Adicción Irresistible ©

16|Mala Reputación.

        

 

MICKEY.

 

No entiendo el por qué, pero cada vez que tengo alguna clase de acercamiento con Maxine, siempre acabamos metiéndonos en problemas. Justo como ahora.

El profesor de teatro nos ha enviado a detención por saltarnos la clase de gimnasia, y romper el reglamento de la institución debido a la situación en la cual nos encontró. Oh, por Dios. ¿No pudo imaginar que estaba quitándole una basurita del ojo? Prefirió concebir que estábamos haciendo cosas malas.

Miro atentamente las agujetas del reloj por encima del pizarrón. Se mueven cada veinte minutos, y aunque llevo tan solo quince minutos en el salón, tengo la ligera sensación de que ha transcurrido una década desde entonces.

Maxine se encuentra en la hilera a mi costado. Ella luce natural y fresca. Como si no hubiésemos hecho nada malo, y como si estar en detención fuese el más fastuoso paseo. No puedo dejar de preguntarme de dónde saca toda esa seguridad y confianza en sí misma que tanto irradia. Admito que me intriga de alguna manera. Ella es así, simplemente. Con mucho carácter, y sin pudor alguno.

El profesor asignado de la cátedra se encuentra en la silla frente al escritorio. Es un señor que aparenta tener casi setenta años. Ni siquiera entiendo cómo no lo han jubilado a estas alturas. Tiene unas enormes ojeras debajo de sus ojos, y bosteza cada veinte segundos.

De repente, algo puntiagudo se estrella contra mi brazo. Echo un vistazo por encima del hombro, y me encuentro con una desafiante mirada verdusca.

Ella sonríe de manera despreocupada.

—¿Por qué no nos vamos? —interpela entre siseos.

Rápidamente, mis cejas se unen.

—¿Te volviste loca? —digo con escepticismo.

Ella mueve sus labios de un lado a otro, y una sonrisa egocéntrica se dibuja en sus labios.

—Yo pienso que todos tenemos un toque de locura —estira sus brazos sobre la mesa—. Pero no va al caso ahora. ¡Por favor, Janssen! El anciano está que se duerme.

Le dirijo una mirada que expresa negación, y vuelvo a centrarme en las agujas del reloj. Tan solo se ha movido medio centímetro.

Mierda.

Sin embargo, ella vuelve a lanzarme otro papel puntiagudo. Éste impacta contra mi mejilla.

—¡Maxine, basta! —le increpo—. No quiero más problemas. Nunca he ido a detención antes, y cuando mi madre se entere... enloquecerá.

Ella ríe con evidente burla, y se desliza sobre la silla.

Rueda los ojos, y exhala un bufido.

—Blablabla. Ni siquiera se dará cuenta —hace una pausa, en la que vuelve a enderezar la espalda—. Créeme. Ya he estado en este punto antes.

Y no lo dudo.

Desde que regresó a la ciudad ha estado suspendida al menos unas cinco veces. O por lo menos, eso he escuchado.

Tuerzo los labios.

—No lo haremos. —sentencio, dando por terminada la conversación.

Me vuelvo hacia el frente, y la escucho resoplar los labios audiblemente.

Sin embargo, antes de que pueda decir algo más, Maxine se levanta del asiento con un sigilo incuestionable. Toma su mochila del suelo, y la guinda en su hombro. Le echa un furtivo vistazo al profesor, el cual ni siquiera nos mira, puesto a que apenas somos tres personas en el salón, y el otro chico dormita cual perezoso; y culebrea entre los asientos hasta llegar a la puerta.

Sus retadores ojos se clavan sobre mí, y siento clavos incrustándose en la espalda.

Hace una mueca con sus labios, y sonríe con malicia. Puedo observar el atisbo de infamia que refulge en medio de sus pupilas.

Ella está desafiándome a hacer lo mismo.

Y finalmente, abandona el salón.

Bueno, ella ha escapado.

Me llevo las manos al rostro, y estrujo con fuerza sin poder creerme las cosas que hago últimamente por su causa. Con cuidado, tomo mi mochila y me levanto de la silla con mi mirada clavada sobre el profesor.

Desplazo mis pies en silencio hasta la puerta, y escapo del salón antes de que alguien más pueda notarlo. El aire regresa a mis pulmones estando afuera.

Entonces, una risa inunda mis oídos. Corrección, la risa de Maxine.

Tuerzo el gesto, y le miro con hastío.

—No estuvo tan mal ¿no?

—No, Maxine. Estuvo mal. No puedes hacer esta clase de cosas siempre. —mi voz suena un poco demandante.

Ella alza las cejas, pretendiendo estar confundida.

—¿Por qué no?

Vacilo. —Es contra las reglas.

Su ceja derecha se alza demasiado.

—¿Y qué importa eso? —arquea sus cejas en mi dirección, y se acerca unos cuantos pasos.

—Importa —exhalo un suspiro sin poder apartar mi mirada de sus brillantes ojos verdes. Su cabello rubio cae a un costado de su rostro haciéndole lucir delineado. Como si fuese una especie de retrato andante. Ella es... demasiado hermosa. No puedo mentirme.




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