El amanecer llegó, pero no trajo alivio.
Lunae se despertó con el cuerpo entumecido y la mente llena de imágenes que no recordaba haber vivido… pero que sentía en cada fibra.
La marca aún ardía, aunque no se veía.
Era como un segundo corazón…
uno que no latía por ella,
sino por él.
Kaïron dormía a su lado, agotado. Su brazo la envolvía, pero su expresión no era de paz.
Tenía las cejas fruncidas, la mandíbula tensa, como si incluso en sueños estuviera listo para pelear contra lo que la rondaba.
Y ella lo entendía.
Porque él lo sintió también.
Al Dios.
Dentro de ella.
Con ellos.
Eryon se encontraba sentado al otro extremo de la habitación, sin camisa, sudado, con la espalda apoyada contra la piedra y la mirada clavada en el suelo.
—No dormiste —dijo Lunae en voz baja.
Él apenas se movió.
—¿Vos podrías?
Ella negó, bajando la vista.
Su piel aún vibraba.
La sombra no se había ido del todo.
Cada vez que respiraba profundo, era como si él volviera a rozarla desde dentro.
Eryon alzó la mirada.
Sus ojos tenían un brillo rojo, sutil, como si el fuego no terminara de apagarse.
—Nos invadió, Lunae. No solo a vos. A los tres.
No fue un simple ritual… fue un maldito lazo.
Ella tragó saliva.
Se tocó el pecho, justo donde latía la marca oculta.
Y ahí ocurrió:
una visión.
No como un recuerdo,
sino como si estuviera ocurriendo en ese instante, en otra parte del mundo.
🌑 Una ciudad subterránea, hecha de piedra negra y oro líquido.
🌑 Hombres y mujeres encapuchados alrededor de un altar.
🌑 Todos… invocando su nombre.
Lunae.
La voz del dios la atravesó como un susurro:
—Ya saben que estás despierta.
Y vendrán por lo que llevas dentro.
Se incorporó bruscamente, jadeando.
Kaïron se despertó al instante y la sostuvo.
—¿Qué pasó? ¿Otra visión?
Ella lo miró, con los ojos brillando de miedo.
—No fue solo una visión. Fue… una conexión.
Lo que sucedió anoche abrió el canal.
Ya no está solo dentro de mí.
Está conmigo. Siempre.
Kaïron se quedó helado.
—¿Y puede oír lo que pensamos?
—No… —dijo Eryon, poniéndose de pie—. Pero puede sentir lo que deseamos.
Y mientras sigamos deseándola…
él va a seguir ahí.
Lunae se quedó en silencio.
El eco de esas palabras era insoportable.
Porque, en lo más profundo de su ser…
sabía que Eryon tenía razón.
Y aún peor…
una parte de ella también deseaba al Dios.
No por amor.
No por conexión.
Sino porque había algo en esa oscuridad que la completaba de un modo que no sabía nombrar.
La escena terminó en un silencio que gritaba.
La siguiente jugada no dependía solo de ellos.
Las sectas la estaban buscando.
El dios la estaba sintiendo.
Y en su vientre… algo había cambiado.
Algo que crecía sin obedecer las leyes de lo natural.
El tiempo corría.
Y la luna, una vez más, comenzaba a ocultarse.