—¿Qué? — la psiquiatra estaba impactada — ¿esto hay que conseguir para el rito?
—Si — dijo Adele — todo esto.
La mujer estaba sosteniendo la hoja con el listado de ingredientes.
—Los yuyos todavía entiendo, por allí se consiguen en cualquier yuyería. ¿Pero el corazón de cocodrilo? ¿De dónde te lo sacó?
—No es mi problema. Si usted quiere el resultado se va a tener que moverse.
Las dos estaban sentadas en el comedor de la clínica. La doctora miró a su taza de té.
—¿Y no hay alguna otra receta, más fácil?
Adele sonrió.
—Si, como no. ¿Usted puede conseguir alas de murciélago, la piel de cobra africana, el pico de un grifo?
La mujer se quedó pensando.
—El único cocodrilo que hay por acá es en el zoológico. Hay dos allí, los vi una vez. Si se puede comprar uno de ellos.
—¿Usted tiene tanta plata como para comprar un cocodrilo? Y no se sabe si el zoológico lo va a vender.
La mujer miró por la ventana enrejada. Adele también. Allí afuera había muchos cocodrilos en distintas partes del planeta. Todos tipos de raza y tamaño. Y ahora necesitaban solo uno, pero cerca de acá. Al alcance de la mano.
Adele estaba esperando. Si no habrá una receta más simple la doctora se va a desistir de su idea. Y allí también de sacar a Adele de acá.
Pasaron minutos.
—Se puede hacer el mismo hechizo que al maldito doctor. — dijo Adele.
“¿Cómo me metí en este baile?” — pensó por dentro — “ahora soy una bruja profesional que va a cobrar por su trabajo. Pero esto implica dañar a la gente inocente. Y no puedo rechazar el trato ni tampoco tener margen de error. Voy a morir en este manicomio.”
Adele y la mujer estaban calladas. Cada una pensando lo suyo.
“Lo que sí puedo hacer es más adelante sanar a esta pobre víctima a la cual esta doctora psíquica tiene tanto odio.”
Leyendo el libro Adele se dio cuenta que muchas recetas de brujería tienen efectos reversibles. Y el hechizo que ofreció a la doctora era uno de ellos.
—Déjame pensar —dijo la doctora finalmente — te aviso.
—Espere, ¿y nuestro trato? Si usted se reúsa…
—Tranquila. Esto no va a pasar. Solo tengo que encontrar la manera de conseguir el cocodrilo.
Se levantó, y sin saludar salió del salón.
***
Dos días Adele pasó tranquila, sin muchas novedades. Comía, dormía, rechazaba las llamadas y visitas de Edgar. Jugaba con Kayra. Y leía el libro. Que más recetas va a conocer más poder se le será dado.
Al tercer día a la tarde apareció la doctora.
—Yo sé que hacer — dijo la mujer y tiró una bolsa llena de ropa en la cama — vamos.
—¿Adonde? – Adele miró a la bolsa.
—Cámbiate. Te cuento por el camino.
Adele miró a la ropa.
—Sea cual sea la misión creo que es peligrosa.
—¿Por qué dices esto? – preguntó la doctora.
—Porque vamos de noche, por ejemplo.
—¿Y que tiene?
—No me tomes de tonta Catherine. Y si quieres que yo vaya contigo tenemos que cumplir un rito de suerte.
—¿Cuál?
—Ahora te muestro.
Adele se acercó a la jaulita de Kayra y la sacó la ratita.
La acomodó en la palma de su mano y le acarició la espaldita.
—Acércate – dijo a la doctora, — tómala y hacele cariño.
—¡Ni loca!
Adele la miró enojada.
—Entonces no voy a ningún lado. Y tú tampoco vas a tener suerte. Me resulta extraño que una mujer que cree en la brujería, no cree en los hechizos de suerte.
Catherine la penetró a Adele con la mirada.
—Está bien. ¡Dame este animal asqueroso!
Con mucho cuidado y con ganas de vomitar la doctora tomó a Kayra. La sostenía en su mano con los dedos de “madera”.
Adele hizo un paso atrás y empezó a pronunciar el hechizo.
“Trins, anguistr, prindswal”
—¿Te falta mucho? — dijo la doctora impaciente.
—Ya terminé. Dame mi ratita.
La doctora la largó a Kayra a la mano de Adele casi por el aire.
Adele la tomó a la ratita. Sentía que el corazoncito del animalito late a mil.
—Tranquila chiquita. — dijo a Kayra — hiciste todo bien.
—¿Te falta mucho? — dijo la doctora.
—Ya terminé.
Adele dejo a Kayra en su jaulita y levantó el jean de la cama.
Sin problemas, con autorización de la doctora salieron de la clínica. El jean le quedaba a Adele un poco apretado, la blusa suelta, las zapatillas estaban bien.
“Espero que sea algún delirio” — pensó Adele en el auto de la mujer cuando salieron por el portón saludando a los vigilantes nocturnos — “así la puedo destrozar y demostrar que es una tarada”.
El auto iba rápido por la ruta vacía. Un “chill—out” del parlante con su sonido suave le daba a la chica algo de tristeza.
Pasaron conurbano y entraron a la ciudad. Los carteles brillantes de propaganda les giñaban saludando. Las calles estaban casi vacías. Con pocos autos y gente.
Adele miró el reloj en el tablero del auto.
“23.55”
Las dos estaban calladas todo el camino.
—Yo sé que hacer — dijo la mujer parando en el semáforo.
—Por fin decidiste contarme tu plan. Te escucho. — Adele cruzo los brazos en el pecho.
—Vamos a robar el cocodrilo del zoológico. — dijo la mujer y golpeó el volante con el puño.
Adele largó una risa corta. Los ojos de la doctora se pusieron como dos rayitas, parecía una mujer china.
La mujer apretó el acelerador y arrancó con el chirrido de frenos.
—¿Te escuché bien? – dijo Adele. — ¿Cómo te lo imaginas?
—Ahora lo vas a ver.
La mujer estacionó el auto en un callejón.
Se dio vuelta y tomó un bolso del asiento de atrás.
—Ahora a cambiar la ropa.
En la bolsa había dos uniformes médicos. Adele y la mujer se disfrazaron. Cada una puso una credencial en el bolsillo del pecho.
Ahora Adele se llamaba “Rita Branswick, doctora—auxiliar del Hospital Trinquer” y la doctora “Doctora—veterinaria Emilia Dunst” del mismo hospital.
Adele sonrió por dentro. Decir la verdad la psiquiatra era una mujer creativa.
Editado: 05.02.2025