Las tierras dormían bajo una luna velada.
Pero no todas las miradas descansaban.
En la profundidad de los Montes Negramar,
entre raíces malditas y cavernas selladas hace siglos,
se reunían los Hijos del Lamento.
Todos llevaban túnicas rojas, manchadas de sangre seca.
Sus rostros estaban cubiertos con máscaras talladas en hueso,
y sus dedos sostenían cuchillos hechos de piedra lunar,
afilados por generaciones.
Un cuerpo ardía en la hoguera del centro.
Femenino.
Joven.
Y vacío.
—La sangre no era la suya —murmuró uno—.
Pero el sello se activó.
La Marca vive.
—Entonces es cierto —dijo otro, más viejo, con voz rota por los años—.
La Portadora despertó.
Al mismo tiempo, en los pantanos de Velliram,
una segunda secta se arrastraba entre los juncos y la niebla:
Los Devotos de la Grieta.
Sus ritos eran más silenciosos.
Hechos de venenos y visiones.
No oraban.
Susurraban.
Un niño de no más de diez años estaba atado en el centro del altar,
con los ojos en blanco y espuma en la boca.
—Está viendo dentro de ella —murmuró la vidente.
Su cuerpo se movía en espasmos mientras los insectos le subían por los brazos.
—Hay fuego y sombra…
Hay tres nombres…
Y uno… no es de este mundo.
El niño habló en una lengua que nadie había enseñado:
—“La carne que lleva al dios no será destruida…
será coronada.”
Pero no todas las sectas querían usarla.
Una, en particular, tenía otros planes.
Los Encendidos del Abismo.
A ellos no les importaba Lunae.
Querían al hijo.
Al ser que aún no había nacido,
pero que ya estaba escrito en los textos prohibidos como:
> “El Heredero de la Dualidad:
ni mortal, ni divino,
ni luz, ni sombra.
Aquel que elegirá qué parte del mundo se salva…
y cuál será devorada.”
Y en el centro de todo esto,
alguien más los observaba.
Un hombre que no pertenecía a ninguna secta.
Alguien que ya había amado a Lunae.
Y la había perdido por la oscuridad.
Su nombre era Tharion.
Y sus ojos, de un ámbar imposible,
lloraban sangre mientras leía los antiguos escritos.
—Estás viva…
Y no te voy a perder de nuevo.
Ni siquiera por ese dios al que ahora perteneces.
Las sectas han comenzado a moverse.
Algunas quieren destruirla.
Otras, alzarla como reina.
Y unas pocas… planean robarle al hijo.
Mientras tanto, Lunae comienza a sentir los efectos de algo aún más peligroso:
🌑 Sueños compartidos.
🌑 Sombras que caminan de día.
🌑 Y sus propios deseos, cada vez más confusos… ¿son suyos o del dios dentro de ella?