Ademia

Capítulo 1: El reloj

Vigilo pacientemente las agujas que marcan el tiempo en el reloj de la pared mientras guardo el último libro en la caja de la recepción.

—... Asshh, qué hambre tengo...

—Buenas tardes —doy un respingo al oír una voz interrumpiendo mi queja —. ¿Llegué a tiempo?

—Ah, ¿qué tal? Lo siento mucho pero estamos por cerrar —informo con pena al darme completamente la vuelta.

Woah, qué joven. Alzo las cejas con genuina sorpresa. Y hombre. ¿Quién lo diría?

—El cartel en la puerta dice que cierra a las cinco —imita mi expresión como si de pronto estuviera frente a un espejo. Recompongo mi rostro de inmediato.

—Exacto, estamos sobre la hora.

—Pero todavía no es la hora.

Recurro al viejo reloj para poder mostrarle la hora correcta al joven en un intento pasivo de tener razón. Aunque sin violar la política de"el cliente siempre tiene la razón"

—Mira, ahí dice que son las... ¿Ah? 

Las manecillas del reloj marcan inmóviles las 04:55pm como si se hubieran averiado en ese mismo instante. Me acerco esperando a que la aguja de los segundos se mueva pero no lo hace. Lo golpeo un poco en el lateral. ¿Y ahora qué te sucede? Vamos, tienes que moverte. Le doy otro golpe suave para que reaccione y nada. Tiene que ser una broma. Conduzco la vista hasta el chico que me mira con ojitos de venado muy concentrado en mis movimientos. Ahora sí podría ser buena idea que la tierra se partiera en dos y me tragara, así tal cual como en la descripción de los libros. 

—Bueno... Hoy es tu día de suerte. El reloj se averió —hago una mueca de disconformidad —. Así que bueno, ¿qué estás buscando?

Por primera vez se mueve más allá de sus rasgos faciales. Levanta una mano y la apoya en el mostrador.

Sonríe complacido —Estaría necesitando una biblia. 

—¿Biblia? 

Lo dijo tan en serio que no hubo pausa para soltar las risas en mi cabeza.

—¿Es que no tienen biblias aquí? —pregunta con un timbre de reproche en su voz. 

—Nunca dije que no teníamos.

—Me gustaría mirar antes de que sea tarde —mueve la muñeca donde está su reloj y hace un gesto para que me apresure.

No sé qué me perturba más, trabajar minutos extras o que me esté apurando. Tal vez ambas cosas. Salgo del mostrador dejando atrás el reloj de mi jefe. Espero que no se moleste, supongo que las cámaras de seguridad me darán la razón cuando le diga que yo no hice nada, solo lo miré como siempre. ¿Y si le eché mal de ojo? ¿Y si de tanto mirarlo lo volví defectuoso? Me paso la mano por la frente para dejar de comenzar a tener pensamientos absurdos.

Nos dirigimos a los inmensos estantes del fondo para ir a por su pedido. Es tan sigiloso y alto que tuve que mirar para atrás varias veces para verificar que me estuviera siguiendo. Subimos a un pequeño piso, donde ya se puede inhalar el olor a antigüedad tan gratificante que desprenden los libros.

—Bueno... No está muy limpio por aquí... —trato de justificarnos para que no piense que no limpiamos bien —... Y la iluminación es mala, así que pido disculpas —él tose y asiente —¿Qué biblia estás buscando en particular?

Quita la atención de mí y direcciona sus ojos de lado a lado, de libro en libro con interés.

—La más nueva.

—¿Con "la más nueva" te refieres a...?

Vuelve a mirarme.

—¿Qué?

—Que si quieres una traducción en específico o algún canon en específico.

—¿Cánones? ¿Canon no es la marca de una cámara fotográfica?

—Va... Eh, sí y no —reprimo lo más que puedo la risa —. En realidad su definición es lo que importa —carraspeo —. El canon es el conjunto de normas o prototipos que se rigen por ciertas características, así como existe el canon de belleza también lo hay para la biblia. El canon del mismo sería el contenido, los libros que lo conforman. No hay solo uno, hay tres. Una de ellas es una posible versión de la biblia original. Son solo bocetos, teorías, mejor conocidas por contar una historia ficticia. Solo son mitos de viejos ancianos...

—¿Historia ficticia? —cuestiona a mitad de mi oración —¿Me puedes explicar un poco de qué va eso?

La pienso unos segundos. ¿Me pagan lo suficiente? No, pero le indico que por favor se siente en una de las mesas. Volteo a tomar los cuatro libros pesados y los dejo caer con suavidad sobre la misma. Enciendo la luz de la lámpara y me siento frente a él. Me coloco con cuidado los lentes para poder tener una mejor vista de los títulos, y prosigo.

—A ver, seré breve. Este libro —señalo uno de tapa marrón con finas líneas doradas —, es la biblia católica, la que los cardenales utilizan. Y esta —señalo una de tapa oscura —, es la protestante, la que nació después del catolicismo. Una vieja leyenda de pueblo y fogón, cuenta que hubo un tercer libro... —lo deslizo por la mesa hacia él —... Que cuenta una versión diferente de la historia. Por alguna razón que nadie alcanza a descifrar cuál es, se perdió. Desapareció por arte de magia, según las historias, y solo queda esto que actúa como un recuento de los testimonios de las personas con respecto al supuesto original.

—¿Lo dices en serio? ¿Por qué jamás lo he visto en Internet?

¿Por qué no me sorprende su pregunta?

—Internet no es una muy confiable fuente de información.

—¿Crees que alguien lo haya leído? —pregunta entrelazando sus finos y largos dedos pálidos, mi mirada se posa ahí por unos segundos. Tiene bonitas manos... Le alcanzo los otros dos para que pueda tener acceso a ellos.

—No, lo dudo.

—¿Y de qué crees que hable? ¿Habrá secretos? ¿Dirá cosas que todavía no se explican científicamente? Admito que es interesante, ¿no te parece?

—No —respondo con honestidad —¿Esto es para un trabajo de la facultad o es simple curiosidad? No quiero que tomes mucho lo que digo por si se me escapa algo mal interpretado.

Alza las cejas como al principio y sonríe con la boca cerrada.




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