AdiÓs A La Luna

EL QUE NACIÓ DE LA SOMBRA

La tierra se abrió.
Literalmente.
Como si el vientre del mundo ya no pudiera ocultar lo que gestaba en su interior.

Un rugido salió de las grietas.
No era animal.
Tampoco humano.
Era el llanto de un nacimiento imposible.

Elaia retrocedió.
Por primera vez, su rostro se deformó por algo parecido al miedo.

—No… —susurró—. Él no.
Aún no…

Lunae sintió el mismo escalofrío que la invadía en las visiones del fin.
Ese presentimiento de que algo muy viejo,
algo que los dioses habían intentado enterrar,
volvía.

El suelo del santuario tembló.
Las estatuas lloraron sangre negra.
Y los lobos alados se arrodillaron sin comprender por qué.

De la grieta emergió un cuerpo desnudo.
Pero no era un bebé.

Era un hombre.

Uno alto, sin cabello,
con la piel como piedra caliente.
Sus ojos no eran ojos:
eran lunas eclipsadas.

Y sonrió.

—Madre —dijo.
Aunque nadie sabía bien a quién le hablaba.

Elaia dio un paso al frente.

—¡No sos bienvenido!
Vos no existís. ¡Fuiste borrado de todas las profecías!

Él giró la cabeza, como un ave descompuesta.

—Por eso mismo volví.

Lunae sintió el corazón retorcerse.

Había algo en él que la llamaba.
Algo… íntimamente suyo.

—¿Quién sos? —preguntó, aunque ya temía la respuesta.

El hombre caminó hacia ella.

Sus pies no tocaban el suelo.
Y a cada paso, las sombras se agitaban como si celebraran.

—Soy lo que tu cuerpo parió cuando dormías bajo la luna rota.
Soy el que se gestó en la noche en que amaste y odiaste al mismo tiempo.
Soy…

Kaïron.
Hijo de Nim-Rhazel.
Y también…
hijo tuyo.

El mundo se detuvo.

Eryon intentó hablar, pero el aire lo abandonó.
Elaia bajó la cabeza.
No de respeto.
De resignación.

Lunae se tambaleó.

—Eso… no es posible.

Kaïron sonrió.
Una sonrisa de fuego.

—No recordás, madre.
Pero cuando te uniste a él, cuando recibiste su esencia…
no todo se quedó en tu cuerpo.
Una parte fue sembrada.

Y nací yo.
En la grieta.
En la sombra.
En el olvido.

Y vengo a reclamar lo que es mío.

Eryon gritó:

—¡No la vas a tocar!

Kaïron ni siquiera lo miró.

Solo estiró la mano, y el lobo alado cayó al suelo, convulsionando.
No muerto.
Pero poseído por una energía oscura que lo dejaba sin control.

Elaia se acercó a Lunae.
—¿Entendés ahora por qué volví?
—Él… —Lunae apenas podía hablar—.
Él es mío.

—No solo tuyo.
También de Nim-Rhazel.
También de mí.

Kaïron los había engañado a todos.

Había manipulado los sueños de Lunae.
Había empujado los rituales.
Había dirigido los pasos para que ella y Eryon se unieran… solo para nacer.

Él era el fin de los vínculos.
El devorador de linajes.

Y venía por el mundo.

Kaïron se volvió al templo.

—Madre…
Vení conmigo.
O destruiré todo lo que amás.
Incluido ese lobo que respira por vos.

Lunae se debatía entre el instinto y el amor.
Entre su carne y su conciencia.

—¿Y si no voy?

Kaïron sonrió.

—Entonces lo haré como aprendí…
con sangre, sexo invertido… y sombra




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