Adele caminaba por la ciudad. Un viento helado le penetraba por debajo del abrigo. Observaba la gente. Cada uno vivía su vida. Parece que no se preocupaban por nada.
En tan solo cinco días Adele tenía que empezar el tratamiento psiquiátrico. Era el plazo que le dio Edgar.
Adele decidió no matar a Kayra y toda la noche pasada buscó la receta donde no había que matar a un animal. Pero algunas recetas demandaban partes de animales o incluso de seres humanos, y otras ella no se animaba a aplicar, ya que eran muy dañinas, incluso hasta la muerte.
La chica ya no se veía a ella misma como una bruja, pensó que no servía para esto. Eran demasiados obstáculos a vencer. Así como la bruja Beatriz Willington que le dio este libro, la advirtió.
Pero en un momento se cambió todo.
Adele estaba caminando al lado de una carnicería.
— Que podrido que me tienen las ratas! — escuchó la voz gruesa de un hombre — matas una, aparecen diez!
Adele se detuvo y miró de donde venía la voz.
De la carnicería salió un hombre grandote, con un guardapolvo manchado de sangre seca. El carnicero. En la mano tenía una trampa para ratas con una grandota rata muerta colgada apretada por el resorte en la cabeza. El hombre desató le resorte y con asco tiró la rata en el contenedor de basura.
Adele se quedó pensando. Esa oportunidad no se puede dejar pasar. La chica esperó que el carnicero entró a la tienda, miró alrededor que haya poca gente. Se acercó al contenedor.
“Voy a parecer una vagabunda revolviendo la basura. Pero que importa. Tengo una meta por cumplir.”
Adele se colgó en el borde del contenedor metiendo la mitad del cuerpo adentro. Revolver la basura en este contenedor era el mayor asco que la chica sintió en toda su vida. El olor fuerte le penetraba hasta los pulmones y provocaba nauseas. Meter la mano entre los restos de comida podrida que se resbala entre los dedos parecía que nunca más va a tocar con esta mano su propia cara. Aun después de tenerla una semana en el desinfectante más fuerte del mundo.
Por suerte el cadáver del animal estaba arriba de todo.
Ya al tomar la rata muerta de la cola, pensó.
“Seguro que acá hay también ratas vivas comiendo los restos de comida tirada”.
Al solo imaginar que una de ellas ahora va a salir y le va a morder la mano se le congeló la sangre.
“Bienvenido al mundo de brujería, que se pudre por completo”.
Una tarea era sacar la rata del contenedor y la otra como llevarla a la casa. Ir caminando por la calle con una rata muerta en la mano le podría costar a Adele estar en un psiquiátrico mucho antes que se cumpla la promesa dada a Edgar.
Si le toca sufrir que sea hasta el fondo.
Sin pensar mucho Adele escondió la rata debajo de la campera. La piel de rata era mojada y muy olorosa.
Sin pensar en las enfermedades que podría pescar Adele caminó por la calle apurada.
Una sola cosa la consolaba en este momento. El ultimo ingrediente para tomar la venganza estaba en sus manos. Es la hora de actuar.
***
En la casa Adele primero armó un mini laboratorio el sótano. Llevó una mesa chica, la olla, y algunos objetos más.
Si alguien le diría que una estudiante de química va a hacer experimentos que tienen tan poca ciencia, la chica no le creería. Ni siquiera podía entender que reacciones químicas pueden producir los componentes. Pero lo único que le quedaba es confiar que el procedimiento cumplirá el propósito.
Puso la rata muerta en la tabla de madera donde habitualmente cortaba verdura. Aguantando el olor de mugre de animal y sangre coagulada que le producía arcadas, empezó a cortar la rata con un cuchillo. Los dedos se resbalaban en las tripas. Pedazos de tripas le salpicaron en la cara. Se limpió con la parte trasera de la mano y seguía trabajando. En este momento sintió respeto por las brujas, por todo lo que tienen que aguantar.
Finalmente metió la rata despedazada en la olla. Todavía quedaban pedazos de carne en los huesos, pero se podría considerar que era calavera. Adele encendió el fuego de la hornalla portátil y preparó la vela.
La rata muerta se estaba hirviendo en la olla. Un olor desagradable empezó a llenar el sótano.
Adele se sentía rara. Con miedo. No sabía con que se iba a encontrar.
El agua en la olla estaba burbujeando cocinando la calavera que se movía con cada empujón de las burbujas. Ahora solo hay que salpicar la parafina de la vela al agua hirviendo, escribir las palabras del hechizo en la foto del maldito Devlin y tirar la foto en la olla.
Eso era todo. La receta muy simple. El efecto que tendría que producir – muy complicado.
Las manos de Adele temblaban.
Ella leyó la receta otra vez. Quiso hacer todo a pie de letra. Cualquier error podría producir efectos desconocidos.
"Aquí hay que tener ventilación" — pensó Adele. Pero también, largando este olor afuera podría alertar a los vecinos.
El agua en la olla se convirtió en color marrón.
Adele tapó la nariz, el olor ya era insoportable.
La chica saco los guantes y tomó la foto. Al ver la cara del malvado que mató a su madre, sintió un odio profundo y más determinación.
Temblando de nervios, con los dedos como hechos de madera empezó a escribir en la foto de Devlin las palabras raras del hechizo. "Truns, marcadan, helro, sandahg, " Justo sobre la cara del malvado doctor.
Tiró la foto dentro de la olla. El vapor caliente le quemó la mano a la chica. Los ojos se llenaron de lágrimas del dolor, un gemido llenó el sótano y el eco revotó por las paredes.
De repente Adele sintió un fuerte mareo.
Con otra mano agarró la vela y calentó la punta en la hornalla. Rápido giró la vela y dejo que la parafina caliente gotea a la olla justo sobre la foto. Las gotas de cera se revoleaban en el agua hirviendo, formando figuras raras. En un momento a Adele le pareció ver la forma del cajón de muertos. Después la imagen se transformó en algo parecido de una tumba, con una cruz encima.
Editado: 05.02.2025