AdiÓs A La Luna

Cuando la Marca Despierta

La noche estaba silenciosa, demasiado para su gusto. La brisa nocturna entraba por la ventana abierta, trayendo consigo el aroma de tierra húmeda y un susurro que Lunae no sabía si era viento o recuerdo.

Él estaba allí.
Cerca.
Demasiado cerca.

Sus miradas se encontraron, y por un instante el mundo dejó de importar. No había templos, ni sectas, ni profecías… solo dos cuerpos atrapados en una tensión que quemaba. Él la tomó por la cintura, no con violencia, sino con una seguridad que la desarmó.

—No deberías mirarme así… —murmuró, pero no apartó la vista.

Lunae quiso responder, pero entonces lo sintió: un calor súbito en el pecho, un latido extraño, como si algo bajo su piel despertara.
Su respiración se volvió errática.

—¿Qué te pasa? —preguntó él, inclinándose hacia ella.

No tuvo tiempo de ocultarlo. La tela de su blusa se volvió fina bajo la luz, revelando un fulgor tenue que dibujaba líneas oscuras sobre su piel: la marca. Esa misma marca que el Dios Antiguo había dejado.

Él se quedó helado, pero no la soltó. Su mano subió, casi por instinto, y sus dedos rozaron justo donde brillaba el símbolo. Lunae sintió un escalofrío violento, un tirón en lo más profundo de su ser… como si al tocarla, él también estuviera tocando al dios que la reclamaba.

—Esto… no es tuyo —dijo ella, aunque su voz temblaba.

—No… —respondió él, inclinándose hasta que sus labios casi rozaron los suyos—. Pero quiero que lo sea.

Ese fue el momento en que lo entendieron: la marca no era solo un recordatorio. Era una llave.
Y cada vez que su deseo crecía, el sello latía… respondiendo al llamado del dios que aún los observaba desde algún rincón de la oscuridad.




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