Adicción Irresistible ©

14|Huracán.

MAXINE.

 

Puedo sentir la calidez de su cuerpo perforando cada centímetro del mío, como si fuesen dos piezas perdidas pertenecientes al mismo rompecabezas. Sus dedos acarician mis mejillas trazando gráciles círculos alrededor de mi piel. Le sostengo la mirada en cada instante. El azul metálico de sus ojos refulge en medio del lúgubre entorno.

El corazón empieza a latirme con fuerza a medida que Mickey inclina su rostro hacia el mío. Las manos me tiemblan justo por encima de su pecho, el cual sube y baja con inconsistencia.

De repente, escuchamos un par de voces que provienen del corredor en el interior del establecimiento. Sin mencionar una sola palabra, nos separamos. Mis manos crispándose a los costados de mi cuerpo.

—¿Max? —la rubia de ojos azules no tarda en asomar su pequeña cabeza hacia el balconcillo. Primero, me dedica una larga inspección antes de fruncir el ceño ligeramente, y luego deslizar su mirada hacia el chico junto a mí. Él se ha girado dándole la espalda, y apretando sus dedos alrededor de la barandilla—. Emma ha propuesto jugar a un juego en el salón. ¿Se unen?

Pienso en negarme.

Emma solo me impulsa a molerle su puta cara a golpes.

—Yo me uno —accede Mickey. Ni siquiera me mira cuando me rodea sin tocarme, y se aleja en dirección al corredor dejándonos a las dos solas.

Lotty enarca las cejas, confundida.

—¿Estaban discutiendo? —no se aguanta en preguntar.

Sí estar a punto de besarse le llamas ‹‹discutir››.

—Algo así. —hundo un hombro para restarle importancia.

Ella avanza moviéndose en dirección a la barandilla, y un prolongado suspiro abandona sus labios. Agacha la cabeza, y se mantiene en silencio con la mirada clavada en el cielo estrellado.

Mi cabeza empieza a sopesar en lo que sea que pueda estar ocurriéndole.

Nada se me ocurre.

Por lo que decido acercarme unos cuantos pasos. Recargo el lado lateral de mis caderas de la barandilla, y me dedico a estudiarle durante unos cuantos segundos. Ella sigue apresando su labio inferior con fuerza, y manteniendo su mirada perdida en el horizonte.

—¿Puedo hacerte una pregunta? —suelta tras lacónicos segundos de un espeso silencio. Solo me limito a asentir. Ella inhala con fuerza, y la forma en la que su pecho se infla al respirar se hace demasiado notoria—. ¿Hay algo de malo en mí? —sus claveles tristes pasan a los míos.

Una arruga se forma en mi entrecejo sin poder evitarlo.

—¿Por qué habría algo de malo en ti?

Ella vuelve a inhalar con fuerza, y sacude la cabeza.

—Solo responde. Si fueras un chico... ¿te enamorarías de alguien como yo? —su voz se vuelve un hilo al formular la pregunta. Su sonrisa se vuelve demasiado quebrada, y sus ojos adquieren un matiz fúnebre.

Trago con fuerza, y extiendo una sonrisa delicada en mis labios.

—Yo pienso que eres hermosa, Lotty. No entiendo por qué me preguntas eso. —mascullo.

Ella mueve su cabeza dando cabezazos de un lado a otro mientras sus ojos empiezan a llenarse de lágrimas.

—¡No! —un sollozo gutural abandona su garganta—. Nadie piensa eso de mí. Solo me ven como la chica dulce, buena, incapaz de dañar a nadie. Solo soy el hombro. El pañuelo de lágrimas de todos. La chica que siempre estará allí sin importar qué cada vez que la necesites —hace una pausa, en la que se enjuaga un par de lágrimas rebeldes con el dorso de su mano. Me ofrece una sonrisa rota—. Pero, ¿quién podría ser capaz de ver algo más que un maldito pañuelo de lágrimas en mí? —aguarda en silencio durante algunos segundos, y sopla con fuerza—. Nadie, Maxine. La respuesta es: nadie.

La miro en silencio mientras se enjuaga las lágrimas y ligeros sollozos se escapan de su boca. Siento un tenue cosquilleo en la médula al verle romperse frente a mí de esa manera. Ella no lo merece. Es demasiado buena.

Traslado mi mano hacia su hombro, y le insto a mirarme.

Lotty niega, pero termina lanzándose entre mis brazos antes de estallar en un grácil llantén. Su cuerpo tiembla, y mis manos se aferran a la parte posterior de su cabeza.

Nunca he sido buena con las palabras. Pero justo ahora la persona que siempre está para los demás para enjuagar sus lágrimas, necesita a alguien que esté para tenderle un hombro.

—Oye, no llores. —musito. Mi voz me sorprende. Es suave como un algodón—. Yo tengo la certeza de que va a llegar esa persona capaz de ver a través de ti. A esa Lotty divertida; a esa Lotty inteligente; a esa Lotty llena de coloridos sentimientos —ella se separa un poco para poder mirarme—. No necesitas que nadie te diga lo valiosa que eres. Tienes que sentirlo por ti misma... —toco en medio de su pecho, justo sobre el lugar en el que late su corazón—, justo aquí. Eso es lo más hermoso de ti.

Ella apenas sonríe entre tantas lágrimas.

—¿De verdad lo crees?

—No importa si lo creo o no. Lo que verdaderamente importa es que lo creas tú. —recalco.

Ella asiente reiteradas veces, y vuelve a estrechar mi cuerpo entre sus brazos. Hunde su cara en mi cuello, y vuelve a alejarse.




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