El templo era un cementerio en silencio.
Las columnas, partidas.
Las runas, apagadas.
Los lobos alados dormían en círculo, protegiendo el fuego central.
Las tribus se curaban heridas y recogían a sus muertos.
Y en la cámara alta,
Lunae yacía desnuda, envuelta en pieles, con Kaïron y Eryon a cada lado.
No se habían soltado desde la fusión.
No podían.
Kaïron acariciaba su brazo con dedos temblorosos.
Era una caricia torpe, casi animal,
como si necesitara tocar para creer que ella seguía allí.
—Cuando sentí que nos íbamos… —murmuró—
juré que iba a quedarme en el vacío con vos.
Aunque no hubiera nada.
Lunae se giró hacia él, rozando su nariz con la suya.
—No tenías que jurarlo.
Vos siempre te quedás.
Y le besó el cuello.
Un roce suave, pero que lo hizo estremecer.
Eryon, detrás de ella, se movió inquieto.
La rodeó con sus brazos, pegando su pecho ardiente a su espalda.
—Yo sí me iba —confesó con voz ronca—.
Pero te vi.
Te vi sonreír en medio de todo… y supe que no podía dejarte sola.
Lunae cerró los ojos.
Eryon rara vez era vulnerable.
Ese momento le atravesó el corazón.
Se giró hacia él, acariciándole el rostro con ambas manos.
—No me dejes sola nunca más.
No vos.
No ninguno de los dos.
Kaïron los observaba.
Sus ojos de sombra brillaban con algo que no era celos,
sino una certeza: ya no podían separarse.
—Si seguimos así —dijo en un suspiro—
vamos a arder.
Nos vamos a destruir.
Lunae los abrazó a ambos, juntándolos.
—Ya nos destruimos.
Esta es la única forma en que quiero seguir viviendo.
Y entonces se quedaron así.
Piel contra piel.
Aliento contra aliento.
Curando heridas con las manos,
dejando que el silencio hablara.
Pero había una verdad que Lunae no podía callar más.
Su vientre latía.
No solo como vida.
Como algo más.
Los miró a los dos, con lágrimas en los ojos.
—Siento…
que algo despertó en mí cuando lo sellamos.
Algo… que no puedo controlar.
Kaïron la sujetó fuerte.
—¿Es el hijo?
Ella negó lentamente.
—No es solo un hijo.
Es algo…
antiguo.
Eryon apretó los dientes.
—¿Aélion?
Lunae cerró los ojos.
—No.
Es más viejo que él.
Y me está susurrando.
El silencio se hizo insoportable.
Kaïron acarició su vientre, con cuidado.
Eryon bajó la cabeza, apoyando la frente en su pecho.
Lunae, temblando, les dijo lo que temía:
—Creo que lo que crece en mí…
puede ser lo que despierte al Dios Antiguo.
Y entonces la calma que había entre ellos…
se rompió.