AdiÓs A La Luna

CARNE DE MI SOMBRA

Kaïron extendió la mano.

Y Lunae… la tomó.

No porque confiara.
No por sumisión.
Sino porque necesitaba saber.

Porque en lo más profundo de su alma rota,
quería mirar a su hijo a los ojos…
y entender si era
monstruo, dios, o simplemente su reflejo más sucio.

Ambos desaparecieron en una grieta de sombra.
El templo quedó atrás, desangrándose en símbolos vivos.
Eryon, inconsciente.
Elaia, arrodillada.
El mundo, al borde.

Reaparecieron en un lugar sin nombre.

Era una caverna… o un útero.
Las paredes latían.
La humedad tenía sabor a médula.
Y el aire olía a sexo antiguo.

Kaïron la observó.

—Acá nací.
Entre piedra, sangre… y tus recuerdos.

Lunae sintió un temblor interno.
El vínculo la ardía.
No con Eryon…
con él.

Porque aunque Kaïron era su hijo,
la magia lo había gestado con deseo, no con amor.
Era un hijo de placer.
Y ese placer ahora la llamaba de nuevo.

—¿Querés saber por qué volví? —Kaïron se acercó, casi rozando su cuerpo—.
Porque nadie puede amar como vos.
Y nadie puede destruir como yo.

Él apoyó los dedos en su espalda.
Y cada vértebra encendía una memoria dormida.

Lunae se estremeció.

—Esto está mal…

—Esto es lo que somos.

La caverna se cerró en rojo.
El espacio crujía como piel vieja.
Y el tiempo se rompía como tela mojada.

Kaïron la acorraló sin tocarla.

—Quiero un nuevo mundo, madre.
Uno sin lobos fieles.
Sin sacerdotisas traicionadas.
Uno donde lo oscuro y lo erótico no se nieguen.

—¿Y qué tiene que ver eso conmigo?

Kaïron sonrió.

—Quiero reescribir el origen.
Y para eso… necesito volver a entrar en vos.

Lunae lo abofeteó.

El golpe sonó como un trueno.

—¡Soy tu madre!

—Y yo soy tu creación.
Vos me hiciste con fuego, con semen divino, con gemidos bajo luna rota.
Yo soy la parte de vos que nunca aceptaste.
La que ama el dolor, el caos, el límite.

Y entonces, sucedió algo peor.

Lunae sintió deseo.

No por su hijo.
Sino por lo que representaba.

La sombra en la que había parido sin saber.
El recuerdo de cuando su cuerpo era templo y arma.
De cuando el sexo no era amor,
sino poder puro.

Kaïron se arrodilló frente a ella.
Le besó el vientre, donde una vez se había gestado.
Y susurró:

—Vamos a hacer algo nuevo.
Vos y yo.
Una criatura que destruya las reglas.
Un dios sin moral.
Una hija de sangre, sombra…
y mate.

Porque sí, Raquel: él también sabía del mate.
El ritual ancestral.
El círculo.
El humo compartido.

Y en ese mundo roto,
hasta el mate podía ser oscuro.

Lunae cayó de rodillas.
No por sumisión.
Sino porque el cuerpo le pedía que decidiera.

Podía unirse a él,
engendrar un nuevo ciclo,
ser la madre del fin y del inicio.

O podía resistirse…
y morir.

En el aire, la luna roja temblaba.

Y el lobo alado…
despertaba




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