La espera no era larga.
Catherine se fue a la clínica de enfermos mentales donde la habitación de Adele todavía la estaba esperando. Allí, en la jaulita estaba Kayra.
La mujer volvió en un rato.
—Acá tienes tu animal querido. –—dijo ella y tiró la jaulita en la cama donde estaba atada Adele.
La ratita pegó un sacudón dentro de la jaulita y chilló enojada.
—¡Tenga cuidado! – ahora la enojada también estaba la chica. — ¿Y cómo me puedo despedir de ella? —señalo con la mirada a la ratita. —¿me quieres desatar?
Catherine sonrió.
—Olvídalo.
—Por lo menos una mano. – pidió Adele.
La mujer dudó un poco.
—Está bien.
Se acercó y quejándose del esfuerzo con dificultad desató la soga de la mano derecha.
Adele se sentó en la cama. Estiró la mano y abrió la jaulita. Sacó a Kayra con mucho cuidado y le dio un beso en la cabecita. La ratita levantó el hocico, lo movió oliendo aire y reconociendo a Adele chillo alegre y la miró con sus ojitos rojos.
—Mi chiquita – Adele la pasó la ratita por el cachete.
La piel era suavecita.
—Perdóname – dijo a la ratita en voz baja.
“Por favor sálvame” – pensó por dentro suyo.
—¿Vas a tardar mucho? – Catherine estaba impaciente —no quiero tener esta rata en mi casa.
Adele la miró a la mujer con otra porción de enojo. Después bajó la mirada. Observó a la ratita. Suspiró como entregándose al destino.
La dejo la ratita en la sabana al lado suyo.
Se tiró en las almohadas. Cerro los ojos.
—Y esta. Llévala – dijo Adele a Catherine.
—Métela en la jaula. No la quiero tocar.
Adele abrió los ojos.
—¡¿Que?! ¡Me estas por matar! ¡Muy probable que vas a tener que descuartizarme para sacar de acá en pedazos y tirar en afueras de la ciudad! ¡¿No te da asco esto?! ¡¿Y no puedes tomar una simple ratita?!
Catherine otra vez estaba dudando. Miles de cosas se le cruzaban por la cabeza. Pero ninguna era para dejar a Adele con vida.
Kayra se acostó en la sabana al lado de Adele y se preparó para dormir.
—Está bien – dijo la mujer.
Se acercó a la cama y tomó a Kayra con dos dedos. La ratita se despertó y movió la cabecita para entender lo que estaba pasando.
Catherine con la otra mano dio vuelta la jaulita para poner a Kayra adentro.
—¡Espera! – dijo Adele y levantó la mano desatada. — un momento.
—¿Y ahora, qué? – preguntó la mujer impaciente.
Adele la miró a los ojos. Una leve sonrisa cruzó los labios de la chica.
—¡Ahora! — dijo Adele.
La mujer se quedó quieta. La vista se nubló. La boca se quedó entreabierta.
Las fosas nasales se abrieron grandes oliendo aire. Como buscando un olor especifico.
Finalmente, Catherine bajo la mirada y vio a la ratita en su mano.
—¿Es una rata? – preguntó sorprendida.
Una sonrisa le estiró la boca de la mujer de par en par. Pero los ojos se quedaron fríos.
—¡Es una rata! ¡ES UNA RATA!
Catherine se levantó de la cama sin soltar a Kayra. La estaba mirando como a un tesoro precioso.
Adele dejó de respirar.
“Ahora” – pensó Adele.
De repente los ojos de Catherine se llenaron de maldad. Ella seguía sonriendo, pero ahora la miraba a la Kayra como una presa. Apretó el puño.
La ratita sintió el dolor y empezó a chillar desesperada moviendo las patitas.
—¡Cómo me gustan las ratas! – dijo la mujer con una alegría loca. Y allí no más metió la cabecita de Kayra en su boca. Apretó los dientes. Se escuchó el crujido de los dientes de la mujer y de los huesos de la ratita.
El chillido se cortó.
La mujer separó la mano de la boca y se quedó sostenido el cuerpito. Mientras trataba de masticar la cabecita. Unos chorros de sangre salieron por los costados de la boca se deslizaron por el mentón.
Adele la estaba observando con la cara de piedra.
Catherine pegó un gemido de pacer es como si devoraba el plato más rico del mundo.
Al terminar de comer a Kayra se quedó con la sangre alrededor de la boca y los pelitos blancos pegados.
—¡Rata! ¡Quiero una rata! – la miró a Adele con una mirada completamente enloquecida. Nada ni nadie le importaba a Catherine en este momento. Solo ratas.
—Las puedes encontrar en la cloaca subterránea. – dijo Adele.
—¡Ah, cierto!
Sin decir más nada Catherine salió corriendo del departamento. Por lo que se escuchó, dejo la puerta abierta.
“Menos mal que me anticipé con este hechizo en aquel momento en la clínica. Cuando pedí a la doctora tomar a Kayra y le pequé la primera parte del hechizo. Era como un seguro contra cualquier cosa que la doctora me podía hacer. Y ahora resultó útil. Pobre ratita”.
Adele se acostó. La chica estaba agotada. Pasó la mano desatada por la cara.
Era demasiado por hoy.
Adele exhaló con alivio. Y empezó a desatar la otra mano.
Cuando se quedó libre se levantó despacio de la cama.
“Me vendría bien un trago. ¿Qué vino tiene esta mujer?”.
La chica se fue a la cocina y sirvió una copa de vino tinto.
Se sentó en la mesa. Tomó un trago.
Se acordó a todos los que perdió recientemente.
La mama.
Evelyne.
Y por último a Kayra.
“Nunca voy a olvidar a ustedes”.
Y ahora ya basta con la brujería. Fue demasiado.
Adele tenía ganas de irse lejos. Empezar una vida nueva. Ser una chica nueva.
La copa se deslizó de la mano y se cayó al piso.
“¡Dzing!” los vidrios se dispersaron por el parqué.
Y así como se rompió la copa se rompieron los sueños de Adele por una vida nueva.
Desde afuera se escucharon los pasos rápidos. Se estaban acercando.
Adele levantó la mirada. Dos hombres vestidos formal entraron apurados.
Al ver a Adele sentada en la mesa se detuvieron. Se miraron entre sí con alivio.
Uno de ellos sacó el celular y marcó un número.
—Está viva – fue lo único que dijo por teléfono.
Adele los estaba observando en completa paz. El vino le pegó un poco en la cabeza. Pero parece que ahora la va necesitar fresca.
Editado: 05.02.2025