultimo ingrediente requiere mucho valor.
—Estoy dispuesta a todo. ¡No quiero morir!
—Entonces escucha. Toma un cuchillo…
Tres semanas antes.
—¿Señorita Adele Webbs? —la voz femenina en el teléfono sonaba triste, algo culpable.
—Si. —Adele tapó el oído para escuchar mejor, ya que el ruido del colectivo, donde estaba ella, lo impedía.
— Le llamo de la clínica "Nothern Briggs". Lamentamos informarle que hoy a las 11.05 su madre, la señora Webbs falleció de un paro cardiaco. — las palabras salían del teléfono como humo al aire.
Cuando la mente de Adele reaccionó a la terrible noticia, el mundo se pintó de color negro, las palabras de los pasajeros se convirtieron en un zumbido de abejas y solo el motor del colectivo sonaba como trueno lejano que no tenía miedo a acercarse.
Adele se puso a llorar. Seguía mirando por la ventana sin ver la vida, que seguía su ritmo. No le entraba en la cabeza que el mundo sigue girando, sol es brillante y la gente sigue su rutina normal y tranquila, y además algunos de ellos se ríen.
La chica del hospital hizo una pausa.
Adele no sabía que decir. Solo preguntó — ¿a causa de qué?
— Disculpe, no estoy informada del asunto. Usted puede venir al hospital y recibir el informe del doctor Bullstock.
Los ojos de Adele se taparon con los recuerdos de la madre. Salían como los flashes en la noche.
Adele se desplomó en el asiento y siguió viajando recordando el pasado hasta que llegó a la última parada. El chofer la avisó que se tiene que bajar.
La chica se bajó del colectivo y se sentó en el banco de la parada. Miró la pantalla del celular y marcó un número.
—Hola amor —la voz de Edgar sonaba algo cansada pero tan amada.
—Eddy… —Adele tragó el llanto —mi mama murió.
Edgar hizo una pausa.
—Pobrecita, mi chica, ¿dónde estás ahora?
—No sé, ahora me fijo, pero tengo que ir al hospital.
—Fíjate la calle y te paso a buscar.
A la clínica "Nothern Briggs” llegaron cerca de las 10 de la noche. Adele todavía tenía los ojos hinchados pero secos.
Se presentaron en la recepción. Los atendió una chica con flequillo verde y ojos de lastima.
— Buenas tardes señorita Webbs, yo le llamé para avisarle. — ahora Adele reconoció la voz — mi nombre es Evelyn. Lamento mucho su perdida.
— Gracias. ¿Qué tengo que hacer ahora?
La chica salió del mostrador y le puso la mano en el hombro.
— Disculpe: ¿Quiere sentarse? ¿Le traigo algún calmante?
Adele sacudió la cabeza.
— ¿Un café o agua?
— Le agradezco, pero no. ¿Qué hay que hacer ahora?
—Necesitamos saber cómo es el procedimiento —dijo Edgar algo impaciente.
La chica suspiro, acomodó el flequillo.
— Primero... tienen que ir a la morgue...
***
El informe sobre la causa de muerte era totalmente inentendible. Muchos términos medicinales que no explicaban nada a un inexperto. Decir la verdad, a Adele ya no le importaba mucho. Más grande era la perdida en sí, que la razón por la cual fue.
Después de ver su madre en la morgue Adele se quedó destruida. Gracias a la chica de recepción, que se llamaba Evelyn, después de unas pastillas, Adele pudo distinguir el color de la pared.
Al cerebro lo taladraba una sola cosa — ¿Qué hago ahora?
Edgar la llevó Adele a su casa. La chica vivía algo alejada del centro.
Una cabaña vieja, algo descuidada, pegada al costado del barrio. Apartada de otras casas. Pero rodeada de árboles.
Adentro todavía estaban las pertenecías de la madre. Aroma del perfume de ella. Olor de la comida que ella cocinaba. Años de vida que ya se terminaron.
Al entrar a la casa Adele se sentó en el sillón, abrazó a Edgar y no paraba de llorar... hasta quedarse dormida.
Esta noche Adele tuvo pesadillas.
Una semana pasó como un año. Larga, llena de dolor y existencia sin sentido.
Ya pasó el funeral dejando las cicatrices en el corazón.
Adele no quería vivir. Solo estaba acostada en la cama, envuelta en la colcha. O miraba por la ventana. La vida no existía. O simplemente no tenía sentido.
Editado: 08.01.2025