Adele: La Sangre de Bruja. Libro I.

CAPITULO 10

La doctora tocó el timbre. Tres veces. Muy molesta.

Adele se dio cuenta que la mujer estaba nerviosa. Adele también.

De la garrita de vigilantes salió un hombre uniformado. Se acercó despacio.

—¿Qué quieren? — preguntó molesto.

—Abren. Tenemos una emergencia. — dijo la mujer.

—¿Qué pasó?

—Ustedes tienen que saber mejor.

El hombre se quedó pensando.

—¿De qué están hablando?

—Nos llamaron por un cocodrilo. ¿Qué le pasó?

—¿Pero quienes son ustedes?

—Del hospital veterinario “Elefantito”. ¡Dale abrí la puerta! ¡Mira la hora!

—Yo veo la hora, por eso no sé qué hacen acá.

—Te repito. Nos llamaron con urgencia. Hay un cocodrilo acá que está muriendo. Pobre animal.

Adele se quedó sorprendida de la hipocresía de la enfermera. Dice “pobre animal” pero está dispuesta de secuestrarlo y matar para sacar el corazón. Aunque nada sorprendente. Si desea muerte a una mujer que es amante de su ex marido, puedes esperar cualquier cosa.

—No nos avisaron nada — dijo el hombre. — tengo que llamar a las autoridades del zoológico.

—Mientras vas a llamar, el cocodrilo obtendrá la vida eterna. Y tú sabes cuánto vale un cocodrilo. ¿Quieres que te lo descuentan de tu sueldo de por vida? O incluso puedes ir preso.

El hombre miró a un lado, a otro.

—¿Tienen alguna autorización?

—Por supuesto. ¿Nos vas a dejar entrar?

El vigilante sacó un manojo de llaves, escogió una bien grande y abrió el portón.

—Pasen.

En la garrita había dos vigilantes más. Las miraron a la mujer y Adele como a unas locas que no tienen nada que hacer por la noche.

La enfermera sacó de la valija un documento.

Los tres hombres se acercaron y lo miraron. El papel era del ministerio de veterinaria de la Nación. Tenía fecha, firma y sello en orden. Arriba tenía grandes letras rojas “URGENTE”. O por lo menos esto estaba dibujado con Photoshop como entendió Adele.

—¿Que dice acá? —uno de los hombres.

—” ¡Intervención de la cirugía!” —dijo la doctora impaciente.

—Está bien — finalmente dijo el hombre que abrió el portón. Parece que él era el jefe. — ¿Qué tienen que hacer?

La mujer guardó el papel y cerró la valija.

—Acompáñanos a la jaula de cocodrilos.

—¿Y no te da fiaca hacer este trabajo a esta hora? — preguntó otro vigilante desplomado en la silla.

La mujer se dio vuelta.

—Si tú supieras — dijo ella sonriendo — cuanto me pagan por este trabajo, me asistirías en la operación.

“Esta mujer tiene nervios de acero” — pensó Adele.

Un paseo en el autito chiquito con techo de tela por el zoológico de noche parecía una película de terror. Había poca iluminación en las calles. Algunos animales nocturnos aullaban, rugían, hacían ruido. Sombras moviéndose atrás de las jaulas. Golpes contra las rejas. La risa macabra de las hienas. Y además este ruido de los neumáticos sobre piedritas del suelo, parecía “shsh” de una víbora gigante.

“Ya no quiero ser bruja” — pensó Adele — “me da mucho miedo.”

—Llegamos — anunció el hombre y paró su autito de juguete frente de unas rejas. Las luces del auto apuntaron al cartel que decía “Cocodrilo Africano”.

Todos se bajaron.

—Este es el predio — el hombre señalo la reja.

—¿Otros cocodrilos en el zoológico no hay? — preguntó la mujer. —para no ir a buscar el animal enfermo por todos lados.

—No, son los únicos. Son dos.

—Está bien — dijo Caterine. — vamos a entrar.

—Yo las espero acá — dijo el hombre.

—Ningún problema.

Adele notó que a la mujer le temblaban las manos.

“Que rápido que ella pasa del estado de nervios a la calma y al revés” – pensó Adele.

El hombre sacó el mismo manojo de llaves y abrió la reja con mucho cuidado es como si estas reptiles gigantes iban a escapar a velocidad de avestruz.

“Bienvenida a la jaula de cocodrilos” — pensó Adele. — “¿por qué no me quedé en mi casa?”

Apenas Caterine y Adele entraron al predio el hombre cerró la reja con un “boom”.

Adele se estremeció del ruido y se dio vuelta.

“De acá no salimos más” — pensó ella.

Adentro, como en todo el zoológico, también había poca iluminación. Era un predio con una placita de cemento, arbustos en los costados y un pequeño estanque de agua.

En todo el ambiente se sentía olor a podrido.

“Capas que si iluminas mucho los cocodrilos no pueden dormir” — pensó la chica. — “¡Que olor! Que les cuesta bañar a los cocodrilos, con un hidrante por lo menos. O cambiar el agua en el estanque.”.

Los animales estaban acostados en la orilla del estanque. Sin moverse.

La doctora se dio vuelta y miró a Adele.

—¿Cuál te gusta más?

—Me da lo mismo.

—No te estoy preguntando eso. ¿Cuál de ellos te sirve?

—No tengo una especificación. Es el corazón de cocodrilo, nada más. Y cuál va a ser el cocodrilo, africano, marciano me da lo mismo. ¿O tú crees que los cocodrilos africanos sirven para dañar solo la gente de África?

—Tú eres bruja, sabrás mejor.

—Elija cualquiera.

Caterine observó a los animales.

—Entonces este, el más chico. Ah, espera, ¿tiene que ser macho o hembra?

— ¿Y tú sabes distinguir el sexo de ellos?

La doctora levantó las cejas.

—Entonces es lo mismo — dijo Adele.

La mujer suspiró e hizo unos pasos al cocodrilo indicado. Mejor dicho, a la víctima. Sacó una linterna y alumbro la cabeza del animal. El cocodrilo era más chico que el otro, pero igual era bastante peligroso. Unos dos metros de largo. La boca enorme.

¿Y qué hacemos ahora? — preguntó Adele en voz baja.

—Hay que dormirlo.

Caterine sacó de la valija un tubito de gas y una máscara.

—¿Le vas a poner la máscara al cocodrilo?

—No conviene, ¿verdad? Ponte bien el barbijo.

La doctora también acomodó su barbijo y se acercó un poco más. Por suerte el animal no se movía.

“Pobre” — pensó Adele — “no sabe lo que le espera.”



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En el texto hay: venganza, brujeria, amor macabro

Editado: 05.02.2025

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