AdiÓs A La Luna

Antes del rugido

El amanecer llegó sin canto de aves.
Las nubes eran negras,
no por tormenta,
sino por advertencia.

Y en lo más alto del templo,
Lunae se vistió para la guerra.

No con armadura.
No con capa.
Con una tela roja que le cruzaba el pecho,
y la panza descubierta,
porque no iba a ocultar lo que llevaba.

—Que me vea.
Que vea lo que dejó en mí.
Y lo que no podrá quitarme —dijo frente al espejo de obsidiana.

Kaïron la miraba desde el umbral.
Había dejado sus sombras atrás.
Ahora entrenaba con los guerreros de la tribu.
Fuerte, real, palpable.

—Hoy todos los clanes respondieron tu llamado.

—¿Todos?

—Todos menos uno…

En el patio central, Elaia dirigía los preparativos.
Lobos alados entrenaban con tribus nómadas.
Se tallaban lanzas de luna,
se afilaban cuchillos con veneno de abismo.
Eryon supervisaba los rituales de sangre.
No los oscuros.
Los antiguos.

Aquel donde el guerrero promete con su piel…
no con su boca.

—¿Y vos? —le preguntó Kaïron, acercándose.

Eryon no respondió.
Simplemente extendió su brazo.
Kaïron lo entendió.

Unió su sangre a la suya.
El gesto que nunca se creía posible.
Una tregua…
no por Lunae.
Por el mundo.

Lunae descendió por las escaleras del templo como una marea.

Ella no caminaba.
Ordenaba el aire.
Torcía el tiempo.
Despertaba lo dormido.

Y al verla, todos los presentes se inclinaron.

No como súbditos.
Como testigos.

—Aélion volverá cuando la luna esté ciega —dijo, con la voz firme—.
Y traerá promesas, engaños, belleza.

—¿Y si viene solo? —preguntó una guerrera de ojos blancos.

—Entonces será más peligroso que mil ejércitos —respondió Lunae.

Elaia preparó un mapa del templo y sus caminos ocultos.
Kaïron enseñó a detectar sombras vivas.
Eryon marcó el terreno con cenizas sagradas.

Y esa noche, junto al fuego,
cuando las runas ardían,
cuando el viento silbaba en lenguas rotas…
Lunae se puso de pie ante su pueblo.

—No luchamos por mí.
No por el hijo.
No por los dioses.

Luchamos por el derecho a elegir qué nos habita.

Luchamos por no repetir el ciclo.
Por ser grieta…
y puente.
Por amor…
y por rabia.

Y entonces todos alzaron las armas.
No en alto.
En dirección al corazón.
Donde vivir duele.
Donde arder salva.

Y cuando la luna se escondió esa noche,
y el cielo quedó negro como una promesa sin cumplir…

una voz llegó desde el bosque.

Una suave.
Sedosa.
Cruel.

—Veo que me estaban esperando…

Aélion había llegado.
Solo.
Con una sonrisa.
Con los pies descalzos.

Y con un regalo en la mano:
un corazón palpitando…
aún envuelto en sombra.




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