Ademia

Capítulo 7: Sueño lúcido

Con Tyler nos sentamos a descansar en una roca, tratando de recuperar el aliento después de haber huido durante tanto tiempo. Esperaba encontrar al menos una carretera, pero en su lugar nos hemos perdidos en el bosque sin saber hacia dónde dirigirnos.

Rodeo mi torso con los brazos en un intento desesperado para encontrar calor.

—¿Qué vamos a hacer? —Pregunto con voz temblorosa mientras el vapor se desprende de mi boca —. Estoy cansada, tengo frío y no sé cuánto más aguantaré.

Tyler me mira inexpresivo, él también está luchando contra el frío, lo sé, puedo entenderlo sin que diga una sola palabra. Pero en verdad estoy cansada y solo hemos estado caminando, solo falta que lo hayamos hecho en círculos.

—Tenemos que seguir adelante —responde finalmente —. Si nos quedamos aquí, moriremos de frío o de hambre. Por ahora solo es caminar, más adelante veremos qué hacer.

Asiento lentamente con cautela. No puedo evitar preguntarme si en verdad tiene un plan o si solo lo dice para que no pregunte. 

—¿No deberíamos haber visto al menos una carretera? El pueblo no es tan grande —asalto con la duda en voz alta.

—Me pregunto lo mismo, puede que este no sea muy similar a Nikolskoye.

Eso dicho hace que me quede atrás.

—¿Por qué te detienes?

—¿Cómo sabes que no estamos en el pueblo?

Tyler no responde.

—Te hice una pregunta. ¿Cómo sabes que no estamos en Nikolskoye? —le pregunto de nuevo, con más insistencia.

—Es solo una teoría.

Sabía que mentía.

—¿Y a qué se debe?

Tyler se pasa las manos por la cara hasta bajarlas mientras se acerca hacia mí. Algo en su compostura me hace alarmarme.

—¿Acaso dudas de mí? —Cambia su mirada a una de depredador—. ¿Quieres que sea honesto? —Todo rastro de confianza que siento hacia él se termina de evaporar después de esa pregunta. Me quedo imposibilitada de reaccionar, desconcertada y temblorosa, apenas muevo la cabeza asintiendo. Tyler me toma del brazo y me atrae hacia él con fuerza, pegándome a su pecho. Inclina su cabeza hacia la mía con lentitud—. Bésame y sabrás la verdad.

Una fuerza externa a la mía me empuja hacia él. Para cuando nuestros labios se tocan, abro los ojos y me hurgo de golpe en la cama. Palpo las sábanas y respiro agitada.

—¿Qué...? —Balbuceo.

Veo que me encuentro en una habitación semioscura. Miro a mi alrededor, tratando de recordar cómo llegué aquí. Veo una ropa masculina tirada en una silla y un celular en la mesilla de noche. De repente, me doy cuenta de que estoy en la cama de un desconocido porque indudablemente no es la mía. Me toco la cabeza a causa del mareo, con una leve sensación de náuseas. Trato de recordar lo que pasó pero todo en mis memorias está borroso y confuso. 

Quito las sábanas y me atraganto al ver que estoy de ropa interior.

—Pero... ¿Qué? —digo con la voz temblorosa.

Me levanto con rapidez de la cama y me pongo la ropa que encuentro en el suelo sin parar a ver si es mía o no. Miro el entorno en busca de una pista sobre dónde estoy, pero no reconozco nada. La vulnerabilidad de mi estado me asusta, ¿y ahora qué hago? 

Salgo de la habitación. Un pequeño pasillo desolado me da la entrada a la cocina y una mini sala de estar, al parecer es un mono ambiente. Empiezo a caminar hacia donde creo que es la salida, las luces están apagadas, la luz del día filtrándose a través de las cortinas es suficiente para alumbrar todo. Mientras camino, trato de recordar cómo llegué aquí y por qué estoy en la casa de un desconocido, en su cama y semidesnuda.

En cuanto veo la puerta principal, me largo a correr de puntitas hasta allí. Con tranca. Vuelvo a tirar de ella con más insistencia. Maldición. Me doy la vuelta y busco la primera ventana que encuentro. Es alta, del techo al piso, con unas cortinas color marfil, pensé que se desintegrarían si las tocaba de lo finas que son. Las abro de par en par. ¿Un tercer piso?  La idea es suicida, no puedo saltar. Comienzo a respirar con dificultad pero me convenzo de que posiblemente hayan unas escaleras de incendio en otra ventana, así que empiezo a recorrer la casa en busca de una salida.

Espío de manera sigilosa el mono-ambiente mientras vuelvo a la habitación de la que salí. Todo es moderno y minimalista. El sofá es gris claro, la mesa de centro es de vidrio y la televisión de pantalla plana. Nada sale de la gama de grises, y de una decoración sencilla pero estratégicamente ordenada. ¿Quién podría vivir así? 

Atravieso el pequeño pasillo. La puerta de la habitación está como la dejé, asomo la cabeza y hago una rápida inspección. La cama, ubicada en una esquina para maximizar el espacio, solo está arrugada y desordenada del lado en el que yo desperté. Frente a la misma se encuentra un hermoso escritorio vacío, con una silla de oficina. Y al lado, una puerta entreabierta, lo que supongo que es el guardarropa porque no veo un ropero por ningún lado.

Y por supuesto, otra ventana que va del techo hasta el suelo, con esas cortinas que en cualquier momento se van a desintegrar.

Algo me dice que no vaya hasta allí ni que pise de nuevo la habitación, así que con ese pequeño presentimiento doy tres paso atrás. Con las manos enredadas en mi cabello, siento que mi corazón empieza a latir con fuerza mientras trato de aferrarme a cualquier atisbo de calma. Pero la realidad me abruma y siento cómo el pánico amenaza con apoderarse de mí. Mientras mi mente divaga por las peores posibilidades, noto de reojo que el pasillo se curva. Enderezo mi postura y bajo mis manos. Antes de que pueda ordenar a mis pies que se muevan, ya están avanzando por su cuenta, arrastrándome hacia lo que parece ser el verdadero final del pasillo.

Hay una puerta entreabierta. Me asomo con cuidado para ver. La espalda de un chico con las piernas enredadas en las sábanas es lo primero que veo. Termino de abrirla de inmediato y me acerco rápido hasta él. Una parte agresiva e impulsiva quiere despertarlo y otra más coherente quiere percatarse de que no sea quien creo que es.




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