Un golpe fuerte en todo el cuerpo la estremeció a Adele.
La chica abrió los ojos y se sentó.
Le llevó unos segundos para entender que todavía está en el zoológico. En la jaula de cocodrilos. Todavía es de noche. Todavía corre peligro.
Al lado se escucharon ronquidos. Parecían masculinos.
En frente de Adele estaba Catherine con las manos llenas de sangre sosteniendo un pedazo de carne tamaño de un melón.
— No me hagas más perder el tiempo, vamos. —dijo la mujer.
— ¿Quién crees que está roncando, el hombre o el cocodrilo? — preguntó Adele.
— Que te importa. Termina con eso y vámonos.
Un frio envolvente se le pegó a cada centímetro de piel a Adele. La chica tenía la ropa mojada.
Un recuerdo le golpeó la cabeza.
— ¡Ahora vienen otros vigilantes!
— Y bueno, amiga — dijo la doctora con un tono burlón — piensa en un hechizo para protegernos. Por ejemplo, cuando mi marido…
— Basta ya, termina tu trabajo y vámonos de acá. – dijo Adele casi rogando.
La mujer levantó el corazón sangrando en las manos.
– Acércame el contenedor.
Adele estaba temblando del miedo. El lio en que ellas dos se metieron meceré años de cárcel.
La chica buscó el contenedor para trasladar los órganos y lo acercó a la mujer.
—Ábrelo. — dijo Catherine.
Adele abrió la tapa. Una nube producida por hielo seco salió de adentro como un genio cumplidor de los deseos.
Catherine con mucho cuidado metió el corazón de cocodrilo adentro y puso la tapa.
—Listo. — dijo la mujer, — ahora otra parte del plan.
Pero Adele no la escuchaba. Solo pensaba que no quiere ser bruja, no quiere matar animales, no quiere ir a la cárcel.
***
El autito de los vigilantes conducido por la doctora arrancó con toda la velocidad partiendo de la jaula de los cocodrilos.
De repente en el medio del camino aparecieron los dos vigilantes que estaban caminando en el sentido contario. Uno de ellos se puso en el medio.
El auto frenó de golpe chillando con los frenos casi chocando al hombre.
Del volante saltó la doctora. Adele se quedó adentro del auto.
— ¡Estás loco! — gritó la mujer — ¡casi te mato! Ya tenemos un herido y nos falta otro.
La doctora estaba despeinada, las manos temblando y una mancha grande de sangre en el pecho.
— ¿Qué pasó? — preguntó el hombre.
— ¡Rápido, ayuda! — gritó la mujer.
Los dos vigilantes abrieron los ojos bien grandes.
— Que están mirando, a su amigo lo atacó el cocodrilo. Hay que operarlo urgente.
— ¿Donde esta? — preguntó uno de ellos.
— Allí en la jaula, donde más va a estar.
— ¿Y por qué no lo trajeron en el auto?
— Porque esta grave, no es transportable. Hay que llamar a la ambulancia. — dijo la doctora.
De repente en su mano apareció el bisturí. Con dos maniobras de las manos la mujer hizo dos tajos. Uno en el hombro de un vigilante y uno más en el pecho del otro.
Los dos hombres se agarraron las heridas.
Sin dejarlos de salir de la sorpresa la mujer sacó una jeringa y les clavó en el cuello de cada uno. En dos segundos los vigilantes se cayeron con los músculos endurecidos como los maniquíes.
Adele se quedó quieta en el auto. No tenía idea que hacer. Tenía ganas de llorar. Del miedo. Del cansancio. De la desesperación.
Los hombres estaban tirados en el piso boca arriba. Con los brazos abiertos y los ojos cerrados.
—¿Qué fue esto? — preguntó Adele.
—Cinco miligramos de “Metilokestina” — dijo la mujer y guardó la jeringa vacía en la valija. — vámonos.
En el autito llegaron hasta la salida del zoológico. Abrieron el portón y siguieron el viaje tres cuadras más donde estaba estacionado el auto de la doctora.
Al abrir la puerta del auto Adele sintió un poco de dolor en el hombro.
—¿Que tengo allí? – dijo la chica subiendo al auto y frotando el hombro.
—Te puse medio cubito de adrenalina. – dijo Catherine.
—¿Para qué?
—Si no, como te despertaría.
“Ahora entiendo por qué me desperté antes que el vigilante y el cocodrilo.”
Ya en el camino por la ciudad nocturna y vacía Adele se dio cuenta que ahora empieza una nueva etapa para ella. El ultimo ingrediente estaba en sus manos.
Y el gran problema que la esperaba — era preparar la receta.
***
En la tele salió la noticia. Un cocodrilo del zoológico se enloqueció y atacó a los vigilantes de noche. Hirió a los tres. Los hombres lo tenían que matar en defensa propia. Cada uno recibió una compensación por el riesgo de trabajo.
“Mejor así” — pensó Adele aliviada apagando la tele — “la policía no va a buscar a los asesinos del cocodrilo o sea nosotras”.
Adele miró alrededor. Estaba en el comedor de su casa. Pudo convencer a la doctora que es el único lugar donde puede preparar el hechizo tranquilo.
Se podría llamar laboratorio, pero era un sótano con algunas herramientas para experimentos de química. Acá ella se estaba preparando para hacer la receta con algunos yuyos, componentes líquidos y el corazón de cocodrilo.
El libro estaba abierto en la página indicada. Los guantes y la máscara puestos. La ventilación prendida. No falta nada, solo atención y coraje.
Adele prendió el fuego en la hornalla y puso la hoya con agua.
“Las brujas tenemos que cocinar más que un chef. Muchas recetas llevan algo cocinado”.
La chica puso primeros ingredientes al agua hervida. Pronunció las palabras mágicas. Todavía le costaba creer que esto funciona, parecía tan irreal. Será posible que todo esto exista, la brujería, las recetas. ¿Qué tiene que ver el corazón de un cocodrilo para hacer daño a una persona a distancia? ¿Qué poder tendrá este órgano de un animal? ¿Y en realidad quien hace daño, algún espíritu suelto, algunos fluidos en el aire? Y la pregunta más importante de todas ¿Cómo Adele se metió en todo este lio? ¿Por una venganza? ¿Valió la pena? Y ahora está más complicada en su vida corriendo riesgos.
Editado: 05.02.2025