[Plano interior: El mundo dentro de Lunae]
Todo era negro.
No oscuridad, no noche.
Ausencia.
Lunae flotaba desnuda, pero su cuerpo no tenía carne.
Era una forma de luz débil, apenas sostenida.
Frente a ella, algo respiraba.
No se veía…
se intuía.
Zahal’teron.
El dios que nunca tuvo rostro.
El Olvido que parió a Nim-Rhazel…
y a todo lo demás.
Su voz no salía del espacio.
Salía del pensamiento.
> “Estás sola.”
“Sos una grieta.”
“Sos un error del deseo.”
Lunae temblaba.
Pero no retrocedía.
—Tal vez sí.
Pero incluso una grieta… deja pasar luz.
Zahal’teron rió.
Rió como si se abrieran miles de tumbas.
> “Estás vacía, y por eso te quiero.
Estás hecha de todo lo que no supiste amar…
Y por eso quiero usar tu forma para destruir este ciclo.”
Lunae alzó la voz:
—¡No soy solo madre ni amante!
¡Soy fuego!
¡Soy la conjunción de lo sagrado y lo sucio!
¡Soy más que tu hambre!
> “¿Y qué te hace pensar que eso puede salvarte?”
Ella respondió:
—Porque no estoy sola.
Y en ese instante, algo la rozó.
Una ráfaga.
Una chispa.
El vínculo.
El mundo interior se sacudió.
Porque afuera… algo estaba ocurriendo.
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[Plano exterior: El templo. El ritual.]
Elaia gritaba palabras antiguas.
Las piedras flotaban.
El aire se volvió rojo.
Eryon y Kaïron estaban frente a frente, las manos extendidas, sin tocarse.
Sus auras eran opuestas:
una dorada, salvaje.
La otra negra, viscosa.
—Esto va a doler —dijo Kaïron.
—Perfecto —dijo Eryon.
Y Elaia gritó:
—¡Unan lo que Lunae dividió!
¡Sellen con cuerpo, odio y deseo el canal que Zahal’teron quiere abrir!
Ambos gritaron.
Un rayo de poder los conectó.
Eran dos fuegos ardiendo en un mismo caldero.
Y en el centro, flotando como un sol moribundo,
Lunae comenzó a iluminarse.
Sus marcas tribales ardieron como constelaciones.
Kaïron apretó los dientes.
—¡No puedo más!
Eryon sangraba por los ojos.
—¡Aguantá, carajo!
¡Lo estamos alcanzando!
Elaia cayó de rodillas.
El templo vibraba como un corazón roto.
Y desde el cielo…
un ojo se abrió.
Zahal’teron los había visto.
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[Plano interior. De nuevo con Lunae.]
Zahal’teron se detuvo.
Algo lo quemaba.
No fuego.
Amor.
Eryon.
Kaïron.
Ambos, a través de ella, estaban rompiendo la simetría del olvido.
> “¿Qué es esto…?”
“¿Qué hiciste?”
Lunae sonrió.
Y su luz se volvió fuego.
Su carne volvió a formarse.
Su útero ardió de energía.
Su alma… volvió.
—Te equivoqué, dios antiguo.
Porque no soy grieta.
Soy puente.
Y por mí, el deseo, la rabia y el amor… pueden bailar juntos.
Zahal’teron chilló.
El espacio se fracturó.
Y por primera vez en eras, retrocedió.
Y Lunae gritó:
—¡YA!
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[Plano exterior.]
Una explosión de luz negra.
Kaïron y Eryon volaron hacia atrás, sangrando.
El templo se partió…
y del centro,
Lunae descendió.
Sus pies tocaron tierra.
Su cuerpo brillaba con runas nuevas.
En sus ojos, la luna y el sol.
En su pecho, la marca de ambos hombres.
Y sobre su vientre…
…una nueva vida palpitaba.
Una vida que no era de uno…
ni del otro…
sino del equilibrio.
Lunae habló.
—Zahal’teron se fue.
Pero su sombra… aún ronda.
Elaia temblaba.
—¿Y qué vamos a hacer?
Lunae miró el horizonte.
El mundo seguía entero.
Por ahora.
—Vamos a reconstruirlo.
Con caos, deseo, guerra y ternura.
Y esta vez, nadie olvidará mi nombre