En la comisaria sonó el teléfono. El policía de turno levantó el tubo y recibió una denuncia. Los ojos del hombre se abrieron muy grandes.
En unos minutos un equipo de agentes de acción rápida, todos armados saltaban a un van con el motor encendido. Al mismo tiempo en el barrio vecino un equipo de bomberos subía al camión.
Los últimos que recibieron la alerta eran los médicos. Dos camionetas de emergencia salían a toda velocidad del portón del hospital.
Los sonidos de tres sirenas distintas se acercaban a una sola dirección. Calle Los Olmos 24, la casa de la señorita Adele Webbs.
***
Adele entró a la casa, cerró la puerta con llave. Se desplomó en el piso, apoyando la espalada contra la puerta. La chica no sabía qué hacer.
“¡La hoya! ¡El hechizo! ¡Hay que cancelarlo! ¡Tirar la hoya!” — se le cruzó por la cabeza.
Afuera aullaron sirenas. Unos pasos rápidos corrieron hacia la casa. Golpes en la puerta casi la sacan de bisagras.
—¡Señorita Webbs! ¡Abre la puerta! ¡Es policía!
La puerta la empezó a empujar al ritmo tecno.
Adele abrió los ojos.
Se levantó.
Secó las lágrimas.
Apretó los dientes.
Por un momento se acordó por todo lo que pasó hasta ahora. La muerte de la madre, las humillaciones del doctor, el chantaje de la enfermera, el zoológico. Y ahora que está a punto de terminar con estos problemas, surgen otros. ¡Coraje! Ni un paso atrás. Y además se dio cuenta que tiene mucho poder, ya que todos los animales del barrió le tienen miedo. Entonces hay que mostrarles quien manda acá.
Adele sacó un cuchillo carnicero de la mesada de la cocina. Apretó fuerte la manija y fue a paso firme a la puerta del sótano. No le gustan las ratas en su propia casa.
***
La puerta de entrada aguantó unos minutos. La lengua de la cerradura mordió la madera y tiró un pedazo con un “tr—r—ras—s”.
Los policías entraron primeros, antes que bomberos. Los médicos se quedaron esperando afuera. Con cuidado, como manda el protocolo, apuntando a todos lados las armas. Con los gritos “¡Despejado!” y pisando el suelo como si fuese minado.
Las ratas no saben pelear contra una chica furiosa. Y menos todavía contra el cuchillo en su mano.
Primera rata se partió en el medio con un “jr—r—rs” de los huesos como un peluche malvado. Otras tres se dieron vuelta y mostraron dientes.
Un gesto brusco con mano y otra rata pierde cabeza largando un chorro de sangre arriba. Otras huyeron.
Las cucarachas quemadas adornaron la hornalla como una flor negra.
Pobre cuervo con las últimas fuerzas rompía la cabeza contra el vidrio.
Adele sacó el corazón de cocodrilo del contenedor. Las manos se congelaron, los dedos se pusieron de madera.
La chica puso las manos con el órgano por encima de la hoya. El calor del vapor le lamió las palmas.
Ahora las palabras mágicas. O malditas, depende como la vez.
Adele empezó pronunciar hechizo.
Afuera parece que empezó fin del mundo. Los gritos, aullidos, golpes. Las paredes de la casa se sacudían como de la tormenta feroz.
La puerta del sótano sufrió un golpe fuerte.
—¡Señorita Webbs, abre la puerta!
Ya llegaron hasta acá.
Adele quiso decir que está ocupada, pero no tenía tiempo, el hechizo no se puede interrumpir.
La puerta del sótano se quejó con un crujido de madera vieja.
—¡Vamos a romper la puerta!
—Gracias por avisar. –gritó Adele.
Faltaban solo tres frases para terminar con el hechizo.
La puerta no aguantó. Se cansó de sufrir y dejo entrar a los intrusos.
Adele se dio vuelta y levantó el corazón por encima de la cabeza.
—¡Todos atrás o esto va a explotar!
Unas cinco armas se estaban apuntando a ella. Los anteojos de protección de los policías se nublaron con la condensación del vapor.
—¡Señorita Webbs tire el arma!
—¿Ustedes ven un arma en mi mano?
No van a disparar.
Adele se dio vuelta.
Unos pasos rápidos de atrás y unas manos fuertes le apretaron los brazos como pinzas gigantes.
Un empujón a la espalda de la chica y el corazón de cocodrilo se va de sus manos y se desliza directo a la hoya con un “bulk”.
Listo. En menos de cinco minutos la receta estará lista. Si nadie va a volcar la hoya.
Pero los policías estaban en otra cosa. La chica está en sus manos. Esto es lo más importante. Y del ocultismo que se ocupan los psiquiatras.
—Señorita Webbs, usted está detenida por los disturbios en la vecindad. Puede guardar silencio, …” etc. etc.”
Ya saliendo del sótano, Adele se dio vuelta. La hoya estaba intacta. El vapor salía menos. La chica salió con la suya.
Para sorpresa de todos, en la calle no había un solo animal, sin contar los seres humanos.
Un silencio que parece que estas bajo el agua.
—¿Qué pasó? ¿Dónde están los animales? — preguntó un agente a los médicos y movió la mano como haciendo paneo.
—Se fueron corriendo — dijo uno de los enfermeros.
—¿Todos?
—Hasta la última cucaracha.
—¿Igual me van a detener? — preguntó Adele con una sonrisa.
—Por supuesto — le contestó el agente.
—¿Por más que liberé la vecindad de las cucarachas?
Los compañeros del policía sonrieron, pero el hombre se puso rojo de la rabia.
—Llévenla al auto.
***
Editado: 05.02.2025