Adicción Irresistible ©

5|Karma.

MICKEY        

MICKEY.

 

Nunca he podido terminar de escribir una puta canción.

Siempre llego a escribir los estribillos, y algunas veces, empiezo desde el final hasta el estribillo, y bum... luego me vuelvo incapaz de concluir una sola melodía. Supongo que así ha sido siempre, con cualquier aspecto en mi vida.

Nada concluye. Nada llega a un final. O por lo menos, de esa forma lo he sentido.

Mi banda preferida ‹‹Bad Wolves›› resuena con fuerza en medio de mi habitación. Aumento el volumen, incluso a sabiendas de que mamá no tardará en echarme de casa por el ruido a mitad de la tarde, y la cena con sus colegas. Están desde hace más de dos horas en el comedor, y aunque Sara me ha pedido que les acompañe, me he negado.

No me interesa nada que tenga que ver con los negocios de mi madre, y sus estúpidas reuniones cordiales.

El sonido estrepitoso hace eco en mi cabeza, y jugueteo con los palillos de mi batería mientras cierro los ojos, y me concentro en la música. Subo aún más el volumen. Las paredes de la habitación, empieza a vibrar junto a las ventanas, y no, no es un terremoto.

De pronto, la puerta de mi habitación es violentada. Ian aparece detrás de la misma, y alza las cejas, examinando a su alrededor y cruzándose de brazos.

—Parece que tuvieses un terremoto acá adentro.

Ladeo los labios, y me dejo caer sobre la cama detrás de mí.

—Ya quisiera. —le dedico una sonrisa amarga.

Ian Janssen es mi supuesto hermano mayor. Incluso mayor que Micah, el cual solía ser mi hermano mayor hasta que descubrimos la travesura de mi padre y su consecuencia. Bueno, en realidad, yo no sabía nada hasta hace un par de años. Tan solo era un crío cuando Ian apareció en mi vida, desapareció durante cuatro años, y luego cuando mis hermanos ya no estaban más en casa, decidió regresar.

En algún momento de mi vida, llegué a pensar que solo había regresado porque Micah y Mikhail le habían obligado, pero la verdad es que me vale mierda. Él está aquí, y debo conformarme con eso.

Ian decide entrar en la habitación. Le baja el volumen al aparato reproductor a un costado de mi cama, y se sienta al borde de la misma.

—¿Sigues intentado terminar una canción? —pregunta. Sus ojos me observan, indagándome.

Frunzo los labios.

—Sigo intentando lo imposible. ¿Qué te puedo decir? —tarareo el estribillo de la canción que suena en el fondo de nuestra conversación—. No aprenderé jamás.

Ian apenas sonríe. Coge mi libretilla de canciones, todas sin terminar, y les echa una rápido vistazo antes de volver a dejarla en su sitio.

—Tal vez deberías probar escribiendo sobre amor. —sugiere.

Me río con sarcasmo.

—El amor es una mierda. —espeto, incorporándome sobre el colchón.

Ian estira las comisuras de sus labios, y se dirige hacia la puerta de la habitación. Sin embargo, antes de marcharse, se gira y habla:

—El karma lo es. —sonríe, y sale de la habitación.

Un suspiro exhausto abandona mis labios cuando termina de cerrar la puerta de la habitación. Me froto el rostro con brusquedad, y me levanto para volverle a subir todo el volumen al reproductor causando que las paredes y ventanas vuelvan a saltar.

—No, Ian. El amor lo es. —mascullo, cogiendo la libretilla y tratando de reanudar la canción que abandoné a medias.

¿Cómo podría escribir sobre algo que no existe?

Quiero decir... seamos honestos. Matrimonios que juran amor eterno se deshacen todos los días. Personas suelen decir que te aman, y al siguiente día, actúan como si nunca lo hubiesen hecho. No tengo en nada en contra de las personas que de verdad creen en el amor, solo que no creo en ello.

Podría compararlo con las personas que creen en los dioses monos. Hasta ellos tienen más credibilidad que el amor.

Ni siquiera entiendo cómo mis hermanos pueden continuar con sus novias de la secundaría. Bueno, entiendo a Mikhail, Kathleen es una persona increíble; pero Rosie, ella solo me abruma con sus cosas de precaución, y a nadie le importa que en el metro haya bacterias.

Bufo, y continúo con mi canción sombría.

(...)

Son las siete de la noche cuando decido tirar la toalla, y abandonar mi MickeyCueva para ir por algo de comer. El estomago me ruge, y no ha sido por el estruendo en mi habitación.

Al llegar a la cocina, saco una bolsa de queso, y cojo una bolsa de pan de los estantes para preparar mi sándwich. Sin embargo, pronto escucho la voz de Juliana reprochándome a mi espalda.

—No puedes quitarme mi empleo, Mickey. —me giro, y llevo mi sándwich a un plato, antes de disponerme a guardar las bolsas que he empleado para su preparación.

Le ofrezco una sonrisa afable, antes de llevarme el sándwich a la boca, y saborear el sabor del queso cheddar.




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