Adicción Irresistible ©

24|Sin Arrepentimientos.

MAXINE.

 

No tengo ni la menor idea de qué hora es cuando aparcamos la motocicleta frente a las verjas de lo que parece tratarse de un sublime parquecito. Sigo molesta con Mickey por lo que me ha hecho hace minutos atrás. ¡Me ha tendido una trampa! ¡La más sucia trampa de todas!

Me impresiona su suspicacia y gran agilidad por convencerme de huir de un restaurante sin pagar. ¡Pudimos haber ido a prisión! Aunque, claramente, no me importa mucho acabar toda una noche en una celda junto a tal hombre.

Oh... díganme que no he pensado eso en serio.

Él apaga el motor mientras me bajo de la moto rodeando sus caderas con mis piernas. No conozco la razón por la que nos ha traído a este lugar, pero mi cuerpo reacciona con alivio tan pronto coloco mis pies sobre el suelo. Una sutil corriente de aire me envuelve de inmediato, razón por la que traslado mis brazos hasta mi pecho en un vago e insuficiente intento de protegerme del frío.

No digo nada mientras le escucho acercarse. Solo me quedo en la entrada admirando la vasta visión panorámica que se extiende frente a mis ojos. Un pasmoso lago recubre los costados de la calzada a la vez en que la gran y brillante luna llena posa en medio de la anchura de un cielo teñido de negro.

—¿Nunca habías venido a este lugar tampoco? —le oigo preguntar a mi espalda.

Mis ojos permanecen rehusándose a despegarse sobre tal extraordinario panorama. No le respondo pese a morir por dentro para hacerlo.

—Maxine... —arrastra las palabras junto a un profundo suspiro—. ¿De verdad te has enfadado por lo que sucedió? —pregunta. Sigo sin responder. Él toma una fuerte bocanada de aire que me hace estremecer—. Sí, lo capto. ¡Oh, por Dios! ¡Tan solo fue una broma!

—¡Una broma que casi nos hace pudrir en prisión! —me muerdo el labio, dirigiéndole una lasciva mirada.

—Pero no sucedió... —le siento acercarse lo suficiente. Tanto que me hallo consciente del momento exacto en el que mi pulso cardiaco se dispara. Su mano se envuelve cálidamente alrededor de mi hombro, y su tacto me arde—. Maxine... —dice, suave—, lo siento. ¿Sí? Siento haberte engañado así... solo creí que sería divertido. No lo sé. Creí que te gustaría un poco más si te demuestro que también puedo correr riesgos de vez en cuando.

Entonces, sus palabras consiguen quebrar mis fibras internas de resistencia. Trato de no sonreír al instante. Trato de no girarme a mirarle a sabiendas de que no podré resistirme de brincarle encima. Trato... pero últimamente, tratar no se me da bien cuando se trata de un Janssen.

Solo sucede.

Solo lo consigue con solo un roce.

Y, de pronto, parece demasiado avergonzado de lo que acaba de confesarme.

—No lo sé... solo quería hacer algo divertido. Solo olvida lo que he dicho. Yo...

Me vuelvo hacia él. Sus manos se encuentran adheridas a su nuca, y sus chispeantes ojos azul metálico se trasladan hacia el paisaje a la distancia. Ha sacado su clásico escudo masculino.

—Y me he divertido como nunca —confieso a la vez en la que mis labios empiezan a desplegarse en una sonrisa—. Pero no tienes que hacer esas cosas por mí, acosador. No tienes que hacer nada que no quieras por mí.

El fantasma invisible de una sonrisa se asoma tras sus labios.

Él menea la cabeza, y se despeina el cabello rubio con las manos.

—No solo lo he hecho por ti. Tampoco te eches todo el crédito, Rapunzel —su voz se matiza detrás de una clara nota de diversión. Sus ojos vuelven hacia los míos. Sus labios se definen en una contorneada sonrisa ladeada—. Supongo que me has contagiado un poco de tu locura, ¿eh?

Me río. —Tendrás que buscar una cura, entonces.

—Tú eres mi cura —dice. Sigo pudiendo identificar las trazas de burla en su profunda y viril voz rasposa.

Elevo mi dedo índice al aire, y lo sacudo de lado a lado, mientras intento esconder mi rubor detrás de toda mi maraña de cabello.

—No, acosador. La locura no tiene cura.

Él se queda en silencio durante un par de segundos. Tal vez más. Tal vez un poco menos. Sus ojos me siguen contemplando como si tuviese cuatro brazos en lugar de dos. Y no puedo cegarme. El corazón me late como carritos de feria ahora mismo.

Hago un aspaviento al aire, sacándole de su embelesamiento y quebrando el agudo silencio que se ha instalado entre los dos.

—¿Te apetece dar un paseo? —pregunto, señalando la calzada de la entrada.

Él asiente, curvado sus labios.

—¿No es algo tarde para pasear en un parque solitario?

—Debiste pensarlo antes de traerme a este lugar. No puedo marcharme sin conocerlo. ¡Ahora, trata de alcanzarme, perdedor! —digo, antes de echar a correr hacia el interior del parque.

El parque es lo suficientemente grande como para demorarse toda una noche explorando cada rincón. Bueno... tampoco toda una noche, pero al menos, gran parte de ella. No puedo evadir las ganas de lanzar preguntas al azar mientras trazamos cada centímetro. Averiguar hace cuánto conoce este lugar o cuándo fue la última que vino a pasear un rato. O sí habrá traído a alguna chica antes... o sí tan solo ha venido un par de veces menos de las que puedo imaginar.

Sin embargo, el tiempo se esfuma en un parpadear. Para cuando nos detenemos un rato para descasar, hemos gastado más de dos horas deambulando sin rumbo alguno. Solo haciendo un par de chistes. Lanzándonos un par de indirectas. Solo entre risas y miradas profundas. Solo siendo nosotros... viviendo mientras seamos jóvenes y libres.

Decidimos detenernos a descansar los pies junto al lago. Me duelen las piernas, y los párpados se me entrecierran debido al cansancio. Creo que ambos estamos cansados de llevar el día entero de un lado a otro, corriendo como prófugos, escapando de los obstáculos. El día ha sido increíblemente eterno. No obstante, no quiero que se termine ahora... ni en unos minutos... ni nunca.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.