Ademia

Capítulo 14: La respuesta es no

El peso de todo lo que sucede a mí alrededor ya lo comienzo a sentir como una inmensa roca que descansa sobre mis hombros, una presión constante que amenaza con aplastarme. ¿En serio soy la única que siente este peso? O tal vez, todos los demás están tan acostumbrados a él que ni siquiera lo notan. Eso me... me tranquiliza, o puede que me engaño lo suficiente para poder creerlo. Pero yo lo siento notoriamente, y lo expreso con desesperación. Lo siento en cada latido de mi corazón, en cada pensamiento que atraviesa mi mente.

Tiene sentido. Pero no quiero que todo lo tenga.

Siempre pienso que la vida es un torrente incontrolable de eventos, una cascada interminable de momentos que se suceden uno tras otro sin dar tregua. Es... algo escalofriante, en mí caso. Pero es extraño, porque me siento como una actriz en un escenario, atrapada en una obra en la que no escribí el guión. Las palabras y acciones fluyen a mi alrededor, y siento que no tengo más opción que seguir el guión impuesto, incluso cuando cada fibra de mi ser clama por un descanso, por un respiro.

Tengo la horrible sensación de que no puedo permitirme detener la vida que estoy teniendo. ¡No puedo! La inexorable marcha del tiempo, las responsabilidades que se acumulan como una montaña de piedras sobre mi espalda, los compromisos que me atan a un curso predeterminado, ¡Me volveré loca! No importa cuánto quiera detenerme, la vida sigue su curso, y yo debo seguir adelante con ella. ¿Por qué es tan injusto?

Pero solo estoy aquí, castigada, claro, fregando los platos. Miro fijamente, como lo he estado haciendo los últimos veinte minutos, el azulejo blanco que no para de recibir el salpicado del agua, siguiendo con mi vida como si nada. Como si no hubiera visto verdaderamente a Tyler con dos alas negras, como si no me hubiera lanzado de una azotea, como si no hubiera descubierto que el secuestro sí pasó, como si no me hubieran llamado Ademia, como si las personas no actuaran raro conmigo, como si él no hubiera descubierto mi secreto, como si no hubiera intentado desesperadamente borrar ese recuerdo de mi mente e ignorara el almanaque cambiado, como si haber donado ese maldito libro no hubiera puesto un stop a mi pasado.

Frego los platos, e ignoro todo. Estoy en el punto exacto en el que, o la locura me toma, o la valentía que todavía no tengo, realce.

De todos modos, ¿realmente importa si tengo razón o no? Si al fin y al cabo... Todo es malditamente inevitable. Todo está tan mal y distorsionado. Ya no puedo detener estos pensamientos pesimistas, ¡Pero son cruelmente realistas! No siempre puedo controlar mi suerte, mucho menos mi destino, aunque me desespera. A veces, tal vez, deba ceder ante las fuerzas que están más allá de mi comprensión y poder.

¿Cómo puedo encontrar el equilibrio entre la necesidad de avanzar y el deseo de detenerme?

Cierro el grifo. Tomo el repasador y me seco las manos.

Lo que necesito es irme. Necesito...

—¿Chlorine? —Oigo la voz de mi madre llamarme mientras baja las escaleras—. Chlorine, ¿cómo llegaste tan rápido? Dijiste que irías al supermercado por tus adherentes.

Oh, mis adherentes.

Se acerca hasta mí, se detienen a unos pasos para tocar el interruptor de la luz. Todo este tiempo estuve tan absorta en mis pensamientos que no noté la falta de luz, apenas lo que queda del día nublado ilumina la cocina. Pero ella no dice nada al respecto.

—Sí, es que estaba vacío —miento, ¿cuánto tiempo pasó? Creí que había demorado mucho—. Ya terminé —señalo la cocina—. Me iré a bañar.

Asiente. Parece que quiere decirme algo, y yo igual, pero espero con atención lo que hará. Camina con gracia hasta el dispensador y se sirve agua en un vaso.

—Antes de que subas a bañarte, toma —se gira, y estoy segura de que mi rostro no puede ocultar la sorpresa—. Encontré el paquete completo, ¿Por qué dejaste de tomarlas?

Sus dos manos están extendidas, una con el vaso de agua y la otra con la pastilla. Trago saliva, tratando de que esto no le de razones para enojarse conmigo.

Pero me tiemblan las manos, mientras tomo ambas cosas, en silencio. Quiero tirar el blíster a la basura y estrellar el vaso contra el piso, quiero salir corriendo y esconderme lejos de ese paquete, pero también quiero que mamá me pregunte si quiero seguir tomándolas.

Porque la respuesta es no.

Mi mirada se cruza con la suya, y en ese instante, sé que mi lucha por encontrar ese equilibrio entre lo inevitable y la valentía, parece esfumarse.

—Ah... ¿Cómo es que...? —carraspeo—. He estado tomando la receta del doctor, olvidé también que debía tomar estas —digo en cambio, mintiendo—. Estuve al pendiente de otras cosas. Gracias...

La miro. Pongo la pastilla en mi boca y hago pasar el agua.

Mamá, por fin, parece relajarse. Su mano se siente fría mientras la posa sobre mi brazo, y una ola de temor me envuelve.

—Es por tu bien, estuve muy preocupada. Las encontré en tu escritorio y pensé lo peor.

—¿Lo peor?

—Si no las tomas, podrías enfermar.

Asiento, lentamente. ¿Enfermar de qué? Me siento paranoica, lo cual no me gusta. No me gusta cuestionar, o al menos no cosas que tengo fielmente creídas y que de pronto algo haga que se invalide.

Su mano, fría, me acaricia con cariño hasta hacerla bajar. Es como un dejavu. Ella es fría, muy fría. Y sus ojos tienen de nuevo ese brillo carmesí...

Hago pasar saliva por mi garganta con disimulo.

La sola existencia de Tyler, hace que esta otra existencia tenga sentido, después de tantos años tratando de borrar lo visto... Mamá...

—Vamos, ve a bañarte —me anima, y ella sigue de largo hasta irse por la puerta principal.

Saco la lengua, y con rapidez, saco la pastilla que poco a poco empezaba a disolverse en mi boca.

Toso un poco, abro el bote de basura que está vacío. No, no puedo tirarlo ahí. Miro el fregadero, podría.... podría... ¿Qué podría hacer? Vamos, piensa. Podría... Podría... Podría hacerla desaparecer por las tuberías.




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