La noche estaba enferma.
El aire ya no se movía como antes. Las aves callaban. Los árboles crujían sin viento.
Y en el bosque, donde antes había lobos… ahora había ojos.
Ojos que observaban.
Eryon no dormía.
No desde que la vio en el fuego de su mente, desnuda y sin nombre.
Tenía el cuerpo marcado de cicatrices, pero el alma… estaba entera por primera vez.
Y eso le asustaba.
—No hay vuelta atrás —dijo en voz baja.
La frase no era para él.
Era para el espíritu de su madre, que creía aún rondaba el bosque.
Pero nadie respondió. Solo el susurro de una hoja quemándose sola.
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🌓
Lunae caminaba por un mundo que le resultaba insoportablemente mortal.
Cada paso era un golpe de gravedad.
Cada mirada que recibía era deseo o amenaza.
Y su cuerpo, aunque nuevo, no era inocente.
Cruzó el umbral de un viejo templo que ya no recordaba su nombre.
Las piedras reconocieron su piel.
Los cuervos se callaron.
Y entonces, él apareció.
No Eryon.
Otro.
—Lunae…
Su voz era como el roce de cuchillas viejas.
Sus ojos dorados, demasiado perfectos para ser humanos.
Vestía negro.
Y olía a traición.
—Tú deberías estar sellada —dijo él, sin inclinar la cabeza.
—Y tú, devorado por gusanos.
Él sonrió, y el aire se llenó de perfume antiguo: sangre vieja, rituales rotos.
—Has vuelto por él, ¿verdad? —preguntó.
Lunae no respondió.
Porque aunque no quisiera admitirlo…
sí.
Había vuelto por Eryon.
O quizás por el eco de lo que él era.
O por lo que podía llegar a ser.
—No toques su destino —le advirtió él.
—¿O qué? —respondió ella—. ¿Me sellarás otra vez, traidor?
El hombre se acercó. Sus ojos brillaron.
Y murmuró con veneno:
—Si te unes a él, Lunae… si lo marcas como tu mate… el cielo se caerá.
Y ella, por primera vez, rió.
Una risa suave, femenina, cruel.
—Entonces que caiga.
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🌑
Eryon despertó cubierto de sudor.
Las alas… estaban ahí.
Pequeñas, aún sin desplegar, pero vivas.
Y en su espalda, ardía una nueva marca:
una luna partida, con sangre escurriendo hacia su ombligo.
Al mirarla en un reflejo, supo lo que era.
La Marca del Mate Divino.
Una señal que no debía existir.
Un vínculo sellado por la mismísima Lunae…
Y solo con ella podía ser consumado.