Adicción Irresistible ©

31|Siempre Tuyo

Maxine.

 

Echar un vistazo hacia atrás se me resulta un poco irónico ahora.

Cuando tenía seis años lo único que deseaba fervientemente era crecer, llegar a la adolescencia, luego a ser joven, y ahora... solo deseaba detener el tiempo en este instante para siempre. Si tuviese un poder, me gustaría poder controlar el tiempo, adelantar momentos dolorosos y anticiparme a maravillosos recuerdos.

Estar con Mickey me llenaba de sentimientos opuestos a los que me invaden cuando no estamos juntos. Me siento segura a su lado, y me hace recordar que los momentos felices son tan efímeros como nuestras almas.

Nunca pensé que diría algo como esto, pero sus labios son mi adicción. Su aroma me embriaga. Sus roces me desquician. Sus ojos me encadenan. Pero, su voz... tumba cada muro que se interpone entre lo prohibido y el deseo.

Hundo mi cabeza en su pecho, mientras su largo brazo se enrolla alrededor de mi angosta cintura. La calidez de su cuerpo me hace sentir en las nubes; una nube de la que pronto terminaría estrellándome. Deslizo mi mirada hacia su cara. Mickey se encuentra tumbado junto a mí, encima de uno de los amplios y anchos trampolines, sus brazos relajados acarician mi torso desnudo, mantiene sus parpados plegados con serenidad. Luce demasiado tranquilo, y no deseo hacer nada para perturbarlo. Noto que mi mano reposa lánguidamente encima de su pecho desnudo, mis dedos apenas consiguen moverme, cohibidos.

Entonces, abre los ojos. Parpadea un par de veces adaptándose al encandilamiento. Sus ojos se dirigen hacia mí, contemplándome con ternura.

—Ey... —dice con la voz rasposa. Puedo sentir la vibración que se propaga cuando emite el sonido.

Sonrío con dulzura, echando una ojeada a nuestro alrededor. Tenues haces de luces indicen sobre nosotros. El amanecer se aproxima junto con el remolinear de las nubes que forman una sutil barrera por delante de la esfera más grande en la anchura del cielo.

—Parece que nos hemos quedado dormidos.

Mickey estira sus brazos ligeramente. Siguen envolviendo mi cintura. Pobre, ha tenido que soportar mi peso durante la noche entera.

—Supongo que... —sus dedos trazan pequeños círculos imaginarios en la piel desnuda de mis hombros. Me da cosquillas, pero trato de apañármelas para no reírme—, estábamos exhaustos —su voz se torna ligeramente ronca.

De modo inexorable, siento el ardiente calorcito empañando la piel de mis mejillas. Mi cerebro evoca los recuerdos de la noche anterior, y el cuerpo me vibra. Me sentía como en un sueño. Un sueño en el que no se supone que debamos ser enemigos, en donde no existen las barreras, y reinan los sentimientos pasionales. ¿Debería sentirse así siempre?

Irrealmente perfecto.

—Umm... no puedes culparme a mí por estar tentándome de ese modo —digo. Ergo la espalda, sentándome a su lado.

Él imita mi acción, estirando los huesos entumecidos.

Siento parestesia recorriéndome el cuerpo entero.

—¿De qué modo? —arquea las cejas. Noto el atisbo de una sonrisa socarrona floreciendo en sus labios. Esos irresistible labios...

Peino mi cabello enredado con las manos. —De ese modo... ¡No te hagas el inocente ahora!

Se carcajea. —No lo hago —alza las manos ligeramente. Su brazo roza el mío—. Solo me dejo llevar —hunde un hombro como si no fuese tan relevante.

Frunzo el ceño, levantando las cejas.

—¿Dejarte llevar por qué exactamente?

—Por lo que siento.

El corazón me palpita con fuerza adentro del pecho.

No logro trasladar la mirada hacia ningún otro lado que no sean sus azulados ojos. Brillan como las estrellas en medio de una noche oscura.

—¿Y qué sientes? —me tiembla la voz.

Por un despreciable instante, medito en interrumpirle. El miedo de acceder a respuestas controversiales me invade; se apodera de mis pensamientos, de mi mente...

Pero, pese a ello, puede anticiparme a su respuesta.

Así que me limito a cerrar los ojos mientras le oigo hablar.

—Siento que te necesito en mi vida —suelta tras lacónicos segundos de espera. Todavía no abro los ojos. No quiero hacerlo—. Siento tantas cosas, Max... que ni siquiera sé exactamente lo que siento —denota, apagando el tono de su voz.

Entonces, despego los parpados. Él está mirándome, con los labios evidentemente apretados. Puedo percibir su miedo. Es latente, igual que el mío.

Somos dos críos desbordantes de sentimientos tan arrasadores que ni siquiera somos capaces de categorizarlos.

Me desentraña su mirada.

—No te sientas mal por sentir. Yo... me siento igual que tú, ¿sabes? —cruzo las piernas, y dejo escapar un suspiro de mis labios—. Estamos en medio de la nada. No vemos la luz que, supuestamente, se encuentra al final del túnel. No vemos las luces parpadeantes a la distancia. Pero, incluso cuando no seamos capaces de distinguirlas, no significa que no estén ahí. Lo están, y estamos acercándonos cada vez más.

—No quiero perderte, Max —dice. El miedo se filtra en sus cuerdas vocales.

Me acerco a su lado, apoyando mi cabeza sobre su hombro.

—Tampoco quiero perderte a ti, Mickey Janssen —el ardor tras los parpados me escuece los ojos—. No otra vez.

Presiona sus labios sobre mi cuero cabelludo con extremada ternura.

—No lo harás. Siempre que me pierdas; volverás a encontrarme... aquí, esperando el tiempo necesario por ti.

(...)

El sol se halla postrado en medio del cielo, para el momento en el que regresamos al festival. Estamos exhaustos, y cansados. No puedo dejar de lanzarle miraditas a Lotty. Su torso se encuentra oculto bajo la franelilla de Justin, lo que induce a mi mente a elucubrar probables justificaciones. Por otro lado, Sierra camina tomada de la mano de Noah. No hace más que sonreír de modo bobalicón. Consigue enternecer a mi rudo corazón de acero.




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