Adicción Irresistible ©

36|Corazón A Corazón.

Maxine.

 

Miro mi cuerpo descubierto frente al espejo de cuerpo entero en una arista de la habitación. La piel debajo de mis dedos se siente suave. Sigue luciendo plana, aunque puedo darme cuenta de que ha empezado a sobre elevarse por unos imperceptibles centímetros. Moviendo mis dedos en círculos, trazos pequeñas caricias sobre la piel. Empino la espalda, enderezándola con rectitud, y posteriormente, empujo el estómago hacia afuera. De modo inexorable, mis dedos se entrelazan con fuerza mientras mantengo la barbilla en alto.

Entonces, alguien aporrea la puerta de la habitación, obligándome a recomponer la postura. La silueta de Kevin se asoma por detrás de la puerta. Ha llegado la noche anterior, muy tarde como para bajar a recibirle, inclusive estando despierta. En su lugar, preferí hacerme la dormida.

Por instinto, me cubro el torso desnudo con la camiseta del instituto.

—¡Estoy desnuda, depravado! —le gruño.

Kevin se lleva las palmas de las manos a los ojos.

—Descuida, no he visto nada —canturrea como excusa, colocándose de espaldas para brindarme más privacidad. Debió haberse marchado. Virarse no es suficiente para mí. De cualquier modo, aprovecho que no está mirándome para terminar de colocarme la camiseta—. Te bañé un par de veces cuando eras bebé —recuerda con un atisbo de melancolía que tiñe sus palabras.

Muevo los labios en una mueca. —Ya no soy una bebé. Puedes girarte —le aviso.

Kevin me echa un vistazo, y coge asiento en el bordecillo de la cama, entretanto me acuclillo en el suelo para calzarme mis usuales botines de cuero.

—No estabas dormida —suelta tras su determinante inspección.

Arqueo una ceja, y fuerzo a la bota derecha a ajustarse a mi pie.

—No sé de qué hablas.

—Anoche —dice. Si sabía a lo que se refería, pero lo cierto es que por lo que resta de año, procuraré dejar de meterme en problemas. Ya escondo demasiado. Llevo a una pequeña granada creciendo en el interior de mi útero. Una granada que estallará cuando menos lo espere—. No estabas dormida cuando llegué anoche.

Detengo a mis dedos, y un leve cosquilleo me recorre la médula espinal.

—¿Cómo puedes saber eso?

—Te conozco —dice con simpleza. Sus intensos ojos se clavan en los míos, y puedo darme cuenta de lo diferente que luce Kevin ahora. Ha cambiado en muchos aspectos. Afrodita ha sido magnánima con su físico.

Sin darme cuenta, me encuentro viajando entre la hilera de recuerdos que habitan en mi cabeza. Kevin siempre ha sido más cercano a mí que Kay. De muchas maneras. Mientras Kay siempre destacó en su inteligencia, buenas decisiones y visión futurista, su brillo opacaba al de Kevin hasta kilómetros de distancia. Siempre fue la sombra de Kay. La excelencia de Kay fue motivo de comparación y desestimación en cuanto a Kevin se trataba. La oveja negra de la familia Collins. El villano entre los hermanos. El señalado. Kevin descubrió cómo tragarse todos esos comentarios y menosprecios, él aprendió a vivir al borde del acantilado sin llegar a tropezar.

Por ello, me identifico mil niveles más con Kevin. Pese a que reconozco que no siempre actúa del modo correcto, y sus intenciones no son siempre las mejores. Sé que solo ha estado intentando protegerme como él mismo hubiese deseado que alguien lo protegiese.

Los Collins nunca hemos sido perfectos. Tampoco nos esforzamos por serlo. Nuestra familia esconde tanto dolor como cualquier otra.

Decido coger asiento junto a Kevin, al borde de la cama. Mis brazos se envuelven con calidez alrededor de sus hombros, y mi cabeza descansa sobre su omoplato.

—He venido a casarme —suelta tras lacónicos segundos de un denso silencio.

Me separo lentamente mientras asimilo lo que acaba de decir.

Kevin va a... ¿casarse?

Cuando me lo contó hace un par de meses atrás, nunca le creí al cien por ciento. Él nunca ha sido hombre de relaciones vainilla.

—¿Con Mercedes?

Kevin asiente. Sus labios se encuentran recreando una delgada línea recta.

—La boda será en dos semanas.

Parpadeo con la mente nublada. ¿Dos semanas?

Dos semanas es demasiado rápido.

—Yo... —me quedo sin palabras. Por unos segundos, las ganas de llorar me bloquean. Me siento feliz por Kevin. De verdad lo hago. Pero no puedo contener a esa extraña sensación que me embarga de pronto—. No sé qué decir, Kevs. ¡Felicidades!

Kevin se pone de pie, y tira de mi brazo para darme un abrazo. Un fuerte abrazo. Me cuesta trabajo devolverle el apretón, pero termino haciéndolo.

—No te mentiré. Estoy aterrado.

El fantasma de una sonrisa se hace visible en medio de sus labios. Sonrío ante ello.

—Lo sé, Kevin. Pero Mecha es... todo lo bueno que puede haber existido en el puto mundo —acaricio su brazo con delicadeza—. Serán tan felices juntos —oh, no. Otra vez esas malditas ganas de llorar.

Kevin acuna mi rostro entre sus grandes manos, y presiona sus labios contra mi frente.

—Tú también lo serás.

—Ya lo creo —murmuro, ocultando el discreto tono de apatía en mi voz—. ¿Me llevas a clases?

Él asiente.

Mi hermano va a casarse. Kevin va a casarse.

Algunas veces lo que menos imaginas, es lo primero en volverse realidad.

Confirmo.

(...)

El curso llegará a su final en tan solo un mes.

El hecho de mirar hacia atrás, al preciso segundo en el que crucé aquellas enormes puertas cuando regresé a la ciudad, convenciéndome de que solo trataría de sobrevivir a mi último año de preparatoria, jamás imaginé que es de este modo que acabaría; ni siquiera se trata de mí ahora. Somos dos.

Ajusto mi chaquetilla sobre los hombros, y me concentro en empujar la escalerilla al sitio exacto en donde colgaré las luces. Emma nos ha apuntado a todos para colaborar en la preparación para la típica fiestecilla americana que realizan al final del curso.




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