AdiÓs A La Luna

Donde el pasado vuelve con perfume nuevo

Era el día del equinoccio.
El sol y la luna compartían el cielo como amantes viejos.
Lunae estaba sentada en la piedra del juicio,
una roca antigua que usaban las tribus para dirimir conflictos,
aunque hacía meses que no se oía una sola pelea en la región.

El pueblo la observaba.
Kaïron y Eryon, uno a cada lado.
Elaia leía runas.

Todo era armonía.
Hasta que una figura apareció en el límite del bosque.

Iba de blanco.
Capa larga.
Cabello oscuro recogido.
Piel sin tiempo.

Parecía de otra era,
o de todos los tiempos a la vez.

Y cuando habló…
su voz tenía música.

—¿No me vas a invitar a tu mesa, Lunae?

Ella levantó la vista.
Y la sonrisa se le congeló.

Kaïron se tensó.

—¿Ese es…?

Eryon gruñó.
Literalmente.
Un gruñido bajo, grave, visceral.

—Aélion.

Lunae se levantó despacio.
Sus pies firmes sobre la tierra.

—Pensé que habías muerto.

Aélion se inclinó con elegancia.

—Todos lo piensan, amor.
Hasta que me ven.
Y entonces recuerdan por qué rezaban para no volver a hacerlo.

Los murmullos en la tribu crecieron.
Los animales comenzaron a inquietarse.

Elaia se acercó a Lunae, en voz baja:

—¿Quién es?

Y Lunae, sin apartar la mirada de aquel visitante de sonrisa suave y veneno lento, dijo:

—Mi primer amor.
Mi peor decisión.
El que casi me rompe antes que Nim-Rhazel.

Aélion dio unos pasos.
Cada uno dejaba una huella de flores muertas.

—No vine a pelear.
Vine a… conversar.
Traigo noticias.
Y un obsequio.

Kaïron ya había convocado su lanza de sombra.
Eryon tenía una mano sobre el mango de su espada solar.

—Un paso más —dijo Eryon— y no va a haber mesa que te salve.

Aélion rió.
Pero no fue una risa burda.
Fue seductora.
Como si supiera secretos de todos los cuerpos presentes.

—Tranquilos, lobitos.
No vengo por guerra.
Vengo por ella.

Y sus ojos… se clavaron en el vientre de Lunae.

—Lo que lleva en el vientre no es solo suyo —dijo, con voz de profeta triste—.
Ni tuyo, Kaïron.
Ni tuyo, Eryon.

—¡Mentís! —rugió Kaïron.

—No —siguió Aélion—.
Yo estuve antes.
Mucho antes.
Antes de que Lunae siquiera supiera que podía gestar poder.
Antes de que el vínculo y la sombra tuvieran nombre.

Yo dejé una semilla en ella…
que solo ahora decidió crecer.

Silencio.
Total.
Como si el universo se negara a respirar por un instante.

Lunae, pálida, dio un paso atrás.

—Estás mintiendo.

—¿Lo estoy?

Aélion alzó la mano.
Y de su palma…
brotó una pequeña luz oscura.
Una chispa idéntica a la que vibra en su vientre.

Y Lunae lo sintió.
El eco.
La coincidencia.
La posibilidad maldita.

Eryon se acercó a ella.

—No lo escuches. Está manipulando tu culpa.

Kaïron cerró los ojos.

—Mierda… si esto es cierto…

Aélion bajó la mano.

—No vine a arrebatar nada.
Solo a recordarles que todo pacto tiene grietas.
Y que el amor que hoy los protege…
también puede romperse desde adentro.

Y con una reverencia lenta, casi teatral,
se dio vuelta.

—Volveré en la luna nueva.
Para reclamar… lo que me pertenece.
Y si no lo entregan…
habrá sombras que ni Zahal’teron soñó.

Y se fue.

El aire volvió.
El cielo pareció temblar.
Y la calma, Raquel…
ya no era calma.

Era un suspiro que contenía el miedo de una madre,
el rencor de dos amantes,
y la duda que acababa de nacer.




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