Adicción Irresistible ©

40|Enhorabuena, Príncipe.

Mickey

 

Mickey

 

Maxine está embarazada.

¡Maxine está embarazada!

Dios, seré un puto papá.

Pero, no. No seré esas clases de papá que visten con pantalones holgados y camisetas de cuadros. Tampoco seré de esos papás que engordan y beben caña todo el santo día. Mucho menos, seré de esa clase de papás que son maniáticos con el orden… y lo que más tengo claro es que no seré la clase de papás que abandonan a sus hijos.

Mierda, apenas tengo dieciocho años y ya debo preocuparme por cómo ser un buen padre. Nunca en mi jodida vida imaginé que sucedería, mucho menos con Maxine. Después de que ella se fue de la ciudad cuando éramos niños, me costó seguir mi propio camino y dejarla a un lado. No podía quedarme el resto de la vida pensando en ella, y en cuáles podrían haber sido los motivos de su repentina desaparición.

Pero, ahora veo que fallé.

Porque nunca he dejado de pensar en ella. Nunca he podido sacarme a Maxine Collins de la cabeza. Desde que éramos niños, y la vi por primera vez en aquel minúsculo salón de clases, haciendo añicos los crayolas de los demás niños, y los míos propios… supe que ella sería mi adicción irresistible.

La verdad es que, de algún modo, ambos estábamos destinados a cruzarnos cientos de veces en el camino del otro. De lo contrario, ella nunca hubiese regresado después de diez años.

Y, ahora… tendremos un bebé.

¡Es una locura! ¡La más maravillosa de las locuras!

En una personita habría mitad Janssen y mitad Collins. Finalmente, nuestras familias estarían unidas por el más poderoso de los lazos.

Por ello no puedo fallarle. Ni a Maxine, ni a nuestro bebé.

Después de darle mil vueltas, decido estampar los nudillos contra la puerta del despacho de Sara. Ha estado encerrada en su pequeña jaula desde temprano. Desde que Maxine me contó que seríamos padres, lo cual sigue aterrándome, no he podido pegar un solo ojo. Tengo mucho encima. Debo pensar en todo, y lo primero en mi plan era impedir que Melanie sea capaz de alejarle de mi lado. No sobreviviría a ello, otra vez.

Pero mis limitaciones son claras. Necesito contar con alguien más, y aunque Sara siempre ha sido una persona recelosa antes de estirar la mano… solo ansío darle una oportunidad de demostrarme lo mucho que dice que le importo.

No aguardo a que me dé luz verde, cuando empujo la puerta de par en par. Mis ojos caen sobre los de ella; son azules como los míos. De hecho, Mikhail y yo nos parecemos más a ella, mientras que Mickey se asemeja más a papá. Omito el retorcijón que me azota el estómago cuando pienso en papá.

—Hola —le saludo en voz baja. No quiero empezar a sacar la artillería tan temprano.

Ella aparta sus ojos del portátil, y los clava sobre mí. Su ceño frunciéndose ligeramente, porque no está acostumbrada a tenerme con la guardia baja. He sido duro con ella desde que mis hermanos se fueron, pero solo era porque creía que ella era una hipócrita sin corazón.

Hasta que Ian me pidió que dejase de juzgarla. Siempre juzgamos primero, en lugar de mirar de cerca la situación de los demás.

—¿Hola? —inquiere en un graznido. Puedo ver a la confusión brillar en sus pupilas.

Avanzo hacia su escritorio, y luego ruedo la silla para sentarme. El aroma a pino invade mis fosas nasales.

Oh, ¿por qué me cuesta tanto pedirle ayuda a mi propia madre?

Hazlo por Max y Mickey Jr.

Asiento, tomando una profunda respiración. Ella analiza cada diminuto movimiento que hago como si buscase algún indicio de lo que pretendo hacer.

—Necesito hablarte de algo —farfullo con los ojos clavados sobre su cara. Su ceño fruncido solo se pronuncia más, y sus dedos se entrelazan por encima del escritorio. Aguarda en silencio a que empiece, y me tomo mis segundos para buscar las palabras adecuadas—. Sobre Maxine.

Enseguida, su rostro se descompone.

—No otra vez —se apretuja el entrecejo con los dedos pulgar e índice—. ¿Volvieron a meterse en problemas? —tira su pregunta cargada de hastío. Sin embargo, su expresión dista mucho de ser mal intencionada.

Niego, con un vertiginoso movimiento de cabeza.

—En realidad… necesito que me ayudes a irnos lejos —le suelto con atropello. El aire se esfuma de mis pulmones junto a las palabras, y el corazón empieza a darme retorcijones dolorosos en el pecho—. Necesito que nos ayudes a irnos de la ciudad —añado, corrigiéndome.

—¿Irse de la ciudad? —suena incrédula. Demasiado que procesar, lo entiendo—. ¿Por qué tendrían que irse? ¿Los dos?

—Sí, los dos. No puedo decirte mucho, pero necesito saber que puedo contar contigo —aprieto los labios con fuerza.

Sara estudia mi rostro para asegurarse de que ha escuchado bien. Luego, deja escapar un sonoro suspiro antes de reclinar la espalda sobre el respaldo.

—Pero, ¿por qué tendrían que escapar? ¿Juntos? —su voz suena agotada, como si fue el enigma más indescifrable del mundo.

Estaba consciente de que al acceder a venir a pedir ayuda de Sara, ella no me dejaría ir tan fácilmente. Si es buena en algo, es haciendo que las personas suelten sus verdades en su cara. Ella tiene un maléfico don, que me llena de ansias.

Tomo una profunda bocanada de aire, desviando la vista hacia el plumón dorado brillante que descansa sobre su escritorio. Oh, mierda.

Solo accederá si decido contarle la verdad. Si decido contarle que Maxine está embarazada, y que Melanie Collins planea borrarla del mapa otra vez. Una punzada de miedo me ataca cuando pienso sobre ello.




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