Cael yacía en el suelo, sus tatuajes chispeando humo, su boca aún marcada por el sabor de Lunae. La sangre, negra como tinta, goteaba de su nariz. Aún así, sonreía. No como quien ha ganado… sino como quien ha dejado una bomba encendida.
—¿De verdad pensás que esto terminó, Lunae? —susurró, jadeante—. No soy el único que quiere tu cuerpo.
—No lo tengo que pensar —dijo ella, con la voz más serena que nunca—. Lo sé.
Y fue entonces cuando la tierra tembló. No como un simple sismo… sino como si algo debajo del santuario se despertara.
Eryon dio un paso al frente, cubriéndola con sus alas.
—¿Qué es eso?
Lunae no respondió de inmediato. Se quedó mirando a Cael, que ya no respiraba, pero tampoco moría. Sus músculos se tensaban. Las venas se hinchaban. Y sus ojos… cambiaban de forma.
—Lo invocaron —murmuró ella—. Usaron mi cuerpo como portal. Mientras él me tocaba… lo abrió.
Eryon apretó los dientes. El aire olía a azufre y sexo quemado. Algo primitivo. Peligroso.
Desde los pasillos del templo comenzaron a surgir figuras encapuchadas. No eran simples seguidores. No eran humanos, ya. Sus cuerpos se movían con un ritmo antinatural. Como marionetas sin alma.
—Son los Cuerpos Huecos —dijo Lunae—. Hijos fallidos del ritual.
Uno de ellos habló, con una voz hecha de mil susurros:
—La Luna sangrará.
—El hijo nacerá.
—Y el mundo se partirá.
Eryon no esperó más.
Con un rugido que no era del todo suyo —ni del todo humano—, se lanzó sobre los Cuerpos Huecos. Sus alas se expandieron con una fuerza sobrenatural, y sus garras destrozaron al primero con facilidad, pero no era suficiente.
Cada vez que uno caía, dos más aparecían.
Lunae no huyó. No podía. Algo dentro de ella estaba despertando.
No era Cael el problema.
Era lo que Cael había sembrado.
Un eco. Una semilla de sombra.
Y se sentía… dentro de ella.
Como una pulsación nueva, extraña.
Como si algo estuviera latiendo en su vientre.
No era embarazo. No era vida.
Era un llamado.
De pronto, sintió que la espalda le ardía.
Cayó de rodillas, jadeando, y el suelo se abrió bajo sus pies. Una luz negra —sí, negra— emergió como lava invertida.
Y del fondo de la grieta, se oyó su nombre.
Pero no su nombre terrenal.
No "Lunae".
Sino el nombre verdadero que solo los dioses antiguos conocían.
Eryon giró, alarmado.
—¿Qué pasa?
—Algo… está subiendo —dijo ella, temblando—. Algo que me conoce mejor que nadie.
—¿Cael?
Ella negó con la cabeza.
Y cuando volvió a alzar la mirada, sus ojos no eran azules ni grises.
Eran como la luna eclipsada.
—Él me creó. Antes de que yo supiera amar. Antes del lobo. Antes del deseo.
El caos explotó.
Los Cuerpos Huecos se multiplicaron. Cael se elevó como un cadáver marioneta, con las venas abiertas y vapor saliendo de su piel.
Pero Eryon no la dejó sola.
—Lunae —dijo con voz rota—. Si hay algo en vos que no sos vos… yo lo quemo.
Ella lo miró con una mezcla de horror y ternura.
—No me quemes. Fóllame.
Él parpadeó. Todo se detenía cuando ella hablaba así.
—¿Qué decís?
—Escuchame. No hay otra forma. Si la energía quedó abierta, la única manera de sellarla es marcándome con lo único que él no puede tocar: el vínculo. Tu deseo. Tu cuerpo.
Silencio.
Solo respiraciones aceleradas.
Eryon la agarró por la nuca. No con violencia. Con una urgencia animal.
Su aliento era salvaje.
Y sus ojos decían: te tengo, aunque el mundo se hunda.
—¿Estás segura?
—Si no lo hacés vos, lo va a hacer él.
Y entonces, el beso.
Uno que no tenía principio ni final.
Sus cuerpos se unieron como si el universo lo hubiera planeado desde el inicio. Pero esto no era un acto de amor cualquiera. Cada embestida era una línea de fuego sagrado. Cada gemido, una barrera contra la sombra.
Lunae temblaba. No de placer, no solo.
De liberación.
Porque cada vez que él entraba en ella, expulsaba algo del otro.
Del creador olvidado.
Del dios caído.
La luz lunar se volvió roja.
El templo tembló.
Y Cael gritó desde el fondo de su corrupción:
—¡NO! ¡ESE CUERPO ES MÍO!
Pero ya no lo era.
Porque Lunae gemía el nombre de Eryon como si fuera hechizo.
Y el vínculo se selló.
Primero con el alma.
Después con el sexo.
Y finalmente… con la sangre.