Adicción Irresistible ©

23|Me Debías Un Reto.

MAXINE.

 

Tras recorrer casi toda la feria, y subirnos en todas las atracciones posibles, terminamos agotados, y hambrientos. Demasiado hambrientos. Por lo que nos decantamos por echarle un vistazo al paseo en el que una larga hilera de food trucks se encuentran apilados en frente a la calzada con privilegiada vista al mar. El sol se ha escondido, y la luna ha salido a tomar su protagonismo en medio de un cielo despejado de nubes pero atiborrado de puntitos luminosos.

Cool cuelga de mi hombro mientras caminamos a pasos gráciles a través de la calzada. El agradable aroma a papas fritas, y hamburguesas me hace retorcer el estomago con pesadez. Siempre he adorado la comida de los food trucks. Rápida, deliciosa y jugosa.

—Bien, hemos visto casi todos. ¿Cuál te ha apetecido? —pregunta el rubio de ojos azules cuando nos detenemos cerca del último camión de comida.

Me llevo la mano al mentón, y le lanzo una mirada de cejas alzadas.

—¿Comida mexicana?

—¿Burritos? —dice mientras sonríe.

—No es lo único que venden los mexicanos, tarado  —le atizo una golpecito en el brazo con mi araña, y él plasma una teatral mueca de dolor—. También tienen tacos, tamales… ¿qué opinas? ¿Entramos? —indago, señalando la entrada del barcito a un costado de la calzada.

El lugar tiene una fachada bastante atractiva. Justo en la cima está decorado por una gran serpiente luminosa de colores brillantes que le otorga un aspecto conspicuo al nombre del barcito. Me llama mucho la atención la terraza en la que se ubican las mesitas. Luce ideal para una cita.

Aunque Mickey y yo no estemos en una cita. ¿Existen las citas entre amigos?

—Bueno, me has convencido con eso de los tacos —dice al cabo de algunos segundos.

Él camina junto a mí cuando nos adentramos en el lugar, y el exquisito olor a carne y maíz inunda el ambiente de una manera cautivante. Uno de los mozos ubicados en la entrada nos dirige a una mesa, y chillo cuando subimos las escaleras que dirigen a la terraza.

Una melodía suave resuena en medio de los altisonantes creando un aura llena de tranquilidad. Casi me sacudo espasmódicamente al sentir un fuerte escalofrío recorrerme el cuerpo al llegar a nuestra mesa.

El mozo nos ofrece las cartas tan pronto nos sentamos, y luego se aleja para permitirnos discutir lo que pediremos.

Sin embargo, los tacos calientes me hipnotizan desde el primer momento en el que le echo un rápido y efusivo vistazo al menú. Jugueteo con la cartilla entre mis dedos, y alzo la vista de vez cuando para fijarme en Mickey. Él luce bastante concentrado al leer todos esos nombres nuevos en el menú, y cuando me pilla mirándole, solo no se inmuta. Más bien, la sonrisa en su rostro se torna ladeada.

—¿Has decidido lo que pedirás? —le pregunto, haciendo un extraño pero acosador bailecito con mis cejas.

—Creo que sí. ¿Tú?

—También. Creo que estamos pensando en la misma cosa —ladeo un sonrisa juguetona, y finjo repasar los títulos en el menú.

Él frunce las cejas, y descansa la cartilla sobre la mesa.

—¿Ah, sí?

Asiento. —Eso creo. Pero vamos a comprobarlo. Cuando diga ‹‹ahora›› diremos lo que hemos escogido de la cartilla. ¿Vale?

Él solo se limita mover su cabeza positivamente.

—¡Ahora! —suelto—. ¡Tacos!

—¡Burritos! —dice él.

Bueno, creo que es obvio que me he equivocado una vez más. No hemos pensado lo mismo, y no sé por qué creí que había sido de esa forma. Digo… no es que nos parezcamos, o que solamos pensar las mismas cosas.

Somos polos opuestos después de todo.

Polos opuestos con una sola cosa en común; nuestra malvada regla familiar.

Tal vez… ¿podría haber algo más que nos una de alguna manera?

No puedo evitar soltar una risita, y él hace lo mismo. Se lleva ambos brazos al pecho, haciendo que sus brazos luzcan más grandes y fibrosos. Trato de no mirarle con tanto descaro, pero él lo nota, porque sus labios terminan ensanchándose con perversidad.

Carraspeo. —¿Qué? —pregunto a la defensiva.

—Eres demasiado mala disimulando las cosas, Maxine —dice. Se inclina hacia la mesa, descansando sus codos sobre la fría madera rústica de la mesa—. ¿Te has dado cuenta?

—No pretendía ocultarlo. ¡Sí! ¡Estaba mirándote! —confieso sin pudor alguno. Hundo un hombro, y estiro mis piernas por debajo de la mesa hasta el punto en el que la punta de mi zapatilla roza la suya—. Como si tú jamás me has mirado con tus sucios ojos…

Noto a sus pómulos coloreándose.

Sin embargo, consigue recobrar su característico aspecto natural.

—Bueno, no tengo defensa para ello —se acaricia el brazo derecho, y luego sus dedos se aferran a su codo—. Supongo que estamos a mano.

No, aún.

Miles de pensamientos divertidos con respecto a la situación me brincan a la cabeza. Más, me muerdo los labios para no soltarlos a todos.

—¿Te parezco sexi? —indago.




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