El parque no es tan grande, así que nos da el tiempo de subir a casi todos los juegos: la ruleta, las canoas, el carrusel, las tazas giratorias, los autitos chocadores, entre otros.
Travis en verdad puede ser muy ruidoso, y muy divertido. Tyler, en cambio, guardaba más silencio. Aún así, se las arreglaban para pelearse entre ellos y a su vez sacarme varias carcajadas por sus ocurrencias.
Pero Tyler...
En los autitos chocadores, él no me embestía. Yo lo buscaba, pero él esquivaba cada choque con una precisión que parecía ensayada, como si leyera cada uno de mis movimientos o intención. ¿Así era su idea de diversión? En el juego del mazo, yo golpeé con fuerza, pero el medidor apenas subió. Tampoco esperaba la gran cosa, no soy conocida por mi gran fuerza, en absoluto. Pero él tomó el mazo y lo logró en un solo intento. Travis fue el que presumió y se burló, pero Tyler no. Ganó la pulsera que yo quería y me la entregó sin mirarme a los ojos.
Estuvo todo el día sin pronunciar nada extraño sobre nosotros, lo cual es raro, y tampoco me lanzó alguna información existencial, lo cual es el doble de raro.
Lo cierto es que, aunque yo notaba todos sus actos, él no esperaba absolutamente nada de mi parte. Su trato era totalmente desinteresado. No es como si algo hubiera cambiado en mí por ello. Es solo que, ante el silencio que hay en mi mente, lo lleno con algunas suposiciones. O peor aún, con observarlo más de la cuenta.
Al parecer... cuanto más pienso en todo como un conjunto, me enoja. Es como si... cada vez que razono, él fuera un objeto disparador de algo que me consume por dentro.
Respiro hondo. Ahora, estamos sentados en una banca. El sol se fue hace algunas horas. El parque ya se encuentra completamente vacío. Solo estamos en silencio, mirando el parque desde esta distancia, esperando algo. No sé qué, pero esperamos.
—¿Falta mucho? —le pregunto a Travis.
—¿Te agobia el silencio?
Resoplo.
—Todo lo contrario. Pero ha pasado ya un buen tiempo.
Travis sonríe, como si supiera algo que yo no. El hecho de que sigamos aquí, sin ser molestados o que todavía no nos hayan echado, me hace pensar en que Tyler probablemente nos haya vuelto invisibles o algo. Que no quiero saber.
—Ya verás —sonríe Travis.
Asiento con la cabeza.
Enciendo la cámara y hojeo las imágenes, una tras otra, para matar el tiempo. Todas están contadas desde mis ojos y eso me hace sentir bien: yo detrás del visor, ellos delante del objetivo. Travis posa con naturalidad, igualito a cuando... a cuando éramos... niños, sí, probablemente, no lo recuerdo pero él parece de los que hubieran sido así también desde siempre. Tyler se resistía, pero se quedaba, y en varias tomas ni se percataba de que apretaba el botón. Y en la última foto, me arrebataron la cámara y consiguieron una de los tres, juntos.
Aunque haya traído la cámara con otro fin más deshonesto, me han quedado bonitas las fotos... y los recuerdos.
Después de tantas horas compartiendo risas y gritos, todavía no les he confesado que han cumplido su palabra: por un día entero he olvidado el miedo, he reído sin medida, he sentido que vivir no duele.
Y que...
—...parpadeaste, ¿no es cierto?
La voz de Tyler me hace levantar la vista.
—¿Ah?
—Tonta —Travis me zarandea de los hombros—. Fue un segundo, vamooos. ¿No notaste el cambio?
Niego con la cabeza. ¿Cambio?
—No tienes remedio, Choclito. Te perdiste de la magia.
El chasquido en mi frente fue tan rápido que tardé varios segundos en procesar el dolor.
—Oye, eso sí me dolió. ¿Se puede saber, de qué estás hablando?
—Déjala —Tyler retira a Travis de mi vista—. Chlo, mira al frente.
Oh.
Las luces se encienden de golpe, como si alguien hubiera tirado de un interruptor invisible. Es.... es otro parque. Mismo lugar, pero otra versión, moderna, y colorida.
—¿Qué es..? —No puedo terminar de preguntar. Me pongo de pie ante la sorpresa de lo que veo—. Wow.
Los juegos son los mismos, pero lucen relucientes, nuevos, casi brillantes. Lucen más altos, más... peligrosos.
—De día se cae humildemente a pedazos —Travis respira hondo—. Pero de noche... se vuelve increíblemente emocionante.
—Es una especie de... de... truco. ¿Cómo es...? —no encuentro las palabras.
—Un rincón escondido —interrumpe Tyler—. Solo es un rincón escondido, hay muchos así. La apariencia solo se revela ante personas como nosotros.
Asiento. No entiendo, pero asiento.
—Temo decepcionarte —dice Tyler—, por todo el tiempo que perdimos, pero recién vendrás a experimentar nuestra famosa parte de la historia
.
.
.
.
.
.
.
.
.
.
.
.
.
.
.
.
.
Miro mi reflejo en el charco. El agua está quieta, como un espejo sucio. Maldición... mi cara se ve tan pálida, mi nariz tan colorada, y mi cabello, oh, tan despeinado como si me hubiera pasado toda la tarde frotándome con un globo. La adrenalina aún me zumba por dentro; cada tanto me tiemblan los músculos.
Eso ha sido una locura.
Diez veces, al menos, he pensado que me moría, y no de forma metafórica. Y seguro que me dejo alguna. Los recuerdos vienen a de a saltos, en cuotas, pero el pánico y la euforia siguen aquí, pegados. Esos juegos fueron de otro mundo. La montaña rusa subió tanto que la presión arterial me bajó, y la caída e dejó la cara dormida. Los dos gritaron tanto que se mezclaron con el traqueteo del riel. Sí, Tyler gritó... Tengo que esforzarme para parpadear.
La casa de los espejos no respetó las leyes de la física en absoluto. Podíamos atravesar los cristales y la piel se me volvía blanda, como si fuera de gelatina. Fue parecida a la sensación de aquellas babosas en mis piernas de hace unas semanas. Cada recoveco era una trampa. En una sala el fuego rodeaba todo y solo uno de los veinte espejos servía de salida. ¡Solo uno! Sentía el calor en la cara y estaba segura de que la tela de mi ropa se iba a prender fuego, y sucedió, pero no me calciné ni tampoco se consumió mi ropa. Apenas sentí una sola punzada en la mano, justo antes de que Tyler me sujetara para salir.