La jeringa bailaba en la mano. La aguja apuntaba a cualquier lado menos al dedo. Era la jeringa que le dio la psiquiatra Caterine Holbrone.
“¡Gracias Caty!”
¡Dale que no tienes tiempo!
La receta estaba casi lista. La hoya con el “guiso” hirviendo.
El dedo era el último ingrediente de la receta. Por eso Adele lo dejo para lo último. Pero ya es la hora.
Adele movió el dedo índice de la mano izquierda. Lo paso por la cara, los ojos, los labios. Todo por última vez.
¿Habría una posibilidad después cocerlo de nuevo? ¿O conseguir uno mecánico, electrónico?
La chica empezó a toser. El sótano ya se llenó de humo. Afuera debe estar todo en llamas. Probablemente ella ya no puede salir.
No hay tiempo.
Adele clavó la aguja en el dedo. Un pinchazo muy doloroso. Debe ser que la aguja se topó con el cartílago. La novocaína se reposó en la carne y empezó a adormecer los nervios.
Adele tomo el cuchillo con la mano derecha. Se acordó como mataba las ratas. Los restos de sus ADN todavía deben estar en el filo.
Levantó el cuchillo.
¡Más alto!
¡Más alto!
¡Lo tienes que hacer con un solo tajo, si no, no lo vas a poder repetir!
“Cru—st!”
El dedo se desprendió, voló un metro y se cayó al piso.
Un chorro de la sangre le manchó el jean a Adele.
La chica tomó un trozo de algodón mojado con alcohol y tapó la herida. Empezó a enroscar la venda.
¡Listo!
Con la otra mano levantó el dedo del piso. Lo miró despidiéndose.
Gracias por servirme tanto tiempo. Te pido un último favor.
Y tiró el dedo en la hoya.
Ya era difícil respirar, el humo se acercaba como una nube malvada que pretendía envolver a la chica y sepultarla.
Cinco minutos, solo cinco minutos y la receta estará lista.
Adele no quería imaginar como está ahora su casa en llamas. Los aullidos del fuego, crujido de maderas que se quemaban, los vidrios que se reventaban con un “dzing”.
Todo lo que ella tenía, ahora se va a quedar sin nada.
Lágrimas, estas malditas lágrimas otra vez. Que te tapan los ojos y no te dejan ver las cosas lindas que la vida puede tener cada tanto.
Consuélate chica. Por si sola. Tenga compasión de sí misma.
El corte del dedo no duele hasta que pasé la anestesia. No hay mucho tiempo.
Adele se levantó del piso. Guardo el libro de recetas en la mochila.
Sacó el dedo de la hoya. No sentía que está muy caliente. Tenía un propósito, esto era más importante.
Sálvame dedito.
Abrió la ventana del sótano y se arrastró afuera.
***
Los vecinos necesitaban un espectáculo de sangre. De saciarse de violencia.
—La bruja se va a quemar adentro. No podrá salir —dijo el policía retirado.
—Que lastima — dijo la Sra. HHH — me gustaría que salga y la destrozamos acá mismo entre todos. ¿Avisaste a la policía que no vengan?
—Sí.
—¡Miren! — gritó el panadero — ¡allí está la bruja!
Todos pegaron un grito de alegría. Sin excepción. Es como si saludarían a una estrella de rock.
Adele estaba enfrente de ellos. Sola. Cansada. Herida. Perdida. Y sin nada que perder.
La gente empezó a acercarse a la chica. Tenían palos en las manos. Algunos tenían cuchillos. El ex policía tenía una pistola.
Si esto fuese un partido de ajedrez, sería como todas las piezas juegan contra un “peón”. Pero el “peón” aspiraba convertirse en la “dama”.
—Escuchen todos — dijo Adele sin gritar, pero con la voz firme. — ¿Qué quieren de mí? Yo no les hice nada malo.
—¡Eres una bruja malvada! ¡Muérete!
Adele levantó la mano con su dedo índice cortado, cocinado y cargado de hechizo.
—Les doy última chance, váyanse de acá. Si no, les voy a hechizar de una manera cruel. Sí, soy una bruja y van a ver a que soy capaz.
Se hizo una pausa. La gente se quedó dudando. ¿Vale la pena el riesgo?
Ya era de noche. Las llamas del incendio iluminaban a esta gente malvada. Parecían una banda de monos hambrientos.
— ¡No la escuchen! ¡Mátenla! —gritó la Sra. Thompson.
Esto les dio el coraje a otros.
Hicieron un paso adelante. Después otro. Abrieron la fila tratando de rodear a la chica.
—¡Maldita manada! —gritó Adele y apunto con el dedo hechizado al policía retirado. Pronunció las palabras del hechizo.
Después hizo lo mismo con la señora Thompson. El próximo fue el panadero.
Después a todos uno por uno.
Los vecinos estaban esperando que vaya a pasar. ¿Estarían en shock o era solo la curiosidad? Para ellos seguía siendo un espectáculo.
Al pasar por todos el último quedó el niño. Adele lo miró y no pudo dañarlo. Bajó la mano.
El hechizo había concebido…
…Y no pasó nada.
La gente empezó a sonreír. Después reírse. Después reírse en voz alta a gritos. Es como tratando de expulsar el estado de nervios que tenían guardado.
Ahora ellos estaban señalando a la chica con sus dedos índices, burlándose.
“¡No puede ser que el hechizo no funciona!” —pensó Adele.
De repente el policía retirado hizo un rugido y se agarró de la garganta. Los ojos saltaron afuera.
Todos se dieron vuelta para mirarlo.
El hechizo empezó.
***
Editado: 05.02.2025