[Plano presente — El templo. La noche previa al ritual de visión]
El fuego crepitaba.
Elaia preparaba el círculo de visión con raíces de tejo, escamas de serpiente vieja y un cuenco con su propia sangre.
Kaïron afilaba sus cuchillas.
Eryon tallaba runas de protección con la hoja de su ala.
Ambos ardían por dentro, pero no decían nada.
Porque sabían que Lunae estaba a punto de ir…
a donde nadie podía acompañarla.
Ella se había desnudado por completo.
Sin ornamentos.
Sin corona.
Sin poder.
Sólo ella.
Con su vientre ya visible, su piel marcada,
y su alma…
cansada de no saber.
—Si hay un fragmento de él dentro mío —dijo con voz firme—
entonces quiero verlo con mis propios ojos.
No en sueños.
No en profecías.
En verdad.
Elaia asintió.
—Entonces sangrá.
Y viajá.
Y con un corte preciso en la palma,
el mundo tembló.
El viaje comenzó.
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[Plano pasado — Hace años. Antes de Nim-Rhazel. Antes del caos.]
Lunae caminaba con una piel ajena.
Era más joven.
Más salvaje.
Más… inocente.
Sus cabellos estaban trenzados con espinas,
y sus ojos eran curiosos.
Todavía no sabía que algún día llevaría un dios en su vientre.
Todavía no había matado.
Todavía no había amado.
Y entonces lo vio.
Aélion.
Reclinando sobre un árbol sagrado,
con su túnica blanca y esa sonrisa torcida que prometía amor…
y escondía destrucción.
—¿Venís a probar lo prohibido? —le dijo.
Y ella, sin saber por qué, respondió:
—No lo sabía prohibido.
Se acercaron como animales curiosos.
Él no la tocó.
Ella lo tocó primero.
Fue un contacto mínimo.
Un dedo en su cuello.
Un aliento compartido.
Y entonces…
una danza.
Una noche.
Un fuego.
Una entrega.
Pero no hubo amor.
Hubo magia.
Aélion, incluso entonces, ya era un encantador de sangre.
Un tejedor de linajes.
Y Lunae… no sabía que al entregarse esa noche,
había abierto una grieta ancestral.
Volvió al templo de su tribu sin recordar todo.
Solo un ardor en el vientre.
Y un sueño recurrente con un niño sin rostro…
que reía mientras el mundo se quemaba.
Y así se rompió el recuerdo.
Y Lunae despertó.
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[Plano presente — El templo. La luna menguante.]
El grito que dio al volver rompió el silencio del bosque.
Kaïron y Eryon la sujetaron.
Estaba sudada.
Pálida.
Temblando.
—Fue él —susurró—.
Aélion estuvo en mí antes de todo.
Me marcó…
me usó.
Elaia asintió, pero no con tristeza.
Con claridad.
—Entonces lo que crece en tu vientre no es un hijo.
Es una semilla antigua…
que aún podés elegir si germina o no.
Lunae se tocó el vientre.
Lo sintió.
No latía como un corazón.
Latía como un portal.
Kaïron arrojó sus cuchillas al fuego.
—No vamos a esperar a que él venga a reclamar.
Lo vamos a recibir con dientes.
Eryon alzó su lanza solar.
—En la próxima luna, que no encuentre un templo.
Que encuentre un ejército.
Y entonces Lunae se puso de pie.
Más fuerte que nunca.
Con la visión en los ojos,
con poder en las venas,
con rabia sagrada en el vientre.
—Preparen el templo.
Limpien la sangre.
Despierten a los viejos lobos.
Y llamen a las tribus.
Porque cuando Aélion vuelva…
no encontrará a la misma Lunae.
Encontrará a su final.