Adicción Irresistible ©

25|Te odio.


      

Mickey.

 

Cuando despierto ella se encuentra ahí.

Duerme profundamente, y su expresión permanece tranquila y serena. Como si por primera vez en tiempo estuviese libre de complicaciones. Medito sobre ello. Las complicaciones nos persiguen, pero hemos aprendido a volvernos sus prófugos.

Supongo que mi vida entera ha sido de esta manera. Siempre escapando de los problemas de mi familia. De los problemas en el instituto. Escapando de abrir mi corazón a alguien que, como todos los demás, terminará aprovechándose de mí y al final, cuando ya no me necesite más, descartándome. Es lo normal en mí. Siempre ha sido lo normal.

Ella ha tenido el mismo golpe que yo. Las cicatrices siguen abriéndose cada minuto que transcurre, solo porque después de tantos intentos, no podemos escapar de las consecuencias.

Todavía puedo recordar el día en el que papá murió. O el día en que mis hermanos se marcharon de casa a la Universidad. Estaba tan solo. Sentía que había perdido a todos, y que en parte, era mi culpa que todo aquello pasara. Que todas esas personas me abandonasen.

Por ello, no me sorprendió del todo cuando un día Maxine no regresó más. Siempre quise preguntar a dónde había huido. ¿Por qué había huido? Hasta que comprendí que era parte de mi vida que las personas desaparecieran sin aviso.

Creo que siempre he sido solamente yo.

Le observo mientras duerme. Una manta se adhiere a su silueta, y su cabello se encuentra desparramado sobre las almohadas. Su ceño ligeramente fruncido, y su piel blanquecina. Suaves rayos de sol depositan besos sobre su cabello haciéndole lucir más claro de lo que en realidad es. Intento incorporarme sobre el colchón, teniendo precaución para no despertarle. No quiero estropear su momento de tranquilidad… lo necesitará para cuando regresemos a la ciudad.

Hemos…

Hemos tenido sexo anoche.

Me froto la cara con las manos, y me trago un suspiro.

Esto no está bien… para ninguno de los dos.

Temo de la reacción que pueda tener cuando despierte. Lo cierto es que Maxine es la chica más radical que he conocido en la vida. Sus estados de humor se asemejan a un juego mental en el que siempre sales jodido.

Me levanto de la cama, y recojo mis pantalones del suelo. No le quito los ojos de encima mientras me visto. Sin embargo, no parece querer despertarse aún. Termino de colocarme los pantalones, y luego busco mi camiseta. No la encuentro por ningún lado… porque ella la tiene puesta.

¿Qué se supone que debo hacer ahora?

¿Qué haría Mikhail en mi lugar?

Probablemente, la despertaría para repetir lo de anoche.

¿Qué haría Micah en mi lugar?

Humm… tal vez, la despertaría con el desayuno preparado.

Me río. Mis hermanos son polos opuestos.

Solo que es demasiado tarde para pensar en algo. Ella empieza a moverse, removiendo las sabanas, y luego estirando sus brazos. Sus ojos empiezan a parpadear hasta conseguir abrirse por completo. Maxine me mira con sus intensos ojazos.

—Humm… ¿qué hora es? —pregunta en tono somnoliento. Su voz mañanera es tan gruesa que temo que algún ente maligno haya poseído a la chica en la cama.

Le echo un vistazo al antiguo aparato que se encuentra sobre la mesita de noche a un costado de la cama. Mierda. Se suponía que debíamos regresar antes de que saliera el sol. Tarde. El sol se ha instalado en la anchura del cielo desde hace más de una hora.

—Ocho —indico. Luego, recuerdo que ella sigue con mi camiseta sobre su torso.

—¿De qué día? —indaga, volviendo a acurrucarse en la cama. Tapándose hasta la cabeza con las mantas.

Suspiro. —Sábado. Se nos ha hecho tarde, Maxine.

Ella balbucea un par de silabas que no consigo interpretar. Sigue enrollada entre las sabanas, y se rehúsa a salir de la cama.

Me acerco hasta la cama, e intento tirar de la manta. Ella la aprieta entre sus manos echando abajo mi plan.

—Maxine… debemos irnos.

—¿No puede ser más tarde? —pide. Su voz es suave ahora.

—Ya es tarde. Tenemos que irnos ahora. ¿Podrías levantar tu lindo culo de la cama? —le suplico con amabilidad.

Ella medio aparta la manta de su cara, y me echa un vistazo. Tiene las cejas arqueadas, y una mueca en medio del rostro.

Ella es tan sexy por las mañanas.

—¿Para qué? Igual estaremos en grandes problemas al volver sin importar si regresamos ahora o en un par de años —se excusa.

Lanzo un suspiro frustrado. Sigo con la mano sobre la manta, y ella permanece con sus grandes ojos verdes sobre mí. Estos brillan con fuerza. Entonces, el recuerdo de la noche anterior ataca mi cabeza, obligándome a apretar los ojos.

¿Por qué tienen que haber consecuencias?

Eso es patético.

Ya no somos niños. Nunca volveremos a ser niños. Da igual lo que hagamos.

—Entonces, ¿cuál es tu plan? —me acomodo sobre el colchón. Suelto la manta, y traslado mis manos por debajo del lateral de mi cara. Sus ojos se encuentran directamente con los míos.

Ella copia mi acción; de modo que ahora estamos frente a frente.

—Vender mi motocicleta, y fugarnos a Cancún —enarca las cejas con diversión—. ¿Te apuntas? —sonríe con complicidad. Su sonrisa causa un fuerte apretón en mi estomago. Tal vez… si nunca la hubiese arrastrado conmigo a ir a visitar el convento… ahora no tendríamos que estar ingeniando planes para escapar de nuestras realidades.

Esto es una mierda.

Tomo una profunda bocanada de aire llenando de oxigeno mis pulmones. No le aparto la mirada, porque puedo verme a mí mismo a través de ella.

—¿Y luego qué? —inquiero, relamiendo mis labios.

Su sonrisa se ensancha.

—No lo sé. Casarnos. Conseguirte una vacante en una banda ranchera. Adoptar perros abandonados de la calles. No lo sé, Mickey. Lo que sea… solo —ella se queda en silencio durante algunos segundos. Puedo notar a sus ojos humedecerse. Por primera vez, miro a Maxine tragarse las lágrimas. El corazón se me engarruña en un puño. Dirijo mi mano hacia su pómulo, y mis dedos acariciando su piel. Ella lleva su mano por encima de la mía, y aprieta mis dedos con fuerza—, no quiero regresar a casa. No quiero seguir en lo de siempre. No quiero seguir en la mierda de siempre. No quiero… —su voz se vuelve invisible.




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